miércoles, 14 de junio de 2023

Miradas

Destellos de Goya sobre el Garona (Burdeos)

Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío,
o del 3 de mayo, Francisco de Goya (1814).

Plaza de la República. París.
Infobae. Reuter/Gonzalo Fuentes.
Puerta Ayuntamiento de Burdeos.
Marzo 2023. N+Foro TV.
    Algunos todavía guardamos en la retina el fuego de la puerta del ayuntamiento de Bordeaux (Francia), en una de las innumerables manifestaciones contra la reforma del gobierno de Macron de elevar la edad de jubilación de los franceses (de 62 a 64 años). La policía utilizó cañones de agua para dispersar a los manifestantes, como si los "fusilase" (en Nantes, Marsella, o Lorient hubo escenas de guerrilla urbana). No fue el mismo escenario, ni las causas, aunque sí fueron revueltas "de los de abajo", por lo que creían o les hicieron creer, de aquellos madrileños del cuadro de Los fusilamientos del 3 de mayo (1814), de Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, 1728). De ahí que Goya y Burdeos se fundan en este espacio, el arte y la violencia, nunca gratuita y no basada en la "sin razón", como tantas veces intentan los voceros del poder hacernos pensar.
    El dos de mayo de 1808 una muchedumbre se enfrentó en Madrid a las tropas francesas cuando éstas intentaban sacar del país al infante Francisco de Paula, con la intención de llevarlo con la familia real que "negociaba" en Bayona con Napoleón I. Fernando VII debía renunciar a la abdicación de su padre Carlos IV, y ceder la corona al propio emperador; éste la traspasaría a su hermano José Bonaparte, José I (que regiría entre 1808 y 1813 como rey constitucional por el Estatuto de Bayona). De él se ha dicho que podría haber propiciado un cambio pacífico en las leyes de convivencia. Pero el país se vio engañado en una ocupación manifiesta y lucharía por la independencia, en otros por una incipiente revolución. Morían en ciudades y pueblos los súbditos que tanto pesar habían soportado con los borbones, y moría también el romanticismo por el cambio a la república de la mano de los Bonaparte. Se llevó también el empuje de aquellos grupos que pretendían llevar el conocimiento, los afrancesados, que pretendieron cultivar las masas, desde las Sociedades de Amigos del País, para terminar con la ignominia y el sometimiento de sus reyes, nobles e iglesia.
    Goya, como tantos otros, es de suponer que sufriría un desgarro interior. Admiraba aquel pueblo que guillotinó la barbarie de sus reyes absolutistas, que buscaba la soberanía popular e independencia de las naciones, que traería la república por extensión, y que ahora asesinaba a sus conciudadanos armados con tristes navajas. Él, que se consideraba "patriota" de los ideales de la Ilustración y la revolución francesa, sufría la paradoja de ver cómo saqueaban el país y mataban aquellas tropas imperiales en su hipotética invasión hispano/francesa de Portugal tras el Tratado de Fontainebleau (1807).
El «Gigante sentado» y «El Coloso», obras vinculadas.
ABC Cultural, 10/12/2020.
 Al final el emperador francés lamentaría su traición, y el triunfo de la guerra, y desgaste para impulsar su imperio, se debió en la península al apoyo inglés; aunque en el imaginario se fue fraguando la leyenda de que el pueblo y las guerrillas se habían bastado.
