Miradas
El Viaje a la Alcarria de Cela,
setenta y cinco años después, en Vespa (I)
Insondables contrastes
Unos años antes
Instituto "Alfonso VIII". (Cuenca, 1946). Su ubicación definitiva coincide con la aparición de Viaje a la Alcarria, de C. J. Cela. |
Escaleras de piedra atiborradas de risas en cuerpos adolescentes masculinos. El vestíbulo de muros regios, pasillos con tarima gris, radiadores de hierro fundido, también grises, con el jefe de estudios, tijera en ristre, recortando puntos de carnet por estar "asobinaos" a ellos; un buenos días seco, siéntense; aulas sombrías, de paredes amarillentas, pupitres alargados de cuatro bancos con el retranco de los desaparecidos tinteros; la mirada al frente, retratos del generalísimo y del jefe de la falange custodiando al crucifijo. La pizarra cuarteada de venas que supuran polvo de tiza. “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, de 1946, con letra de cuaderno Rubio. Es la vuelta del gimnasio, huele a humanidad recia; el calzón corto bajo los pantalones, que alguno no se ha quitado para ocultar huellas del cilíceo (no pecar, Opus Dei dixit). Han pasado treinta años, es 1976 y hace un año que murió el Caudillo (Franco). Desde que apareciera el libro, poco, o nada, se ha contado de aquel tiempo, de la guerra que cuarteó estas tierras, ni de cómo en ese 1946 las potencias internacionales quieren aislar al régimen por su apoyo al Eje (Alemania e Italia) durante la segunda guerra mundial; el NO-DO filma manifestaciones multitudinarias “espontáneas”, de adhesión al Jefe del Estado ("setenta mil obreros", en Oviedo). Francisco Franco Bahamonde declara por sorpresa al país como "reino" y se reserva proponer su sucesor. Los Borbones pujan por don Juan, hijo de Alfonso XIII (aquel que abandonaba el país "para evitar una guerra", y del que pocos se atreven a contar lo oscuro de su reinado). En los bares huele a humo de tabaco liado, se discute de toros, Manolete o Dominguín, Julio Arturito Pomar es campeón de ajedrez, pero miles de críos juegan en las calles sin asfaltar con pelotas de trapos; quieren jugar en el Real Madrid, lo gana todo.
Muchos obreros, todavía con alpargatas, al salir del trabajo, echan la quiniela para un pisito o una "Vespa" (avispa), que acaba de salir en Italia (el "seiscientos" vendrá diez años después). No se habla de política, "hagan como yo" abjuraba el general bajito. Los Castells (castillos humanos) son, para la oficialidad, una muestra del original folclore catalán, y el encaje de bolillos de San Vicente dels Horts. Es el tercer año de sequía y Mi vaca lechera se tararea tanto como Angelitos negros, de Machín, y Las cositas del querer, de Manolo Caracol. El circo Price abre su vestíbulo a dos mil pobres para una comida benéfica y en el orfanato nacional de El Pardo, y el asilo de San Rafael, los niños reciben los reyes magos, limpios sus rostros de magulladuras y hambre. No están los "robados" para familias pudientes. Todo esto, y más, lo ovilla NO-DO, al himno de un país "felizmente afín al régimen".
Año 2021, el prólogo y viaje hasta Guadalajara
Largas colas de gentes con mascarilla esperan silencioso turno para su vacuna, a cualquier hora, en las inmediaciones de un campo de fútbol. Aún resuenan los aplausos a médicos y enfermeros que lucharon desesperados, y todavía lo hacen, por salvar las vidas de miles que han sucumbido a la plaga de la COVID-19 desde primeros del XX. La pandemia ha asolado al mundo entero. Millones de personas viven aterrorizadas y confinadas en sus hogares. El viajero, del siglo XXI, observa pasar los días desde su terraza, invitando a su soledad a palomas y pájaros, mientras el ordenador parpadeaba la última tarea del teletrabajo. Durante el interminable insomnio repasa rutas en Googlemaps; cientos de enlaces y algún libro de viajes que aquel Camilo menciona en su relato. Han pasado setenta y cinco años. Llegó la hora de poder salir de las ciudades, y parar en los rincones y fogones que resten, que el autor del viaje por la alcarria guadalajareña apunta. Teme por los embates que esta plaga y el abandono del mundo rural haya hecho con estas tierras. El viajero no viaja a la Alcarria por admiración al autor, ni busca grandes historias, como soñó allá en el instituto. Quiere ver la fotografía sepia del tiempo pasado, viajar y sentir, sin filtros, el pulso de sus gentes y compartir con ellos la esperanza de ver el final de esta larga penuria.
