lunes, 26 de julio de 2021

Miradas 


El Viaje a la Alcarria de Cela, 
setenta y cinco años después, en Vespa (..., y II)


Soledad, en una tierra que lucha por no quedarse vacía

    La Alcarria de posguerra -la que Camilo José Cela pisa del seis al quince de junio de 1946, en compañía del fotógrafo Karl Wlasak y Conchita Stichaner-, vive pendiente de las Cartillas de Racionamiento. La Delegación de Abastecimientos de Guadalajara dicta, para un adulto, un cuarto de litro de aceite (1,25 pesetas la ración), arroz (cien gramos a 0,35 pesetas/ración), judías (doscientos gramos a 0,70/ración), y azúcar (cien gramos a 0,55 pesetas/ración); todo con el consiguiente corte de cupones II, III, IV y V. Para los infantiles leche condensada, cuatro botes, cupón IV, por dieciséis pesetas. Luego carbón, y aceite y arroz para los transeúntes (Nueva Alcarria, 8 de junio, 1946, nº 389, Órgano de F.E.T y de las J.O.N.S.). En el faldón anuncios: "Ayudas al albergue de niñas", "Cochecitos para niño, Casa Camarillo", y del doctor Blasco Zabay: "Consulta diaria de enfermedades de la piel y secretas".

    Desde Brihuega, la carretera a Cifuentes corre a la par del río Tajuña a la derecha entre una arboleda incesante (Tajuña, piensa, la calle toledana donde Sagrario e Ignacio cuidaran el primer hijo del motero, aquel niño que estiraba del periódico y los libros para que jugase con él). Cuando, de pronto, surge “La Jungla”; un diminuto paraíso con un estanque, una pequeña cascada, y ruedas de bicicleta, muñecas de plástico y trapo sobre las sillas, y materiales reciclados, engarzados a la naturaleza, como abandonados hace un instante, con urgencia. Siente el viajero que le están observando, sus okupas, desde una casucha en lo alto; una cuerda y una caja delatan que subían, o suben, hasta allí, alimentos, herramientas..., tirando. Cansinamente se adormila entre chicharras y trinos.

    Unos metros más adelante, en el mismo margen, Cívica, pedanía de  Brihuega. Laberinto de caminos y grutas labradas en la pared kárstica, una "ciudad de piedra" que algunos dicen pudieran haberla habitado ermitaños visigodos, cenobitas medievales, sufíes de Brihuega, místicos sefardíes refugiados, frieres del Temple tras su salida de Torija al disolverse la Orden, agustinos dedicados a labores agrícolas aparte de sus oficios religiosos, jerónimos, como escribiera otro viajero, Javier Ramos. Pero fue don Aurelio, el párroco de Valderrebollo, el que talló la roca; con cuadrillas de vecinos, entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo. Enfrente, un merendero paradisíaco. La dueña, sola, come despacio, y con aire desconfiado sentencia "es privado, no se puede pasar", pero al rato comienza la charla sobre su abuelo, y lo tantos dueños de las hectáreas de Cívica. 
   "Un perro sale gruñendo de unas huertas. El viejo le tira unas piedras y el perro huye. Tenía la cabeza gorda y llevaba una carlanca de clavos sobre la que sonó, fuerte como una herradura sobre el empedrado, uno de los cantazos del viejo. —Ahí queda Barriopedro, a la orilla de ese arroyo. A veces trae algo de agua;..." Y puestos en ruta, como Cela, desvío hasta él. Muere la carreterilla de escuetas curvas. Un hombre, sentado en silla de enea, responde a un "¡qué paz se respira aquí!", con un "no es oro todo lo que reluce”.

Masegoso.Tropas
republicanas, 1937.
    El calor del asfalto sube por el metal de la Vespa; el aire se hace más denso en Masegoso de Tajuña. Con la calima semeja un pueblo fantasma. Sitiado en la guerra, hubo de reconstruirse totalmente; parece un pueblo de nueva colonización: "Masegoso es un pueblo grande, polvoriento, de color plata con algunos reflejos de oro a la luz de la mañana, con un cruce de carreteras. Los hombres van camino del campo, con la yunta de mulas delante y el perrillo detrás. Algunas mujeres, con el azadillo a rastras, van a trabajar a las huertas." 

    Saliendo de la ruta, buscamos Moranchel, por sus pinturas murales, trampantojos y grafitis en un pueblo de menos de cuarenta habitantes que lo hacen lienzo. Una mujer, amablemente explica los que más le gustan, que son todos. Como en tantos pueblos pasados, en el Ayuntamiento se pueden leer los días de consulta médica y los bandos sobre el protocolo frente a la pandemia del Covid. Casas vacías y cerradas a cal y canto. El mal es mejor llevarlo en la capital, el centro médico está más a mano. 

Cifuentes

   Es la última recta, antes de entrar en Cifuentes. Desde el arcén se divisan las "Tetas de Viana", y en su "canalillo" la chimenea de la central nuclear de Trillo. Una visión erótico-siniestra de la naturaleza con la muerte. "—... ¿Usted no ha estado en Cifuentes? —No; no he estado nunca. —Pues véngase conmigo; son buena gente para los que andamos siempre dando vueltas... Al mediodía los amigos entran en Cifuentes, un pueblo hermoso, alegre, con mucha agua, con mujeres de ojos negros y profundos, con comercios bien surtidos que venden camas niqueladas, juegos de licorera y seis copas con bandeja de espejo, y cromos saludables, gozosos, de cien colores, que representan La Sagrada Cena o un molino del Tirol rodeado de altas cumbres nevadas."  

  El viajero se siente atraído por el castillo y enfila el timón/manillar hacia su cumbre. Allí, una pareja "sobrevuela" su dron las murallas (con menos de 250 g, permitido sobre población, venían de Cuenca). La fortaleza árabe, que ya no tiene foso, fue luego de don Juan Manuel (aquel del bachillerato, Libro del conde Lucanor, 1335). Aquel que hablaba de lo valioso de la vida frente a la riqueza, y de las batallas entre vecinos. España, pueblo de consejos, y muchos y malos "exemplos". El dron suena como un moscardón más, y aviva el concierto vespertino de aves, insectos y chicharras bajo un sol de justicia. En el pueblo cruzamos la calle del "Cristo de la Repolla" (una vecina, pobre, dio una polla, gallina joven que no pone huevos, a un mendigo. Al día siguiente aparecieron, en su puerta, dos pollas, y un crucifijo; el Cristo de la Repolla...). Al viajero le viene "Galliol", producto anunciado en aquel "46" en la prensa del Movimiento: "Criará pollos sanos, aumentará la puesta de las gallinas y combatirá sus enfermedades usando... Galliol. Premiado con diplomas y medallas en exposiciones Sevilla y Asturias". Buen complemento para el "milagro". 