   Obras como Gigante sentado, al poco del final de la guerra, y el Coloso, son símbolos de su desolación y la frustración.  El pintor, después de estar mimado y prestigiado en la corte, optó por criticar al poderoso implacable en Los Desastres de la guerra, desglosar los problemas de su tiempo, y del nuestro aún, como la violencia, la miseria y el deterioro de la monarquía absolutista, o la perfidia de la religión y sus próceres.    
    (Se cuenta del filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo, Paul-Michel Foucault, 1926-1984, con una voluminosa ensayística retraída hacia lo macabro y la violencia, que llegó a decorar su dormitorio con reproducciones de alguno de aquellos grabados.) Goya se debatió en la moral que apunta al poder de Nietzsche y Maquiavelo (Napoleón, superhombre y que todo acto o proyecto humano está ligado para la consecución de poder, para el primero y César Borgia, la naturaleza salvaje y cruel de la política para el segundo).
    Goya pintaría un Fernando VII, en 1814, con gestos funestos sobre su rostro que escaparon al monarca, y en otro cuadro, Saturno devorando a su hijo (1823), una alegoría o símbolo de que aquel se "comía" a su pueblo. Al final el rey ladino volvería apoyado por tropas francesas, los Cien Mil hijos de San Luis, y sobre todo de la Iglesia, que ahora ya no temía los pesares que le hubiera traído la revolución, y el detraimiento de poder sobre las conciencias desde el púlpito y las pérdidas de bienes y jurisdicción que había sufrido con gobiernos ilustrados. Después de pasar los días más grises de su vida, el pintor aragonés recala en Burdeos en 1824, donde le acoge Leandro Fernández de Moratín, aquel ilustrado que creyó en la revolución de 1789. De vivir estos tiempos el exilio le hubiera sido más complicado por cuanto elegir el territorio. Los vientos de involución asolan el mundo, y Europa no escapa a esas tormentas. Aquel fue un viaje fruto del temor y represalias ante la vuelta del rey absolutista. Aquellos trágicos sucesos, años de guerra, fraguaron cuestiones como la "identidad nacional española", trajo el constitucionalismo con el Estatuto de Bayona (1808) y la Constitución de Cádiz (1812). Pero también trajo el inicio de un largo caos durante todo el siglo XIX de guerras civiles, las guerras carlistas, por la sucesión de los borbones, y entre los partidarios del absolutismo y los liberales; el inicio de una división interna entre mentalidades de progreso y conservadurismo que no ha cejado de existir con esos u otros parejos protagonistas interclases a lo largo del siglo XX.
    En la capital del comercio creó dos lienzos que trazan las líneas de dos grandes "ismos", La lechera de Burdeos (hacia 1826), del Impresionismo, y cuyo color se aleja de las pinturas negras, donde se puede revelar una cierta añoranza del pintor por su juventud, y la Monja (1827) de una mayor simplificación, que puede anunciar el Expresionismo.
    También refleja en la serie de cuatro estampas, Los toros de Burdeos (1824/25), la presencia de las clases humildes y marginados. Pinta al óleo a su amigo Leandro, quien apunta en su epistolario, con un clérigo erudito y afrancesado, que también los hubo, Juan Antonio Melón, jefe de sección del Ministerio de Hacienda, que aquel Goya pintaba "que se las pela, sin querer corregir jamás nada". Volvería en un par de ocasiones a la Corte para negociar su jubilación y una convalecencia de su deteriorada salud. Moriría en el exilio un 16 de abril de 1828.