Las primeras luces entran por los pliegues de la persiana. Es hora de partir, cuanto antes mejor, después habrá mucho tráfico. Un beso velado a la hija, colocarse la chaqueta con refuerzos ante las caídas y al garaje.
Las mujeres alcalaínas, como todas, tan "admiradas" por el "nobelado" y, a cuenta de lo publicado, parejo el rey, no son tan "tremendas" ni "bigotudas". Pero esto lo observa el motorista al vuelo. De vuelta a la autovía, los camiones producen inquietantes zigzagueos de la Vespa. Hay que salir por el desvío a los Santos de la Humosa, con su impresionante cuesta con vistas de Alcalá; luego El Pozo, y Chiloeches, con sus primeros caminantes hacia el dispensario médico o la tienda. Es gente mayor, y muy contada. Algún ciclista se pega al manillar bajando las pendientes, para mejor aerodinámica, hasta Guadalajara.
La capital alcarreña la cruza un nervio de calle hasta el centro. Hoy hay mucho movimiento de gentes, sin prisas, en mercados y tiendas, y muchos coches de autoescuela, con jóvenes al volante, dudan entre su maniobra y la de las motos. Parada en el Palacio del Infantado, para Cela: "El palacio del duque del Infantado está en el suelo... Es grande como un convento o como un cuartel. Por el centro de la calle pasa un tonto con una gorra de visera amarilla y la cara plagada de granos. Va apresurado, jovial, optimista. Va muerto de risa, frotándose las manos con regocijo; es un tonto feliz, un tonto lleno de alegría. El viajero entra en una tienda donde hay de todo. —¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara? —¿Algo típico, dice? —Pues, sí... Eso digo. —No sé... ¡Como no busque usted bizcochos borrachos!
El palacio del Infantado, actualmente, es de una belleza única por su fachada de puntas de diamante y de balcones góticos, su bello patio de los leones y su jardín "mitológico". Aquí se celebran en primavera los maratones de cuentacuentos; este año, han esquivado a la pandemia con la imaginación, y ya cuentan treinta primaveras. El primer bizcocho borracho alegra la mañana, paseando por la calle mayor, y el motero no se encuentra ningún "tonto". Ese vocabulario se desterró, degrada a la persona; ahora, desde la escuela, y desde todos los demás ámbitos, se trabaja por la inclusión. Aunque restan grupos que desprecian lo que no es arcaico, homófobo, xenófobo..., agarrotados a un pasado tercamente, y desde hace no mucho, desafiantes en público. En la calle mayor, de la que cuenta Leguineche, en La Felicidad de la Tierra (Alfaguara, 1999): "...viene a ser como la de Palencia, la que pinta Bardem en su película. Se diría que no ha pasado el tiempo por ella, territorio de chalanes y chamarileros, de cacharreros, aunque algunos comercios se modernizan. Esta calle tiene su encanto. Los martes, frente al bar Soria, se congregan labradores de los pueblos para comprar y vender, para informarse del precio del cereal; los ganaderos cierran tratos... los tratantes van al grano."
Torija
La altura sólida del castillo impacta desde su base. En un "daguerrotipo" en el suelo, en la fuente de la plaza podemos ver sus ruinas. El arco de entrada, que hoy alberga el museo del Viaje a la Alcarria, tiene varios nombres, y el viajero de hoy se fija en "El Empecinado", y le viene el retrato de Goya a aquel guerrillero contra los franceses, que destruyó el castillo para no entregarlo, luego general y final trágico, que siguió la lucha por estas tierras, Brihuega, Atienza... El viajero recuerda un pueblecito desaparecido por las fauces del terror bélico, Sacedoncillo, más al norte, donde los fascistas italianos son derrotados por la República en 1937. Las guerras, tantas guerras en esta "piel de toro". Y piensa que la Historia no se ha estudiado nunca como cimiento de la convivencia de los pueblos, que estos días el líder de la oposición, Pablo Casado del PP, no acierta con los hechos, ni condena sus estragos, y hace de "palmero" con la ultraderecha. El escenario por el que anda Cela lo conocemos por el NODO, donde no aparecían las cunetas repletas de asesinados, y sí la falsa mortaja a la verdad de aquellos cuarenta años. El viajero de hoy recuerda la película Intemperie, homónima de la novela de Jesús Carrasco, situada también, curiosamente, en 1946, y nos habla de una tierra andaluza terriblemente "asalvajada" y degradada, ante la impunidad de sus caciques.