    El casco antiguo de Cifuentes parece un cogollo de piedra labrada ensalzado sobre la plaza. "El viajero aprende que el castillo lo hizo don Juan Manuel y la iglesia una querida de Alfonso el Sabio que se llamaba doña Mayor. El viajero recuerda, vagamente, que en un libro que leyó, hace años, llamaban a don Juan Manuel turbulento y pendenciero. De doña Mayor, el viajero no había oído hablar en su vida." Lo mismo le ocurre al viajero actual. Si bien Alfonso X aprobara Las Siete Partidas, castigando penosamente el adulterio, no tuvo problemas en saltarse sus disposiciones. Doña Mayor Guillén, su más destacado affaire, supo aceptar su condición de amante y retirarse a estos dominios "donados por el rey sabio".

    La iglesia románica del Salvador cuenta con una magnífica portada al apóstol Santiago, y un púlpito de alabastro, oculto durante la guerra civil: "... El cura le cuenta al viajero la última historia del púlpito. —Después de la guerra me costó mucho trabajo encontrarlo. Fue a aparecer en Madrid, en un museo. Al principio no querían dármelo, querían darme otro en vez. Un día me fui con un vecino que tiene una camioneta, me planté a la puerta del museo y les dije: Venga ese púlpito, que es mío. Lo cargué en la camioneta y ahí lo tiene usted.". En una de sus archivoltas, de la portada lateral, una diablesa con sendos cuernos, de la que cuelga de su periné invertido, un ser que porta corona y cetro en su mano. ¿Clara crítica del cantero, permitido claro está, al monarca, desde lo político y lo teológico poniendo en juego la soberanía del rey por la "gracia de Dios"? Horas después escucharía el viajero las Cantigas de Santa María, en Solanillos del Extremo.

Solanillos del Extremo

    A Solanillos, se entra, se cruza, se sale, y se pierde el viajero, por la calle de la Soledad. Ha venido por curiosidad, ya que Cela no paró por este pago. En el bar de la plaza, frente a la iglesia de Santiago Apóstol, y la puerta de la Casa Rural (ya no se utiliza parador o posada del 46: "El viajero, que ya había averiguado que mesón es una palabra desconocida en la Alcarria, aprende a distinguir entre parador y posada. El parador es una posada con cuadra...", se habla de política, a trago limpio de botellín. La joven alucina de quienes votan a la extrema derecha; la contradice otra: "normal, si los otros no arreglan las cosas, mira los pueblos abandonados" (la plaza anda en obras, alterando la paz del reducido vecindario). Carmen, la regenta de la casa, atiende a un niño que viene por su pelota encanada en la habitación del primero; tiene un hermano, "que lleva gafas, y no es tan espabilado como yo", aunque lo quiere mucho. Con la sonrisa a flor de piel, Carmen te cuenta veloz de sus “Burbutrizes”, amigas del Camino de la Alcarria. Cuelgan en YouTube sus vídeos (el del doctor Rodríguez de la Fuente, lo bailan los peques en el cole). Marisol, su socia, prepara la cena. Dos clientes siguen el fútbol (juega Suecia, por los colores IKEA; se nota que el viajero no es muy futbolero). Tortilla con jamón, el último botellín, arrebatado al vuelo al grupo de fuera, y a pasear el atardecer. Con cierta ternura recuerda Marisol, "avisa cuando vuelvas que, si no, te cierro la puerta".

    El silencio casi "daña" los oídos del viajero tan poco acostumbrado a este sigilo. Ni el aire se menciona. Sólo los trazados de los vuelos de los golondrinos o "aviones", y la risa de una niña que suelta la mano a su padre para coger a su amiga; van a la plaza. Callejón de la Soledad, camino de la Soledad, ermita de la Soledad, al lado del cementerio. Todo es silencio. Da que pensar, es mejor morir queriendo vivir, que desear la muerte en plena vida; una boutadeLa noche cae lenta, tierna, calma. Pasan lentos los segundos, y los ojos y las manos desnudas ausentes. La luna que se incrusta por la claraboya de la habitación abuhardillada. Relectura del Viaje..., con las Cantigas de fondo, hasta las primeras luces. Un café, mientras Marisol acompaña al trasiego con la cafetera, y una deliciosa conversación sobre lo bello que se encuentra en cada lugar, sus gentes; ojalá lo aprendan sus hijos. "Ve por Henche y Gualda", un adiós, y hasta la próxima. Sobre la moto, el paisaje penetra por todos los poros del cuerpo, y los sentidos.

Henche y Gualda

    El viajero salta los Gárgoles que visitara Cela, y se dirige a Trillo por otra ruta. En Henche un hombre, de mediana edad, parece no comprender al viajero, y tarda en decir que sí, que para la iglesia hay que subir por la calle de la izquierda, ahí mismito, y lo repite sin parar… El viajero siente que debiera acompañarlo un rato, o no, no sabe, y le desea lo mejor bajando la visera del casco. En pocos metros la iglesia de la Soledad, de un románico rural muy cuidado, como tanto por la Alcarria, y vuelta a la placentera carretera de verdes árboles y aguas correderas.

    En Gualda el reloj del Ayuntamiento se ha parado. El pueblo donde Alfonso X, el Sabio, y mujeriego, creó la Mesta. Una mujer limpia las escaleras de la iglesia, y lleva flores para el altar. Recuerda a su marido, fallecido hace seis años, "tanto soñó venirse de la capital, y ya ves al poco…" Cuidaba su huerto. Todo con una sonrisa triste, pero hermosa. Es la España que vuelve a su raíz para los últimos años, tras la jubilación. Un proyecto, "Agenda Urbana para el Alto Tajo". Otra oportunidad de encuentro entre jóvenes y las administraciones. Se echan de menos las risas infantiles, piensa el viajero. Un último vistazo al reloj grande, no corrió su aguja…

Trillo

    "La cascada de Cifuentes es una hermosa cola de caballo, de unos quince o veinte metros de altura, de agua espumeante y rugidora. Sus márgenes están rodeadas de pájaros que se pasan el día silbando. El sitio para hacer una casa es muy bonito, incluso demasiado bonito". Un poco más abajo el puente romano. El viajero fotografía una de las dos torres cilíndricas de la central nuclear (la última que se puso en funcionamiento en España, en 1988), entre el arco milenario. Una vecina, de un hablar juvenil que desdice a sus canas, cuenta cómo muchos aplaudieron la llegada de la central, habían pasado mucha hambre tras la guerra, -tanta que algunas niñas llevaban el azúcar que les permitía la cartilla de racionamiento a las otras "ricas"-, algunas tan ladinas que devolvían los tarros lamidos hasta el último grano "para que no llegara a nuestros labios". Otros se marcharon. Hoy no queda gasolinera para el pueblo. Aquel con las fiestas más ricas de la comarca.  