    Por las "patrias" de Goya, escenarios de lucha y muerte

    Ha pasado un quinquenio del último viaje a Burdeos de quien esto escribe. Aquella primera  impresión fue un tranvía "fuselaje de avión rodante" que cruzaba raudo el puente de Napoleón I sobre el Garona. 
Puente de Napoleón.
Extraído de sitioshistóricos.com
   Bonaparte mandó construirlo en 1810, y al cabo de doce años tenía diecisiete arcos, tantos como letras contiene su nombre. Deschamps, su constructor, quiso homenajearle. 
    Al fondo la catedral de San Andrés. En su interior, el sonido de un órgano parece mecer las parpadeantes luces de los cientos de velas que cuelgan por muros y columnas. Se celebraba la Ascensión en el país vecino, de la República. En la televisión estatal el canal Arte reeditaba un programa sobre los cien años del sello de la laicidad al norte de los Pirineos (1905-2005). Napoleón, el poder civil, militar, revolucionario, e Iglesia, no se descuelgan del paisaje de Burdeos.
    El Garona atraviesa la ciudad, suntuoso, tranquilo, dejando a su ribera derecha el centro que alojó el trasiego mercantil de medio mundo: El museo de las Aduanas. Sus piezas se jactan de haber sido una ciudad rica de mercaderes de todo su mundo negro y haber sido la primera aduana mundial. Aquí se dio cuenta del oro de aquel tráfico de mercancías: el intercambio comercial que ya habían ajustado fenicios, chinos y griegos.
    Todo el lujo soñado en comercios caros. En la Plaza de la Bolsa de esa ciudad del suroeste francés se escucha, euskera y algunos vocablos en español. Muchos navarros pasean por sus calles, les atrae más que Madrid. A pocos metros de distancia, seguro que como entonces, al caer la noche personas sin hogar, los mendigos, se apuestan sobre los mismos lugares que fueron grandes comercios, en la calle principal, cerca del Palacio de la Ópera. Unos padres con dos hijos de origen hispano se asientan para pasar la noche a resguardo de la entrada de un comercio todavía muy iluminado, cuando de pronto un ciclista de reparto de comida derrapa su bicicleta, frena, y les acerca un paquete con bocadillos; quizás el suyo o de un cliente que lo ha rechazado en última instancia. Todos le miran sorprendidos y agradecidos.
    En la programación de la ÓperaPinocho. Después de lo visto, riqueza y miseria, atraía magnéticamente nuestros sentidos. Nada más entrar se palpa la apuesta por el futuro de este universo. Ni una butaca vacía. Cientos de escolares atentos a la moraleja de una obra que juega entre la esperanza, la ingenuidad frente a la maldad, y la estética de una versión musical del siglo XXI. Un público, mayoritariamente juvenil, no ceja de exclamar ante los movimientos melódicos y corales.

    Niños y niñas por los museos, de forma natural e interactiva, en esta soberbia ciudad de contrastes. Muy pocos podrían imaginar otros escenarios que no fueran estos que la cultura ha traído. En un país bandera que mantendría la hospitalidad, la universalidad, los derechos humanos sin límites de tiempo. Aquí, donde se recrearon y partieron ensayistas del pensamiento, la filosofía y literatura de la mano de Nicolás Montesquieu (a quien volveremos a redescubrir más adelante en el desorden político que se vive en la Francia actual, con intermitencias en lo que recoge en El Príncipe (1513) donde define a la religión y su función indispensable "como factor decisivo de la cohesión social", no de los hombres y la trascendencia, sino en el entramado institucional; y ya en el siglo XX a Michel Montaigne y su lucha contra la ignorancia, fuente de todo mal; o François Mauriac y sus análisis del hombre sin Dios. ¿Qué engaño sutil puede sobrevenirles a estos jóvenes franceses en estos tiempos de aparente total "ilustración" y formación ciudadana y estética? ¿Seremos nosotros los "pinochos" ingenuos frente al cambio despiadado del control de la información y de las cuadrículas de las que no podremos salirnos, de nuestros hogares y calles, hasta que lo controle todo el poder, venga de donde venga, o sea más sutil que todo esto?

    Sin embargo, el idilio duró unos instantes. En bares y restaurantes, las emisoras de radio difundían ininterrumpidamente el último atentado terrorista: Un hombre había apuñalado con un cuchillo a unos viandantes en el centro de París. El terror islámico volvía a aparecer. Tras las persianas metálicas de las cafeterías y tiendas de los alrededores de la estación del ferrocarril se atisbaban los gestos de preocupación y desprecio por el hecho. En el vestíbulo un joven teclea un piano con notas fúnebres mientras espera con su mochila un viaje a ninguna parte, o sí. El negro, el color en estos barrios, ya alejados del Garona, como dijo una cantante australiana en la dotadísima Mediateca, predomina en las piedras, en la ropa y, en distintos tonos, en las pieles de quienes inundan sus calles. Sobre un mármol envejecido y algo picado, un intérprete marroquí que ha pasado diecisiete años de su corta vida entre el País Vasco y Cataluña comenta con acritud: "Me vine aquí pues tenemos más derechos y no tantos ladrones en la política". El camarero maneja la paleta sobre la plancha como un maestro de cantera. Los altavoces anuncian el próximo tren.

Manifestación durante la huelga general
contra la reforma de las pensiones en Burdeos (Francia) 16/1/de 2020.

