martes, 20 de julio de 2021

 Miradas

El Viaje a la Alcarria de Cela, 

setenta y cinco años después, en Vespa (I) 

Insondables contrastes

 

Unos años antes

Instituto "Alfonso VIII". (Cuenca, 1946). 
Su   ubicación definitiva coincide con la aparición
de Viaje a la Alcarria, de C. J. Cela.

    Escaleras de piedra atiborradas de risas en cuerpos adolescentes masculinos. El vestíbulo de muros regios, pasillos con tarima gris, radiadores de hierro fundido, también grises, con el jefe de estudios, tijera en ristre, recortando puntos de carnet por estar "asobinaos" a ellos; un buenos días seco, siéntenseaulas sombrías, de paredes amarillentas, pupitres alargados de cuatro bancos con el retranco de los desaparecidos tinteros; la mirada al frente, retratos del generalísimo y del jefe de la falange custodiando al crucifijo. La pizarra cuarteada de venas que supuran polvo de tiza. “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, de 1946, con letra de cuaderno Rubio. Es la vuelta del gimnasio, huele a humanidad recia; el calzón corto bajo los pantalones, que alguno no se ha quitado para ocultar huellas del cilíceo (no pecar, Opus Dei dixit). Han pasado treinta años, es 1976 y hace un año que murió el Caudillo (Franco). Desde que apareciera el libro, poco, o nada, se ha contado de aquel tiempo, de la guerra que cuarteó estas tierras, ni de cómo en ese 1946 las potencias internacionales quieren aislar al régimen por su apoyo al Eje (Alemania e Italia) durante la segunda guerra mundial; el NO-DO filma manifestaciones multitudinarias  “espontáneas”, de adhesión al Jefe del Estado ("setenta mil obreros", en Oviedo). Francisco Franco Bahamonde declara por sorpresa al país como "reino" y se reserva proponer su sucesor. Los Borbones pujan por don Juan, hijo de Alfonso XIII (aquel que abandonaba el país "para evitar una guerra", y del que pocos se atreven a contar lo oscuro de su reinado). En los bares huele a humo de tabaco liado, se discute de toros, Manolete o Dominguín, Julio Arturito Pomar es campeón de ajedrez, pero miles de críos juegan en las calles sin asfaltar con pelotas de trapos; quieren jugar en el Real Madrid, lo gana todo. 

    Muchos obreros, todavía con alpargatas, al salir del trabajo, echan la quiniela para un pisito o una "Vespa" (avispa), que acaba de salir en Italia (el "seiscientos" vendrá diez años después). No se habla de política, "hagan como yo" abjuraba el general bajito. Los Castells (castillos humanos) son, para la oficialidad, una muestra del original folclore catalán, y el encaje de bolillos de San Vicente dels Horts. Es el tercer año de sequía y Mi vaca lechera se tararea tanto como Angelitos negros, de Machín, y Las cositas del querer, de Manolo Caracol. El circo Price abre su vestíbulo a dos mil pobres para una comida benéfica y en el orfanato nacional de El Pardo, y el asilo de San Rafael, los niños reciben los reyes magos, limpios sus rostros de magulladuras y hambre. No están los "robados" para familias pudientes. Todo esto, y más, lo ovilla NO-DO, al himno de un país "felizmente afín al régimen". 