    En Trillo fue muy famosa su Leprosería. El autor de Viaje a la Alcarria lo cuenta: "Caminando por el pueblo de un lado para otro pronto surge en la conversación el tema de la leprosería. —Al principio andábamos un poco escamados con esto de la lepra; ahora ya nos vamos haciendo. Un hombre viejo, tercia; —La pena fue que se perdieran los baños de Carlos III, que eran famosos en toda España. Ya sabrá usted lo que decía el refrán: que Trillo todo lo cura, menos gálico y locura. —¿Pero ustedes no tienen miedo a que les peguen la lepra? Los hombres se miran antes de responder: —Pues no, eso no. Vamos, unos tendrán y otros no tendrán...". El 6 de junio, de ese 46, la visitó el obispo de Medanza (Perú); peculiar visita que acabó con reparto de habanos entre los enfermos, después de cantar una salve, eso sí (Nueva Alcarria, 8 de junio, 1946). Lo de las termas del balneario de Carlos III  -Trillo en la dominación romana se denominaba Thermida-, ya es otro tema de mayor copete... La pandemia los mantiene cerrados. Su fama creció por sus ilustres moradores. Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811, figura esencial como estadista, pensador, reformador, escritor...) madrugaba, en el verano de 1798, e iba a beber de las termas. Estaba en plena crisis personal y política en el Ministerio de Gracia y Justicia. Del barón de Mesnis, "primer teniente de Reales Guardias Walonas, hombre que, por lo visto, llegó baldado a Trillo, y después de algunos días de tomar las aguas mezcladas con suero de cabra, empezó a mejorar y pudo retirarse a la corte, según dice el cronista, lleno de consuelo. Esto sucedía en 1768.", y que encuentra Cela en el "Tratado" sobre estas aguas que le regalan, el viajero no da con ello, ni en Wikipedia. Y eso, extraña, o no tanto, a estas alturas, y sonríe. La reserva de gasolina avisa, hay que volver a Cifuentes. Mati, la "gasolinera", comparte unas cerezas que le ha traído un cliente. Es joven de ojos claros, muy viva; sus cabellos entremezclados de grises y dorados hablan de una juventud volandera; cuenta de Ruguilla, su pueblo. El conductor de una 4X4 relata sus negocios, prósperos, con los pueblos en los límites con Cuenca. No hay señales, ni las quiere, de frontera.

Budia

    Cela duerme en La Puerta y luego negocia un carro hasta Budia. De cien, se quedan al final en sesenta pesetas. Lo paga bien. El escritor tenía recursos, venía de familia (si no, volvamos a las cartillas de racionamiento). Al motorista le pica la curiosidad del caso que llevó a Cela a pisar el cuartelillo en este pueblo: "...me encerraron por orden del alcalde, que era un albino borracho y medio tartamudo, y me tuvieron un día con su noche metido en un sótano maloliente y alimentado con unas sopas de ajo y un par de venencias de esperriaca. En el calabozo estaba un gitano, de mi edad poco más o menos, que había robado una mula. Se creyó, vaya usted a saber por qué, que yo era cómico, y no hacía más que preguntarme: si usted es artista, ¿por qué no lo quiere decir? . El director de El Español, para el que irían las primeras entregas, intercedió, y lo soltaron. Sobre comicidades si se dio buen empacho en su vida, y como botón de muestra en el Viaje, en La Puerta"—¿Es usted cómico, como se suele decir? El viajero hace unos visajes con la cara y las dos mujeres empiezan a reírse. Sigue un poco más y las mujeres se ríen ya a carcajadas, dándose palmadas en los muslos y diciendo: ¡Pare, pare! El viajero se levantó y dio dos volatines por encima de la artesa, haciéndose el cojo. Las mujeres están ya rojas, congestionadas, muertas de risa. Al viajero también le dio la risa cuando estaba en cuclillas encima del banco, rascándose la cabeza como un mono. La niña Rosita se echó a llorar. Los gatos huyeron despavoridos y los perros ladraban desde el zaguán. —Pues no, señora, tampoco soy cómico. —Pues podría usted ganarse muy bien la vida haciendo esas caras. —Sí, puede ser."

    Aprovechando el hecho, trazó algunos rasgos de una pareja de la Guardia Civil de aquella época que, a la salida de Durón, hacia Pareja, le pide los "papeles": "—Es que aquí al amigo Torremocha, ¿sabe usted?, se le tomaron las aficiones con el Glorioso Movimiento Nacional. Cambió el servicio de los santos por el servicio de las armas, y para mí que se quedó entre Pinto y Valdemoro. El guardia Torremocha calla, pero en su silencio no hay nada de conformidad. —¿Usted leía el Muchas gracias? —Algunas veces. —¡Vaya revista! ¡Qué repajoleros, qué cosas se les ocurrían! ¿Y la Crónica? —También de vez en cuando. —Yo entonces estaba destinado en Carabanchel y en cuanto que se terciaba, ¡zas!, me plantaba en Madrid y me iba de cabeza al Eslava o al Martín. ¡Ahora estoy hecho un carcamal! El guardia Pérez se atusa el bigote y chupa del pitillo. Con el mosquetón en bandolera y pidiendo la cédula a los caminantes por las carreteras de la Alcarria, el guardia Pérez es un hombre que vive de recuerdos."

Viana de Mondéjar

    Las "Tetas de Viana", "encienden" la vena poética de Cela. "Al salir al terreno llamado de la Fuente de la Calinda, aparecen erizadas, violentas, las Tetas de Viana. El viajero se siente poeta y tira de lápiz.". Recita unos versos: "... Su verso se lo dedicó a una moza, ya no tan moza, andariega y silvestre, con la que tuvo amores; unos amores que tampoco viene a cuento traerlos aquí: A la arriera garrida, una extranjera en la vida, Valvanera consentida por un marido capón.". Le ha acompañado Quico con su mula.
    Es media tarde, plena solanera, un sol despiadado sobre un pueblo vacío, ni un alma en las calles. En una sombra aparca la moto, y relee: "... Las dos Tetas son casi exactamente iguales vistas desde el norte, quizás la de poniente sea algo más alta. Tienen forma de cucurucho cortado antes de la punta y terminan, cada una, en una mesa de bordes rocosos y cortados a pico que deben ser difíciles de escalar." De lo alto de la loma a la derecha, de una cueva, mitad casa, sale una música ensordecedora. A voces ¿oigan? ¿Para llegar a la mejor teta con escala? "Fue puesto de vigía en la guerra, por la linde antes del Camino de la Lana que luego se une al de Santiago". Al buen hombre, ya en edad metido, pero ágil, le "acompaña la radio".