PATRICE CALATAYU PHOTOGRAPHIES. CTXT

    Meses más tarde, finales de aquel 2018, se desató la gran movilización, la de los "Chalecos amarillos". Miles de personas de toda condición, en lo que denominaron un "movimiento espontáneo" protestaban contra el incremento brutal del precio de los combustibles, una injusticia fiscal y, por tanto, la pérdida de un poder adquisitivo que tocaría las clases más susceptibles del entramado social francés (en España el "15-M, de 2011, partía de una movilización pacífica, por una mayor participación democrática, social, y alejada del bipartidismo y los poderes económicos y ocultos que acogotan una verdadera democracia).

    La región de Aquitania tiene muchos momentos revolucionarios en su historia. Tres siglos antes de la llegada de Goya, había surgido la prosa de Étienne de La Boétie (Sarlat 1530/Le Taillan-Médoc, cerca de Burdeos 1563), quien atisbara ciertos orígenes del anarquismo. Otro luchador contra el Absolutismo con su Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno (1572). En él pone en duda la legitimidad de una autoridad, cualquiera, sobre el pueblo, la sumisión. Pone el ojo en la vigilancia de la libertad, del contrato social y, aunque no fue activista, se le considera como precursor del anarquismo y la desobediencia civil. Murió con la peste. Hoy podríamos comprender parte de aquella tragedia. Todavía, a buen seguro, el término pandemia también viene asociado a control y anulación. La inacabada "peste-pandemia" que no deja de azotar con sucesivas olas a todo el mundo, por mucho que acallen los medios, ha pervertido, aún más, la conciencia de quienes se sabían "controlados" por los saqueadores de la naturaleza, de la Tierra y de las conciencias; dejándolos ahora quizás más endebles, sin resquicio a una defensa física y mental ante el bombardeo del miedo y de mensajes dirigidos a las emociones básicas.

    Aquella movilización de "chalecos amarillos", que vislumbramos como avanzada y todavía iluminadora de presentar cara al poder, tuvo también una contralectura en un resurgimiento meteórico de la extrema derecha en Francia. Una derecha que socavaba de su cultura revolucionaria y hasta de los valores que la habían sustentado: igualdad, fraternidad y libertad (como empezaba a parpadear el semáforo extremista por todo el globo). Llamativamente, los trabajadores, las clases más modestas, proletariado hasta hace poco, comenzaban a trasladar su simpatía, y voto, por la extrema derecha que, sobre el discurso, y sus acciones históricas iban en contra de los logros conseguidos; comenzaban a sobresalir con total autoridad el clan de los Le Pen.

    No hacía muchos años que ya circulaba el libro del periodista y analista estadounidense Thomas Frank, Why the poor vote right, en Francia traducido Pourquoi les pauvres votent à droite (Por qué los pobres votan a la derecha, 2013). En el prólogo a esta edición Serge Halimi atisba que esa corriente iba más allá de las fronteras americana y francesa. Algunos no lo veíamos venir: ¿Cómo podían acudir a las urnas a votar a quienes contravenían los logros alcanzados en la lucha obrera para su mejora en el estado de bienestar, que se había asentado en la década de los sesenta del pasado siglo, y tras muchos decenios de lucha y muertos en el proceso?