Una pareja se acerca a la Vespa. El hombre la disfruta. "Yo tuve una, pero ésta es preciosa". Son Luis e Inés, catalanes jubilados, viajeros incansables y sin fronteras. Originarios de Saurí (Lleida), se deleitan contando de sus bellísimas pinturas románicas al fresco, ahora en el Museu de Catalunya "donde se llevaron en copia, en piel de carnero". En la iglesia de Sant Víctor, el artista Santi Moix, ha creado su "ermita de las delicias". Ahora disfrutan y valoran la charla con quien encuentran en sus caminos. Sobre la mesa del bar, El Mundo vuelve a cargar contra el indulto a los presos del Procés. Los tres viajeros coinciden que lo más importante es escuchar, atender a razones, ahora toca hablar, como se debiera haber hecho, "somos todos los pueblos diferentes, pero tenemos que convivir..., y la república está en el ADN de muchos catalanes".
A la conversación se une Fernando, del Betis. Hace veinticinco años recorrió la ruta a la Alcarria, en bicicleta. Cuenta, con notable acento andaluz, anécdotas del Nobel. Ahora va hacia
Viana; será hospitalero la primera quincena de julio. Tiene mil anécdotas
sobre el Camino de Santiago y el de La Lana, y que al pasar por aquí le sellaron en el cementerio; menos mal que había entierro, pues llegó por la tarde
y estaban cerrados el ayuntamiento y la iglesia. Al pagar el "reo" el suplemento que queda en la barra es Pueblos, titula: "Tiempo de esparragar".
Brihuega
Antes de Brihuega el motero para en un campo de lavanda. Colores y perfume son embriagadores. Cela contó: "Al lado de la fonda, el viajero se encuentra con la puerta de la Cadena, por la que se mete en el pueblo. La puerta de la Cadena tiene una hornacina con una Purísima, y debajo una lápida de mármol blanco que dice: 1710-1910. La villa de Brihuega en el segundo centenario de su memorable bombardeo y asalto...".
Luego, subida hacia la antigua fábrica real de paños. Cuando decayó, se los telares se cambiaron por tinajas que almacenaron aceite. A la entrada un grupo de mujeres maduras discuten por decir la verdad, no es bueno ¿verdad? Van de blanco, por lo de la fiesta. El edificio es hermoso y está en plena restauración para un hotel. Tiene unos ventanales y un recinto circular, donde se secaban los paños, bello y equilibrado de volumen y formas.
Detrás, el "Jardín romántico": "El jardín de la fábrica es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia. Al lado del gracioso almendro, que parece una señorita muerta, crece el ciprés solemne, que semeja un penitente vivo. Tras los podados, recortados bojes, florecen las paganas rosas de Jericó. Frente al mirto perenne, palidece la montaraz madreselva. El viajero pasea entre los rododendros y, sin poderlo evitar, se le llena la mente de tiernos, insalubres versos de Shelley: el vino, la miel, un capullo lunar, la zarzarrosa...", recuerda Cela. Ahora, dos hombres, con diversidad intelectual, barren y limpian con ahínco las hojas y ramas que ha podado el capataz del grupo. Saben dejar la solicitud de calma de los visitantes. Las vistas de la vega son muy hermosas. Desde el mirador Cela escrutó su siguiente etapa: "Se asoma al alto mirador, con su guirnalda de rosas de té, y mira para el valle. Al fondo corre el Tajuña y, a sus orillas, el camino que el viajero andará a la caída del sol, aguas arriba, detrás de Masegoso, o aguas abajo, detrás de la carretera de Budia." Lo mismo piensa el viajero en moto, mientras pisa el pedal de arranque de la Vespa, ya en la puerta de carros. ¿Hacia dónde tirar?
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