Casasana

    "... Casasana es un pueblo subido encima de un monte, el cerro de la Veleta, un poco por el lado contrario que es más tendido. Casasana no se ve hasta que ya se está encima. Es un pueblo minúsculo, con escaso cultivo y mucho ganado vacuno; ochenta y tantas vacas. En Casasana fue el único pueblo de la Alcarria en el que el viajero encontró vacas de leche blancas y negras, de raza holandesa, como las de Santander." Lucero, el asno de Felipe "el Sastre" de Casasana, pedanía de Pareja, sobre el que viajó a sus lomos Cela hasta Sacedón, volvió años después a su cuadra en la plaza del pueblo, mecánicamente, con el titiritero que se lo compró, cargado de globos que iban explotando al chocar con las vigas y paredes. Felipe, no era sastre, otra más de don Camilo, y éste llegó a Sacedón por indicación de la mujer de Felipe. Ahora pasan ambos a la historia, Felipe acompañado de Elena, su hija pequeña, en una foto que los inmortaliza en el museo del castillo de Torija. Ella, Elena joven madura y alegre, toma ahora una cerveza con Paco y su mujer, en la plazoleta trasera de la ermita. Subir la cuesta costó alguna maniobra hábil con la Vespa. Tienen su compañía de teatro, la CIA "Como salga", junto a un grupo de entusiastas están revitalizando Casasana, y plasman su historia en Fortaleza, la revista que narra sus andanzas, y aquellas de los restos de muralla del viejo castillo recuerda. Son la mar de hospitalarios.
    El viajero les cuenta que su pueblo tiene en su historia a gentes valientes, honestas y alzadas. Allá por la década de 1342 en adelante, el obispo de Cuenca, un  tal García, tenía los señoríos episcopales de Pareja y Casasana como centro de sus fechorías, latrocinio y crímenes. Quince vasallos fueron ajusticiados por miedo a que lo denunciasen de tales desmanes (además de cometer adulterio e incesto y concubinato, el papa Clemente VI lo más que hizo fue enviarlo a Aviñón).
Escuela de niñas, años 40
en Armallones. verpueblos.com

    En Casasana el viajero Cela coincide con la "coqueta" maestra. Al motero, en Masegoso le llamó la atención la reconstruida "Escuela de niñas". Con ambos mimbres, y a la sombra de la iglesia de la Asunción, monta el escenario para representar aquella escuela nacional-católica: "La maestra, que acompaña al viajero en su visita a la escuela, es na chica joven y mona, con cierto aire de ciudad, que lleva los labios pintados y viste un traje de cretona muy bonito... La maestra llama a un niño y a una niña. —A ver, para que os vea este señor. ¿Quién descubrió América? El niño no titubea. —Cristóbal Colón. La maestra sonríe. —Ahora, tú. ¿Cuál fue la mejor reina de España? —Isabel la Católica. —¿Por qué? —Porque luchó contra el feudalismo y el Islam, realizó la unidad de nuestra patria y llevó nuestra religión y nuestra cultura allende los mares. La maestra complacida, le explica al viajero: —Es mi mejor alumna. La chiquita está muy seria, muy poseída de su papel de número uno. El viajero le da una pastilla de café con leche, la lleva un poco aparte y le pregunta: —¿Cómo te llamas? —Rosario González, para servir a Dios y a usted. —Bien. Vamos a ver, Rosario, ¿tú sabes lo que es el feudalismo? —No, señor. —¿Y el Islam? —No, señor. Eso no viene." Al viajero actual le suenan cercanas las retahílas sobre "Historia de España" de algunos políticos actuales de la derecha, con las de aquellos niños del "46".

Tendilla

     La subida al autobús, dirección Tendilla, para luego llegar a Sacedón, no comienza con "buen pie" para "don Camilo": "El viajero, al intentar acomodarse, pisa sin querer a una gitana jovencilla, muy guapa. La mujer da un grito. —¡Mal puñetaso te pegue un inglés borracho, esaborío!". El escritor prosigue: "En la Alcarria, el viajero se encontró gitanos por todas partes, gitanos que viven en paz y buena armonía con los payos, gitanos trabajadores y buenos artesanos [...], gitanos sedentarios que se inscriben en el registro civil, van a las quintas y viajan en coche de línea, gitanos que lo único que no hacen es casarse fuera de su raza." El franquismo trasladó la imagen del gitano con cabra y la danza de una gitana con pandereta en la era de un pueblo, sobre carretas y poblados marginales. La escuela, y la sociedad, en un proceso de inclusión democrática, ha hecho conocer sus ritos, y una rica cultura creativa; el hito de escuchar un gitano en el parlamento, dejó aquella segregación en la trastienda gris de la dictadura. Aunque, no nos fiemos, piensa el viajero, hay mucho "vocero" que señala como "apropiadores" de derechos de los "españoles" a inmigrantes y pueblos que se asientan en esta patria. Y esto no ha hecho más que empezar (muchos trabajadores encontrados en este viaje, y otros muchos, proceden de Hispanoamérica y Rumanía; realizan trabajos que jóvenes, y mayores, de aquí, no quieren realizar; con un 40% de paro juvenil).

    En 1946 se están construyendo los pantanos de Buendía y Entrepeñas. El hecho no atrajo la atención de Cela desde el autobús. Tras años de fuertes sequías, el trasvase Tajo-Segura obligó al abastecimiento con cisternas a las poblaciones. Este año vuelven los barcos de recreo, puntitos blancos sobre las aguas, y el bullicio "madrileño" a las urbanizaciones, buscando el mar del interior.

    
En Tendilla preguntó Cela por Pío Baroja, hasta que alguien se acordó que allí tenía tierras para el aceite, y algo de estraperlo (también la caza, y escribir). "No compres mula en Tendilla, ni en Brihuega paño, ni te cases en Cifuentes, ni amistes en Marchamalo; la mula te saldrá falsa, el paño te saldrá malo, la mujer te saldrá p..., y los amigos contrarios"Las "famas" entre pueblos, que llamó la atención del autor de El árbol de la ciencia (1911); nada que ver con lo que sus sucesores viven. Después de ser mordido por un perro, y por un ganso en el trasero, el viajero Cela viaja a Pastrana. El viajero en moto en ese recorrido se asusta con un "apagón" del motor. La cola que ajusta el puño del acelerador se ha disuelto al calor de la tarde. Es cuestión de buscar una sombra.