    El propio Halimi nos remite a los sesenta como punto álgido de una competencia internacional entre los trabajadores de medio mundo, al miedo a la degradación, a verse superados, desplazados por otros seres más desfavorecidos venidos de fronteras lejanas. 
La inseguridad como factor clave. Al inicio de transformación de un "populismo" de izquierda en otro de derecha, con los medios de comunicación y poderes conservadores rebelándose contra una "oligarquía radical-chic", progresistas en limusinas, consumidores de caviar y aficiones innovadoras en lo social, en lo sexual, en lo racial, una izquierda aburguesada; una izquierda que al forzar la desaparición de la Iglesia como motor de valores "habría socavado la autoridad familiar, la moralidad religiosa, las virtudes cívicas". Nos recuerda la era Trump: "la religión, lo cultural, y los temas como el matrimonio homosexual, la discriminación positiva, la inmigración, la pena de muerte, el aborto, la oración en las escuelas, las armas de fuego..., son temas que han soliviantado una mentalidad "oculta", una moral que busca la seguridad frente a lo inseguro". Un mensaje que difunden hasta los propios bancos, que resulta efectiva, por simple, y que genera reacciones en sectores tradicionalistas, reaccionarios, nacionalistas y, sorprendentemente en masas populares que, a priori, se cree que son progresistas, o de izquierdas. Los conservadores han sabido poner en primera línea los "valores" frente a la política, el "orden" frente al cambio: las conquistas obreras deben desmantelarse frente a la competencia mundial, determinados derechos alcanzados tienen algo de "acomodaticio" con lo que eso conlleva de "inmoral". Los levantamientos urbanos, de los que partimos en este texto, los que trajeron las mejoras a los desclasados, los últimos que estamos viviendo, son "desórdenes". Un viejo tigre de la política francesa, Nicolás Sarkozy lo avanzaba en 2006, “la Francia que cree en el mérito y el esfuerzo, la Francia que trabaja con firmeza, la Francia de la que no se habla jamás porque no se queja, porque no quema coches, porque no bloquea los trenes. La Francia que está harta de que se hable en su nombre”. En definitiva: “La Francia que no se queja”. 
   No hace muchos meses, y ante las dificultades económicas como marco de fondo el 53% de los franceses veía simpática la ultraderechista Marine Le Pen, el 60% la ve cercana a las preocupaciones de los franceses, el 57% la ve apegada a los valores democráticos, y un 47% la cree capaz de unificar a los franceses. El pasado abril los sondeos de varias encuestas le dan el 30% en primera vuelta; ganaría la presidencia del país (mejora su "desdiabolización" jugando con sus seis gatos en la red, y con el que algunos analistas hacen juegos de palabras entre “pouvoir d’achat” (poder adquisitivo) y “pouvoir de chat” (poder gatuno, más o menos). Un político de la vieja guardia del primer partido que gobernó en la transición española, Unión de Centro Democrático (UCD), siempre advirtió a su grupo, "lo que cuenta en política no es lo que pasa sino lo que la gente cree que pasa". 

    Fuendetodos en el país de "Fuendepocos"...

    No podríamos cerrar el círculo sin dar un rodeo por la primera "patria" de Goya. Es mediodía en el "Casino" de Fuendetodos (Zaragoza). La escalera, que antaño ascendía a la sala del baile del pueblo, lleva a un comedor con sillas de enea, son sus mesas rústicas, bajo vigas de madera con sus venas repintadas. Cuatro forasteros comen un caldo de patatas y costillas que sueltan el vaho hasta la gigantesca pantalla del televisor que vomita una "vendetta", una más, del principal partido de la oposición en el parlamento español, el Partido Popular (PP), por el caso Pegasus (¿se acuerdan? espiando móviles de cargos políticos desde el gobierno), con coces retóricas, más propias de un asno que del primer caballo entre los dioses. El río anda revuelto entre la extrema derecha y la que se dice menos derecha, mientras algún parlamentario profascista alza su brazo marcial en el parlamento europeo. En Madrid, a su presidenta le gustaría que su partido fuera más "pandillero", mientras desmantela educación y sanidad. Pues ya no queda mucho más que desquitar al estado de bienestar (ya es mayoría absoluta desde el pasado 28 de mayo). Y lo peor es que los cañones y los muertos, ahora sí, aparecen con profusión desde Ucrania, mientras se olvidan los otros frentes de los otros cincuenta y cinco conflictos con miles de muertes y desplazados, siendo la de Siria una de las más callada y cercanas a la zona actual.     Malos tiempos para la poesía social y descarnada, y la pintura, entre tanto linchamiento y llamada a las hordas. Claro que el miedo al invierno sin gas, se ha amortiguado con iniciativas de un gobierno que, ni con esas, logra hacerse oír entre la ciudadanía que ya ni se acuerda de las medidas para paliar el desastre de la COVID y el apoyo de grupos parlamentarios de la izquierda.