Año 2021, el prólogo y viaje hasta Guadalajara

    Largas colas de gentes con mascarilla esperan silencioso turno para su vacuna, a cualquier hora, en las inmediaciones de un campo de fútbol. Aún resuenan los aplausos a médicos y enfermeros que lucharon desesperados, y todavía lo hacen, por salvar las vidas de miles que han sucumbido a la plaga de la COVID-19 desde primeros del XX. La pandemia ha asolado al mundo entero. Millones de personas viven aterrorizadas y confinadas en sus hogares. El viajero, del siglo XXI, observa pasar los días desde su terraza, invitando a su soledad a palomas y pájaros, mientras el ordenador parpadeaba la última tarea del teletrabajo. Durante el interminable insomnio repasa rutas en Googlemaps; cientos de enlaces y algún libro de viajes que aquel Camilo menciona en su relato. Han pasado setenta y cinco años. Llegó la hora de poder salir de las ciudades, y parar en los rincones y fogones que resten, que el autor del viaje por la alcarria guadalajareña apunta. Teme por los embates que esta plaga y el abandono del mundo rural haya hecho con estas tierras. El viajero no viaja a la Alcarria por admiración al autor, ni busca grandes historias, como soñó allá en el instituto. Quiere ver la fotografía sepia del tiempo pasado, viajar y sentir, sin filtros, el pulso de sus gentes y compartir con ellos la esperanza de ver el final de esta larga penuria. 

    Las primeras luces entran por los pliegues de la persiana. Es hora de partir, cuanto antes mejor, después habrá mucho tráfico. Un beso velado a la hija, colocarse la chaqueta con refuerzos ante las caídas y al garaje. Cela atravesó un Madrid madrugador, de tranvía y caras de gente trasnochada, algunos todavía con las últimas bombas y disparos por las calles en sus pesadillas, las cárceles colapsadas de presos del bando perdedor; ahora las calles están repletas de vehículos, ruidos furiosos de sus motores, y los rostros están tapiados por mascarillas multicolores que sólo enseñan unos ojos centrados en la rutina.

Entrega del Premio Cervantes del rey Juan Carlos a Cela (1995).
    Autovía y fresco, primeras luces. En Alcalá de Henares, las tapias del cementerio que vio Cela (fallecido en 2002), se han convertido en un infinito laberinto de viviendas uniformes, y los pescadores y soldados de caballería son ahora estudiantes de la Universidad donde recogiera su premio Cervantes en 1995 (con un discurso, amén de sumiso-monárquico, una reflexión sobre el ser humano "elegido", por Juan Carlos I: "los tres embates que siempre se arrancan y siempre se estrellan contra el alma de los elegidos: el hombre impaciente, el del tiempo inclemente y el de la circunstancia desaforada e hiriente."). De desaforada, premonitoria palabra y que bien pudiera catalogar, la ambición del rey, aún emérito, y huido de su país; refugiado en uno árabe, del que, supuestamente, habría recibido cantidades ingentes de primas por obras faraónicas, guardadas, a buen recaudo, en paraísos fiscales.

    Las mujeres alcalaínas, como todas, tan "admiradas" por el "nobelado" y, a cuenta de lo publicado, parejo el rey, no son tan "tremendas" ni "bigotudas". Pero esto lo observa el motorista al vuelo. De vuelta a la autovía, los camiones producen inquietantes zigzagueos de la Vespa. Hay que salir por el desvío a los Santos de la Humosa, con su impresionante cuesta con vistas de Alcalá; luego El Pozo, y Chiloeches, con sus primeros caminantes hacia el dispensario médico o la tienda. Es gente mayor, y muy contada. Algún ciclista se pega al manillar bajando las pendientes, para mejor aerodinámica, hasta Guadalajara. 

    La capital alcarreña la cruza un nervio de calle hasta el centro. Hoy hay mucho movimiento de gentes, sin prisas, en mercados y tiendas, y muchos coches de autoescuela, con jóvenes al volante, dudan entre su maniobra y la de las motos. Parada en el Palacio del Infantado, para Cela: "El palacio del duque del Infantado está en el suelo... Es grande como un convento o como un cuartel. Por el centro de la calle pasa un tonto con una gorra de visera amarilla y la cara plagada de granos. Va apresurado, jovial, optimista. Va muerto de risa, frotándose las manos con regocijo; es un tonto feliz, un tonto lleno de alegría. El viajero entra en una tienda donde hay de todo. —¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara? —¿Algo típico, dice? —Pues, sí... Eso digo. —No sé... ¡Como no busque usted bizcochos borrachos! 