Pastrana

    "La plaza de la Hora es una plaza cuadrada, grande, despejada, con mucho aire. Es también una plaza curiosa, una plaza con sólo tres fachadas, una plaza abierta a uno de sus lados por un largo balcón que cae sobre la vega, sobre una de las dos vegas del Arles". Y lo primero es girarse hacia la torre donde estuvo encerrada, por orden de Felipe II, del que se dice pudo tener un hijo, de sus diez, la princesa de Éboli (Ana de Mendoza de la Cerda, Cifuentes 1540, Pastrana 1592). Lideresa pacifista en la corte, ante las guerras con Flandes, pierde la partida (su arresto se debe a sus relaciones con Antonio Pérez, secretario del rey, acusado de espía a favor de los holandeses). Una mujer de armas tomar, que se enfrenta con Teresa de Jesús, por el control del convento carmelita fundado bajo su patrocinio, y al que la monja requiere que abandone, por trastornar sus estrictas reglas, cuando la princesa entra tras la muerte de su marido (Teresa manda abandonar a sus monjas, y éste pasa a las franciscanas, hasta hoy). "En la habitación donde murió la Éboli — una celda con una artística reja, situada en la planta principal, en el ala derecha del edificio— sentó sus reales el Servicio Nacional del Trigo; en el suelo se ven montones de cereal y una báscula para pesar los sacos. La habitación tiene un friso de azulejos bellísimos, de históricos azulejos que vieron morir a la princesa, pero ya faltan muchos y cada día que pase faltarán más; los arrieros y los campesinos, en las largas esperas para presentar las declaraciones juradas, se entretienen en despegarlos con la navaja". Ahora toca callejear el entramado medieval-renacentista que es Pastrana. Un batido de mango; la heladera no toma dulce, ni helado, "uno al verano, a sus horas". Es joven y se cuida. Casas señoriales, una  ermita "incrustada" en un bajo, y la fuente de las cuatro cabezas, del XVI, donde unos chavales, mojándose, miran de reojo al viajero vestido de motero. 

    Dos mujeres, delgada y de mediana edad la mayor, parlanchina, algo gordita la joven, con la mirada como despistada, están sentadas bajo el crucero de la entrada de la Colegiata-museo (donde cuelgan los riquísimos tapices de las conquistas de Arcilla y Tánger por Alfonso V de Portugal). ¿Tiene usted moto? No señora, paseo con esta vestimenta (cazadora, casco, mochila...), para curarme de la que está cayendo... Son simpáticas y acogen la ironía. Vienen al rosario. Suena la campana como bomba de mortero; asusta al viajero, se ríen a carcajadas. Pasan al templo. Él, sentado bajo la cruz, busca textos de Viaje a Italia, y Apuntaciones sueltas de Inglaterra de un "inmortal": Leandro Eulogio Melitón Fernández de Moratín y Cabo (1760-1828). Pensador, poeta, traductor de los clásicos, ensayista y, sobre todo, dramaturgo. De su pluma afilada surge La derrota de los pedantes, contra los malos escritores. Probablemente escribiera aquí, en su casa materna, parte de El sí de las niñas, estrenada en 1806, sobre la libertad de las jóvenes de elegir su amor (buen referente en Éboli), y que la Inquisición "secuestró" más de veinte años. O La Mojigata, o La comedia nueva o el Café, criticando obras y autores de su tiempo. En el destierro coincidiría en Francia con Goya. Ahora el pueblo da nombre a un instituto y una "posada".

    Antes de abandonar Pastrana, hay que probar sus borrachos. Es tarde, y sólo quedan los que rebusca una amable cocinera del restaurante del palacio de los Franciscanos. El claustro y el refectorio están ornamentados sutilmente, bellamente, y las bodas y banquetes abrirían las carnes de los monjes por su elegancia. En el palacio ducal, tres jóvenes músicos, con su director, ensayan con paciencia los compases para el Festival Ducal. Sentado a las escaleras del palacio, rezumando el gusto del primer borracho, el viajero se transporta en ese escenario a la corte del siglo de oro, entre bailes con damiselas, galanes con tronío, y voces blancas de convento.

Zorita de los Canes 

    "Zorita de los Canes está situada en una curva del Tajo, al lado de los inútiles pilares de un puente que nunca se construyó, rodeada de campos de cáñamo y echada a la sombra de las ruinas del castillo de la orden de Calatrava. Del castillo quedan en pie algún muro, dos o tres arcos y un par de bóvedas". 

    Zorita tuvo su momento de auge con la primera central nuclear del país, la José Cabrera,  (cerrada en 2006, y también el inicio de su quiebra social). Para el viajero, lo primero es concertar posada. "Los habitantes de Zorita de los Canes son de raza rubia, como los alemanes o los ingleses. Tienen el pelo rubio y los ojos azules, y son altos y bien proporcionados". Las posaderas de ahora, de la Posada Municipal, son tremendamente acogedoras. Raquel, cuelga un bebé precioso, en una mochila; Silvia, con su hijo Joaquín, ya adulto, han encontrado aquí una vida nueva. Campo, belleza, tranquilidad, sosiego; y lo transmiten a cada instante. Dejar las cosas en la habitación y cena de bocadillo de jamón y queso de Pastrana, en la puerta grande del castillo, entre palomas y pájaros que tienen cientos de nidos en sus almenas. La noche estrellada en la terraza, viendo el Tajo, y el aire suave como música, acompaña las últimas hojas de Viaje a la Alcarria.

    Es la última jornada. Al salir para desayunar unas frutas en la ribera del Tajo, suena un buenos días cercano. Es Mariano, policía local de Jávea. Sin preverlo, se "monta la de San Quintín", afectuosamente hablando, un parlamento a "dos manos". Organiza carreras de cross por Requena, y admira a los también amigos maratonianos del viajero, Montero y Romera. Cuenta un millón de historias que narra con voz de locutor radiofónico. Su abuelo le repetía, "el que siembra, luego recoge", y Mariano está sembrado. Va a Recópolis, la ciudad visigoda, que vio en Ruralita de La 2. Lía al viajero, y ya no se deshace el ovillo. Que si José Vicente, su primo, el sumiller; que José Luis Perales compró aluminio a su tío para su casa en Cuenca. Hasta la mili como "boina verde", vigilando islas frente a los marroquíes (1987), con un teniente, un tal Fullana, un tío majo, quizás el mismo que el viajero tuvo en unas maniobras contra los "Legías" en Fuerteventura ("historias de la p. mili", que unen a viejos "mozos" de todas partes).  