  Pero volvamos a Fuendetodos, bello nombre, cuna de Francisco de Goya. Pintor en boca de todos, mientras tantos niegan todavía el derecho a la Memoria Histórica, pero se hacen fotos, a miles, en el vecino Belchite -el cuadro mudo, silente, de la muerte y la desmemoria de la ignominia, del horror en letra por los grafitis de la iglesia y los huecos de los obuses en las calles polvorientas de escombros, casi cinco mil muertos entre las víctimas con los alrededores-. El dictador Francisco Franco prometió a sus supervivientes la reconstrucción, pero luego la dejó como muestra de la "barbarie" del bando republicano. Hoy continúa la ocultación de los bombardeos sobre poblaciones civiles por las fuerzas aéreas italianas o alemanas, apoyando al bando golpista, luego franquista, en la guerra civil del "36", como factor decisivo en el triunfo de los golpistas. El minucioso lavado de imagen posterior hizo perder el azogue del espejo en el que mirarnos hoy. Y el miedo, el miedo de aquellos huidos, los que pudieron, fueron los que llevaron al pintor, y a muchos más, a exiliarse. 

    Como la mentira tiene las patas muy largas, se dice, ésta persiguió a un joven de Cetina, con casa palacio donde se casara Quevedo, a unos cien kilómetros de Fuendetodos, ya en tiempos de "paz". Allí se sigue recordando a Benito López Franco (ironía del segundo apellido), el Soldado de los milagros. Un 17 de enero de 1950 apareció muerto en los baños del del cuartel de Regulares 5, en el que cumplía el servicio militar. Considerado suicidio por las autoridades militares fue depositado en un ataúd boca abajo, y con la supuesta cadena que utilizara, fuera del cementerio de la "Purísima Concepción" de Melilla. Ciertas "curaciones", supuestamente cumplidas por creyentes, han hecho que las flores y coronas no le abandonen ni en su pueblo. Compañeros suyos, casi al final de sus vidas, se atrevieron a decir que cierta pasión con la hija de un mando le llevó a la tragedia. El poder no perdona que el pobre se acerque a su cortijo, y el cura coadyuva en apartarlo de tierra santa (se vivía la efervescencia nacionalcatólica tras la guerra civil).

 PD. En España acaban de celebrarse las elecciones municipales, con resultado de mayorías absolutas en el caso de unirse la derecha y extrema derecha en ayuntamientos y comunidades autónomas. Se dice que ha sido un "rechazo" a la política de un gobierno nacional, trasunto llevado a la campaña por la derecha, cuando tocaban otros menesteres en elecciones locales, de pactos con las izquierdas (PSOE, Podemos e IU, apoyos de nacionalistas catalanes, ERC y vascos, también EH Bildu, en políticas sociales, etc...), que ha tenido logros en lo económico y avances en lo social, reconocidos en Europa y otras instancias internacionales. Hace unas horas en la Comunidad de Valencia se ha firmado el primer gran acuerdo de gobierno regional, ¿sorprende?, con los aspavientos de un PP que anunciaba contra viento y marea que no pactaría con la ultraderecha de VOX (un acuerdo que lleva un folio de líneas de gobierno, de fondo huero y de bajísimo nivel político, además de burdamente redactado. Muy claro, eso sí, el reparto de poder). En ocasiones como ésta el triunfo de la derecha y ultraderecha recuerda las luchas de los Ilustrados liberales frente al Absolutismo y su final; el triunfo, aquí y ahora, en las urnas, de quienes habían denostado a las clases más bajas en el pasado, y que los alzan de nuevo al poder, apoyando lo retrógrado y perjudicial para sus derechos y logros alcanzados. Entonces, cabe preguntarse una y otra vez, ¿por qué los pobres, y aquí caben los que lo son y los que no lo saben, votan a la derecha?

    No sabemos si Goya volvería a marcharse a Burdeos, desde su Aragón de hoy. Tampoco vislumbramos cuándo saltarán chispas de lucha, que no de fuego ni censura sobre el arte, en las calles de cualquier ciudad provocadas por quienes todavía tienen mucho que alcanzar, y conciencia de ello.