    El palacio del Infantado, actualmente, es de una belleza única por su fachada de puntas de diamante y de balcones góticos, su bello patio de los leones y su jardín "mitológico". Aquí se celebran en primavera los maratones de cuentacuentos; este año, han esquivado a la pandemia con la imaginación, y ya cuentan treinta primaveras. El primer bizcocho borracho alegra la mañana, paseando por la calle mayor, y el motero no se encuentra ningún "tonto". Ese vocabulario se desterró, degrada a la persona; ahora, desde la escuela, y desde todos los demás ámbitos, se trabaja por la inclusión. Aunque restan grupos que desprecian lo que no es arcaico, homófobo, xenófobo..., agarrotados a un pasado tercamente, y desde hace no mucho, desafiantes en público. En la calle mayor, de la que cuenta Leguineche, en La Felicidad de la Tierra (Alfaguara, 1999): "...viene a ser como la de Palencia, la que pinta Bardem en su película. Se diría que no ha pasado el tiempo por ella, territorio de chalanes y chamarileros, de cacharreros, aunque algunos comercios se modernizan. Esta calle tiene su encanto. Los martes, frente al bar Soria, se congregan labradores de los pueblos para comprar y vender, para informarse del precio del cereal; los ganaderos cierran tratos... los tratantes van al grano."

    En esta mañana soleada, los viandantes se saludan, se paran ante una larga fila de furgones de los que descargan el material para el rodaje de una película.  Al viajero le espera la exposición, 6º Below Nothing, en el auditorio "Antonio Buero Vallejo". A oscuras, sobre una mesa gigante, se vierten luces y sonidos atronadores sobre las ultimas guerras en el mundo. Una mamá no suelta la linterna que activa los vídeos; ni al niño que lo asedia con explicaciones redundantes. El viajero se pone nervioso, ¿me la deja? Sí, luego. Abarca y no suelta el poder, como avisa el artista en el previo a entrar en la oscuridad. Cuando le pasan la linterna dispara sobre cada indicador a toda velocidad sin dejar terminar el movimiento. Al viajero le falta paciencia.

Torija


    Cela llega a Torija en un carro: "Torija es un pueblo subido sobre una loma. Un parador. Tres casas. Cuatro mulas. Cinco damas. Seis hidalgos. Siete zagalas... En Torija, el viajero se tira del carro delante del parador, a la salida del pueblo. Antes de decirle adiós, el viajero se ha tomado un vaso de vino con Martín y ha estado hablando con él del tiempo, de lo crecido que está el trigo, de lo que vale un par de mulas, de lo que dura una chaqueta de pana, de lo que presumen las criadas de Madrid, que no son nadie, que son como todas, pero que tienen unos humos que parecen condesas. El arriero y el viajero acuerdan que lo mejor es ni mirarlas a la cara y casarse con una chica del pueblo, con una chica de la que se sepa en qué trotes ha estado metida...".

    La altura sólida del castillo impacta desde su base. En un "daguerrotipo" en el suelo, en la fuente de la plaza podemos ver sus ruinas. El arco de entrada, que hoy alberga el museo del Viaje a la Alcarria, tiene varios nombres, y el viajero de hoy se fija en "El Empecinado", y le viene el retrato de Goya a aquel guerrillero contra los franceses, que destruyó el castillo para no entregarlo, luego general y final trágico, que siguió la lucha por estas tierras, Brihuega, Atienza... El viajero recuerda un pueblecito desaparecido por las fauces del terror bélico, Sacedoncillo, más al norte, donde los fascistas italianos son derrotados por la República en 1937. Las guerras, tantas guerras en esta "piel de toro". Y piensa que la Historia no se ha estudiado nunca como cimiento de la convivencia de los pueblos, que estos días el líder de la oposición, Pablo Casado del PP, no acierta con los hechos, ni condena sus estragos, y hace de "palmero" con la ultraderecha. El escenario por el que anda Cela lo conocemos por el NODO, donde no aparecían las cunetas repletas de asesinados, y sí la falsa mortaja a la verdad de aquellos cuarenta años. El viajero de hoy recuerda la película Intemperie, homónima de la novela de Jesús Carrasco, situada también, curiosamente, en 1946, y nos habla de una tierra andaluza terriblemente "asalvajada" y degradada, ante la impunidad de sus caciques.