    Y el epílogo al viaje es Recópolis. La ciudad de nueva planta y mayor realce del poder de un padre, Leovigildo, a su hijo Recaredo. La que la historia y el tiempo obligó a cargar sus piedras hasta el castillo de Mohamed I de Córdoba, luego cedido por Alfonso VIII a la orden de Calatrava (como esta tierra que sigue cediendo sus hijos a otros parajes de una España, la que deja despoblada su mayor piel). Es el final de un viaje, "...su excursión por la Alcarria ha terminado. La idea le produce alegría, por un lado, y tristeza, por otro. Ha aprendido muchas cosas y, sin duda, le han quedado otras muchas por aprender. Caminó por donde quiso y, por donde no quiso pasar, dio la vuelta...".  También para el viajero en Vespa, que al pasar por muchos rincones o no ha visto a nadie, o por otros donde quizás, dentro de poco, caigan las casas. Es la España vaciada, aquella que sólo puede contar su abandono, su historia. Mas ésta no pervivirá si no hay seres para contarla. O mejor, para seguir viviendo en una tierra que tiene mucha semilla para rebrotar la rica vida que tuvo.

    Al pisar la palanca de arranque de la Vespa, el viajero lo hace con rabia y pena. Siente que, si conocieran muchas gentes esta tierra, habría una segunda oportunidad. Él, volverá pronto, lo siente en las venas, mientras gira el puño del acelerador y la moto ronronea levemente sobre el asfalto.

martes, 20 de julio de 2021

 Miradas

El Viaje a la Alcarria de Cela, 

setenta y cinco años después, en Vespa (I) 

Insondables contrastes

 

Unos años antes

Instituto "Alfonso VIII". (Cuenca, 1946). 
Su   ubicación definitiva coincide con la aparición
de Viaje a la Alcarria, de C. J. Cela.

    Escaleras de piedra atiborradas de risas en cuerpos adolescentes masculinos. El vestíbulo de muros regios, pasillos con tarima gris, radiadores de hierro fundido, también grises, con el jefe de estudios, tijera en ristre, recortando puntos de carnet por estar "asobinaos" a ellos; un buenos días seco, siéntenseaulas sombrías, de paredes amarillentas, pupitres alargados de cuatro bancos con el retranco de los desaparecidos tinteros; la mirada al frente, retratos del generalísimo y del jefe de la falange custodiando al crucifijo. La pizarra cuarteada de venas que supuran polvo de tiza. “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, de 1946, con letra de cuaderno Rubio. Es la vuelta del gimnasio, huele a humanidad recia; el calzón corto bajo los pantalones, que alguno no se ha quitado para ocultar huellas del cilíceo (no pecar, Opus Dei dixit). Han pasado treinta años, es 1976 y hace un año que murió el Caudillo (Franco). Desde que apareciera el libro, poco, o nada, se ha contado de aquel tiempo, de la guerra que cuarteó estas tierras, ni de cómo en ese 1946 las potencias internacionales quieren aislar al régimen por su apoyo al Eje (Alemania e Italia) durante la segunda guerra mundial; el NO-DO filma manifestaciones multitudinarias  “espontáneas”, de adhesión al Jefe del Estado ("setenta mil obreros", en Oviedo). Francisco Franco Bahamonde declara por sorpresa al país como "reino" y se reserva proponer su sucesor. Los Borbones pujan por don Juan, hijo de Alfonso XIII (aquel que abandonaba el país "para evitar una guerra", y del que pocos se atreven a contar lo oscuro de su reinado). En los bares huele a humo de tabaco liado, se discute de toros, Manolete o Dominguín, Julio Arturito Pomar es campeón de ajedrez, pero miles de críos juegan en las calles sin asfaltar con pelotas de trapos; quieren jugar en el Real Madrid, lo gana todo. 

    Muchos obreros, todavía con alpargatas, al salir del trabajo, echan la quiniela para un pisito o una "Vespa" (avispa), que acaba de salir en Italia (el "seiscientos" vendrá diez años después). No se habla de política, "hagan como yo" abjuraba el general bajito. Los Castells (castillos humanos) son, para la oficialidad, una muestra del original folclore catalán, y el encaje de bolillos de San Vicente dels Horts. Es el tercer año de sequía y Mi vaca lechera se tararea tanto como Angelitos negros, de Machín, y Las cositas del querer, de Manolo Caracol. El circo Price abre su vestíbulo a dos mil pobres para una comida benéfica y en el orfanato nacional de El Pardo, y el asilo de San Rafael, los niños reciben los reyes magos, limpios sus rostros de magulladuras y hambre. No están los "robados" para familias pudientes. Todo esto, y más, lo ovilla NO-DO, al himno de un país "felizmente afín al régimen". 

Año 2021, el prólogo y viaje hasta Guadalajara

    Largas colas de gentes con mascarilla esperan silencioso turno para su vacuna, a cualquier hora, en las inmediaciones de un campo de fútbol. Aún resuenan los aplausos a médicos y enfermeros que lucharon desesperados, y todavía lo hacen, por salvar las vidas de miles que han sucumbido a la plaga de la COVID-19 desde primeros del XX. La pandemia ha asolado al mundo entero. Millones de personas viven aterrorizadas y confinadas en sus hogares. El viajero, del siglo XXI, observa pasar los días desde su terraza, invitando a su soledad a palomas y pájaros, mientras el ordenador parpadeaba la última tarea del teletrabajo. Durante el interminable insomnio repasa rutas en Googlemaps; cientos de enlaces y algún libro de viajes que aquel Camilo menciona en su relato. Han pasado setenta y cinco años. Llegó la hora de poder salir de las ciudades, y parar en los rincones y fogones que resten, que el autor del viaje por la alcarria guadalajareña apunta. Teme por los embates que esta plaga y el abandono del mundo rural haya hecho con estas tierras. El viajero no viaja a la Alcarria por admiración al autor, ni busca grandes historias, como soñó allá en el instituto. Quiere ver la fotografía sepia del tiempo pasado, viajar y sentir, sin filtros, el pulso de sus gentes y compartir con ellos la esperanza de ver el final de esta larga penuria. 

    Las primeras luces entran por los pliegues de la persiana. Es hora de partir, cuanto antes mejor, después habrá mucho tráfico. Un beso velado a la hija, colocarse la chaqueta con refuerzos ante las caídas y al garaje. Cela atravesó un Madrid madrugador, de tranvía y caras de gente trasnochada, algunos todavía con las últimas bombas y disparos por las calles en sus pesadillas, las cárceles colapsadas de presos del bando perdedor; ahora las calles están repletas de vehículos, ruidos furiosos de sus motores, y los rostros están tapiados por mascarillas multicolores que sólo enseñan unos ojos centrados en la rutina.

Entrega del Premio Cervantes del rey Juan Carlos a Cela (1995).
    Autovía y fresco, primeras luces. En Alcalá de Henares, las tapias del cementerio que vio Cela (fallecido en 2002), se han convertido en un infinito laberinto de viviendas uniformes, y los pescadores y soldados de caballería son ahora estudiantes de la Universidad donde recogiera su premio Cervantes en 1995 (con un discurso, amén de sumiso-monárquico, una reflexión sobre el ser humano "elegido", por Juan Carlos I: "los tres embates que siempre se arrancan y siempre se estrellan contra el alma de los elegidos: el hombre impaciente, el del tiempo inclemente y el de la circunstancia desaforada e hiriente."). De desaforada, premonitoria palabra y que bien pudiera catalogar, la ambición del rey, aún emérito, y huido de su país; refugiado en uno árabe, del que, supuestamente, habría recibido cantidades ingentes de primas por obras faraónicas, guardadas, a buen recaudo, en paraísos fiscales.

    Las mujeres alcalaínas, como todas, tan "admiradas" por el "nobelado" y, a cuenta de lo publicado, parejo el rey, no son tan "tremendas" ni "bigotudas". Pero esto lo observa el motorista al vuelo. De vuelta a la autovía, los camiones producen inquietantes zigzagueos de la Vespa. Hay que salir por el desvío a los Santos de la Humosa, con su impresionante cuesta con vistas de Alcalá; luego El Pozo, y Chiloeches, con sus primeros caminantes hacia el dispensario médico o la tienda. Es gente mayor, y muy contada. Algún ciclista se pega al manillar bajando las pendientes, para mejor aerodinámica, hasta Guadalajara. 

    La capital alcarreña la cruza un nervio de calle hasta el centro. Hoy hay mucho movimiento de gentes, sin prisas, en mercados y tiendas, y muchos coches de autoescuela, con jóvenes al volante, dudan entre su maniobra y la de las motos. Parada en el Palacio del Infantado, para Cela: "El palacio del duque del Infantado está en el suelo... Es grande como un convento o como un cuartel. Por el centro de la calle pasa un tonto con una gorra de visera amarilla y la cara plagada de granos. Va apresurado, jovial, optimista. Va muerto de risa, frotándose las manos con regocijo; es un tonto feliz, un tonto lleno de alegría. El viajero entra en una tienda donde hay de todo. —¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara? —¿Algo típico, dice? —Pues, sí... Eso digo. —No sé... ¡Como no busque usted bizcochos borrachos! 

    El palacio del Infantado, actualmente, es de una belleza única por su fachada de puntas de diamante y de balcones góticos, su bello patio de los leones y su jardín "mitológico". Aquí se celebran en primavera los maratones de cuentacuentos; este año, han esquivado a la pandemia con la imaginación, y ya cuentan treinta primaveras. El primer bizcocho borracho alegra la mañana, paseando por la calle mayor, y el motero no se encuentra ningún "tonto". Ese vocabulario se desterró, degrada a la persona; ahora, desde la escuela, y desde todos los demás ámbitos, se trabaja por la inclusión. Aunque restan grupos que desprecian lo que no es arcaico, homófobo, xenófobo..., agarrotados a un pasado tercamente, y desde hace no mucho, desafiantes en público. En la calle mayor, de la que cuenta Leguineche, en La Felicidad de la Tierra (Alfaguara, 1999): "...viene a ser como la de Palencia, la que pinta Bardem en su película. Se diría que no ha pasado el tiempo por ella, territorio de chalanes y chamarileros, de cacharreros, aunque algunos comercios se modernizan. Esta calle tiene su encanto. Los martes, frente al bar Soria, se congregan labradores de los pueblos para comprar y vender, para informarse del precio del cereal; los ganaderos cierran tratos... los tratantes van al grano."

    En esta mañana soleada, los viandantes se saludan, se paran ante una larga fila de furgones de los que descargan el material para el rodaje de una película.  Al viajero le espera la exposición, 6º Below Nothing, en el auditorio "Antonio Buero Vallejo". A oscuras, sobre una mesa gigante, se vierten luces y sonidos atronadores sobre las ultimas guerras en el mundo. Una mamá no suelta la linterna que activa los vídeos; ni al niño que lo asedia con explicaciones redundantes. El viajero se pone nervioso, ¿me la deja? Sí, luego. Abarca y no suelta el poder, como avisa el artista en el previo a entrar en la oscuridad. Cuando le pasan la linterna dispara sobre cada indicador a toda velocidad sin dejar terminar el movimiento. Al viajero le falta paciencia.

Torija


    Cela llega a Torija en un carro: "Torija es un pueblo subido sobre una loma. Un parador. Tres casas. Cuatro mulas. Cinco damas. Seis hidalgos. Siete zagalas... En Torija, el viajero se tira del carro delante del parador, a la salida del pueblo. Antes de decirle adiós, el viajero se ha tomado un vaso de vino con Martín y ha estado hablando con él del tiempo, de lo crecido que está el trigo, de lo que vale un par de mulas, de lo que dura una chaqueta de pana, de lo que presumen las criadas de Madrid, que no son nadie, que son como todas, pero que tienen unos humos que parecen condesas. El arriero y el viajero acuerdan que lo mejor es ni mirarlas a la cara y casarse con una chica del pueblo, con una chica de la que se sepa en qué trotes ha estado metida...".

    La altura sólida del castillo impacta desde su base. En un "daguerrotipo" en el suelo, en la fuente de la plaza podemos ver sus ruinas. El arco de entrada, que hoy alberga el museo del Viaje a la Alcarria, tiene varios nombres, y el viajero de hoy se fija en "El Empecinado", y le viene el retrato de Goya a aquel guerrillero contra los franceses, que destruyó el castillo para no entregarlo, luego general y final trágico, que siguió la lucha por estas tierras, Brihuega, Atienza... El viajero recuerda un pueblecito desaparecido por las fauces del terror bélico, Sacedoncillo, más al norte, donde los fascistas italianos son derrotados por la República en 1937. Las guerras, tantas guerras en esta "piel de toro". Y piensa que la Historia no se ha estudiado nunca como cimiento de la convivencia de los pueblos, que estos días el líder de la oposición, Pablo Casado del PP, no acierta con los hechos, ni condena sus estragos, y hace de "palmero" con la ultraderecha. El escenario por el que anda Cela lo conocemos por el NODO, donde no aparecían las cunetas repletas de asesinados, y sí la falsa mortaja a la verdad de aquellos cuarenta años. El viajero de hoy recuerda la película Intemperie, homónima de la novela de Jesús Carrasco, situada también, curiosamente, en 1946, y nos habla de una tierra andaluza terriblemente "asalvajada" y degradada, ante la impunidad de sus caciques.