    Una pareja se acerca a la Vespa. El hombre la disfruta. "Yo tuve una, pero ésta es preciosa". Son Luis e Inés, catalanes jubilados, viajeros incansables y sin fronteras. Originarios de Saurí (Lleida), se deleitan contando de sus bellísimas pinturas románicas al fresco, ahora en el Museu de Catalunya "donde se llevaron en copia, en piel de carnero". En la iglesia de Sant Víctor, el artista Santi Moix, ha creado su "ermita de las delicias". Ahora disfrutan y valoran la charla con quien encuentran en sus caminos. Sobre la mesa del bar, El Mundo vuelve a cargar contra el indulto a los presos del Procés. Los tres viajeros coinciden que lo más importante es escuchar, atender a razones, ahora toca hablar, como se debiera haber hecho, "somos todos los pueblos diferentes, pero tenemos que convivir..., y la república está en el ADN de muchos catalanes". 

    A la conversación se une Fernando, del Betis. Hace veinticinco años recorrió la ruta a la Alcarria, en bicicleta. Cuenta, con notable acento andaluz, anécdotas del Nobel. Ahora va hacia Viana; será hospitalero la primera quincena de julio. Tiene mil anécdotas sobre el Camino de Santiago y el de La Lana, y que al pasar por aquí le sellaron en el cementerio; menos mal que había entierro, pues llegó por la tarde y estaban cerrados el ayuntamiento y la iglesia. Al pagar el "reo" el suplemento que queda en la barra es Pueblos, titula: "Tiempo de esparragar".


Brihuega

    Antes de Brihuega el motero para en un campo de lavanda. Colores y perfume son embriagadores. Cela contó: "Al lado de la fonda, el viajero se encuentra con la puerta de la Cadena, por la que se mete en el pueblo. La puerta de la Cadena tiene una hornacina con una Purísima, y debajo una lápida de mármol blanco que dice: 1710-1910. La villa de Brihuega en el segundo centenario de su memorable bombardeo y asalto...". 

  Al motorista entrar en Brihuega se dirige a la plaza del Ayuntamiento, para echar un trago en cualquiera de los cuatro caños de las dos fuentes que guardan la subida. No muy lejos queda el lavadero: "Un buey rubio y viejo, de largos cuernos y cara afilada, como un caballero toledano, bebe, no más que acariciando el agua con el morro cano, en el pilón de una fuente fecunda, en el pilón de una fuente que hay al lado mismo del lavadero. Cuando termina de beber levanta la cabeza y pasa, humilde y sabio, por detrás de las mujeres. Diríase un eunuco leal, aburrido y discreto, guardador de un harén bullicioso como el levantarse de la mañana. "El viajero se pone en la cola del obrador para comprar sus famosas magdalenas. Hay cola desde las nueve. Los mayores los primeros, con mascarilla. No se atreve a acercarse a la de los lavaderos, con doce caños, donde se dice, que quien beba de ella le sale amante. Una pareja bromea, ella no sabe aún si probarlo. Busca con la vista al fondo, la tienda de Miguelón“El melenas”, a la puerta de las cuevas "árabes". Hoy muestra una foto al viajero también con moto, pero de monte; conserva la labia, y no oculta que fue atractivo y ligón de joven. Cuenta que estuvo quince años yendo a Cuba; hasta ayudó a uno que dormía en la calle. Cuba sale mucho en la tele estos días. Que si es, o no, dictadura. No habla de política, si de la buena gente de allí.  Ahora se queja de lo duro que ha sido lo de la pandemia, pero sigue enseñando las cuevas y cuida su carnicería. Tiene buen corazón. 