    Una pareja se acerca a la Vespa. El hombre la disfruta. "Yo tuve una, pero ésta es preciosa". Son Luis e Inés, catalanes jubilados, viajeros incansables y sin fronteras. Originarios de Saurí (Lleida), se deleitan contando de sus bellísimas pinturas románicas al fresco, ahora en el Museu de Catalunya "donde se llevaron en copia, en piel de carnero". En la iglesia de Sant Víctor, el artista Santi Moix, ha creado su "ermita de las delicias". Ahora disfrutan y valoran la charla con quien encuentran en sus caminos. Sobre la mesa del bar, El Mundo vuelve a cargar contra el indulto a los presos del Procés. Los tres viajeros coinciden que lo más importante es escuchar, atender a razones, ahora toca hablar, como se debiera haber hecho, "somos todos los pueblos diferentes, pero tenemos que convivir..., y la república está en el ADN de muchos catalanes". 

    A la conversación se une Fernando, del Betis. Hace veinticinco años recorrió la ruta a la Alcarria, en bicicleta. Cuenta, con notable acento andaluz, anécdotas del Nobel. Ahora va hacia Viana; será hospitalero la primera quincena de julio. Tiene mil anécdotas sobre el Camino de Santiago y el de La Lana, y que al pasar por aquí le sellaron en el cementerio; menos mal que había entierro, pues llegó por la tarde y estaban cerrados el ayuntamiento y la iglesia. Al pagar el "reo" el suplemento que queda en la barra es Pueblos, titula: "Tiempo de esparragar".


Brihuega

    Antes de Brihuega el motero para en un campo de lavanda. Colores y perfume son embriagadores. Cela contó: "Al lado de la fonda, el viajero se encuentra con la puerta de la Cadena, por la que se mete en el pueblo. La puerta de la Cadena tiene una hornacina con una Purísima, y debajo una lápida de mármol blanco que dice: 1710-1910. La villa de Brihuega en el segundo centenario de su memorable bombardeo y asalto...". 

  Al motorista entrar en Brihuega se dirige a la plaza del Ayuntamiento, para echar un trago en cualquiera de los cuatro caños de las dos fuentes que guardan la subida. No muy lejos queda el lavadero: "Un buey rubio y viejo, de largos cuernos y cara afilada, como un caballero toledano, bebe, no más que acariciando el agua con el morro cano, en el pilón de una fuente fecunda, en el pilón de una fuente que hay al lado mismo del lavadero. Cuando termina de beber levanta la cabeza y pasa, humilde y sabio, por detrás de las mujeres. Diríase un eunuco leal, aburrido y discreto, guardador de un harén bullicioso como el levantarse de la mañana. "El viajero se pone en la cola del obrador para comprar sus famosas magdalenas. Hay cola desde las nueve. Los mayores los primeros, con mascarilla. No se atreve a acercarse a la de los lavaderos, con doce caños, donde se dice, que quien beba de ella le sale amante. Una pareja bromea, ella no sabe aún si probarlo. Busca con la vista al fondo, la tienda de Miguelón“El melenas”, a la puerta de las cuevas "árabes". Hoy muestra una foto al viajero también con moto, pero de monte; conserva la labia, y no oculta que fue atractivo y ligón de joven. Cuenta que estuvo quince años yendo a Cuba; hasta ayudó a uno que dormía en la calle. Cuba sale mucho en la tele estos días. Que si es, o no, dictadura. No habla de política, si de la buena gente de allí.  Ahora se queja de lo duro que ha sido lo de la pandemia, pero sigue enseñando las cuevas y cuida su carnicería. Tiene buen corazón. 

  Este ya "viejo" amigo aconseja alejarse de la "barbarie", miles de personas, desperdigadas por los campos de lavanda estos días. Es la fiesta, y todo está engalanado. Hay que venir de blanco, pero la chupa de la moto, y el polo, son negros. Después de comer los torreznos y la “tosta de perdigacho”, toca paseo. Todo está plagado, lleno, es imposible encontrar posada, como certifica la regenta de una casa rural muy coqueta en un edificio cerca de la muralla.   
      Ella habla, cuenta, el marido calla y sonríe con amabilidad, mientras recuerda a quien va tras los pasos de Cela que aquel vino con la choferesa negra, Oteliña, americana, en 1986, en un Rolls Royce. Un segundo viaje por todo lo alto, publicitado. Mal carácter, recuerdan algunos; no le gustó la calle que el pueblo había puesto a su nombre, de una sola puerta. Se dedicó a comer y, huraño, no dio mucho las gracias. 
    
   Charlando llega el viajero a la puerta de la "Virgen de la Guía". Un agujero, hoy puerta, para tomar la fortaleza, el castillo de Peña Bermeja, en  guerras. Brihuega fue crucial para el ascenso al trono de los Borbones (1710), luego contra los franceses (1808), que destrozaron y robaron el patrimonio de la Iglesia. También destrozó mucho la guerra civil, como en todas partes: "—Aquí fue donde empezaron a correr los italianos, ¿no sabe usted? —Sí, ya sé. —¡Fue buena aquélla!". Muy cerca está la "Casa de los Gramáticos" donde vivió Manu Leguineche, un alcarreño de vocación, no nacido aquí. Se les ofertó a Cela y a él, amigos muy cercanos entonces. Tras una discusión por el precio se la quedó Manu, ante el regateo desatado de Cela. Manu Leguineche, viajero incansable, bajo la protección de Mercurio, dios protector de los viajeros.

    Luego, subida hacia la antigua fábrica real de paños. Cuando decayó, se los telares se cambiaron por tinajas que almacenaron aceite. A la entrada un grupo de mujeres maduras discuten por decir la verdad, no es bueno ¿verdad? Van de blanco, por lo de la fiesta. El edificio es hermoso y está en plena restauración para un hotel. Tiene unos ventanales y un recinto circular, donde se secaban los paños, bello y equilibrado de volumen y formas. 

    Detrás, el "Jardín romántico": "El jardín de la fábrica es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia. Al lado del gracioso almendro, que parece una señorita muerta, crece el ciprés solemne, que semeja un penitente vivo. Tras los podados, recortados bojes, florecen las paganas rosas de Jericó. Frente al mirto perenne, palidece la montaraz madreselva. El viajero pasea entre los rododendros y, sin poderlo evitar, se le llena la mente de tiernos, insalubres versos de Shelley: el vino, la miel, un capullo lunar, la zarzarrosa...", recuerda Cela. Ahora, dos hombres, con diversidad intelectual, barren y limpian con ahínco las hojas y ramas que ha podado el capataz del grupo. Saben dejar la solicitud de calma de los visitantes. Las vistas de la vega son muy hermosas. Desde el mirador Cela escrutó su siguiente etapa: "Se asoma al alto mirador, con su guirnalda de rosas de té, y mira para el valle. Al fondo corre el Tajuña y, a sus orillas, el camino que el viajero andará a la caída del sol, aguas arriba, detrás de Masegoso, o aguas abajo, detrás de la carretera de Budia." Lo mismo piensa el viajero en moto, mientras pisa el pedal de arranque de la Vespa, ya en la puerta de carros. ¿Hacia dónde tirar?