  Este ya "viejo" amigo aconseja alejarse de la "barbarie", miles de personas, desperdigadas por los campos de lavanda estos días. Es la fiesta, y todo está engalanado. Hay que venir de blanco, pero la chupa de la moto, y el polo, son negros. Después de comer los torreznos y la “tosta de perdigacho”, toca paseo. Todo está plagado, lleno, es imposible encontrar posada, como certifica la regenta de una casa rural muy coqueta en un edificio cerca de la muralla.   
      Ella habla, cuenta, el marido calla y sonríe con amabilidad, mientras recuerda a quien va tras los pasos de Cela que aquel vino con la choferesa negra, Oteliña, americana, en 1986, en un Rolls Royce. Un segundo viaje por todo lo alto, publicitado. Mal carácter, recuerdan algunos; no le gustó la calle que el pueblo había puesto a su nombre, de una sola puerta. Se dedicó a comer y, huraño, no dio mucho las gracias. 
    
   Charlando llega el viajero a la puerta de la "Virgen de la Guía". Un agujero, hoy puerta, para tomar la fortaleza, el castillo de Peña Bermeja, en  guerras. Brihuega fue crucial para el ascenso al trono de los Borbones (1710), luego contra los franceses (1808), que destrozaron y robaron el patrimonio de la Iglesia. También destrozó mucho la guerra civil, como en todas partes: "—Aquí fue donde empezaron a correr los italianos, ¿no sabe usted? —Sí, ya sé. —¡Fue buena aquélla!". Muy cerca está la "Casa de los Gramáticos" donde vivió Manu Leguineche, un alcarreño de vocación, no nacido aquí. Se les ofertó a Cela y a él, amigos muy cercanos entonces. Tras una discusión por el precio se la quedó Manu, ante el regateo desatado de Cela. Manu Leguineche, viajero incansable, bajo la protección de Mercurio, dios protector de los viajeros.

    Luego, subida hacia la antigua fábrica real de paños. Cuando decayó, se los telares se cambiaron por tinajas que almacenaron aceite. A la entrada un grupo de mujeres maduras discuten por decir la verdad, no es bueno ¿verdad? Van de blanco, por lo de la fiesta. El edificio es hermoso y está en plena restauración para un hotel. Tiene unos ventanales y un recinto circular, donde se secaban los paños, bello y equilibrado de volumen y formas. 

    Detrás, el "Jardín romántico": "El jardín de la fábrica es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia. Al lado del gracioso almendro, que parece una señorita muerta, crece el ciprés solemne, que semeja un penitente vivo. Tras los podados, recortados bojes, florecen las paganas rosas de Jericó. Frente al mirto perenne, palidece la montaraz madreselva. El viajero pasea entre los rododendros y, sin poderlo evitar, se le llena la mente de tiernos, insalubres versos de Shelley: el vino, la miel, un capullo lunar, la zarzarrosa...", recuerda Cela. Ahora, dos hombres, con diversidad intelectual, barren y limpian con ahínco las hojas y ramas que ha podado el capataz del grupo. Saben dejar la solicitud de calma de los visitantes. Las vistas de la vega son muy hermosas. Desde el mirador Cela escrutó su siguiente etapa: "Se asoma al alto mirador, con su guirnalda de rosas de té, y mira para el valle. Al fondo corre el Tajuña y, a sus orillas, el camino que el viajero andará a la caída del sol, aguas arriba, detrás de Masegoso, o aguas abajo, detrás de la carretera de Budia." Lo mismo piensa el viajero en moto, mientras pisa el pedal de arranque de la Vespa, ya en la puerta de carros. ¿Hacia dónde tirar?



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