sábado, 23 de diciembre de 2023

 Miradas

El último canto gregoriano a la muerte del padre

   El frío atenaza la garganta y agarrota los dedos que intentan agarrar el gozne de la puerta. La farola del templo de Silos (Monasterio en la localidad de Santo Domigo de Silos, Burgos) alumbra los nervios de agua irisados sobre la piedra con las últimas flores de almendro que intentan guarecerse del frío que llega por el valle de Tabladillo. Todo es silencio. Como aquel que calló los gritos de las brujas, dice la leyenda, que quisieron traicionar al Cid, sidi para los árabes. El Campeador de los libros de infancia en la caduca escuela de babis azules y brazo en alto, soldado mercenario, que luchó para quien mejor le pagare (símbolo conjurado para aquella "reconquista" cristiana confabulada, y que tantos revuelos genera hoy, por fin, entre los historiadores). A pocos metros, el torrente del Mataviejas truena con fuerza.
    Entrar en la antaño abadía benedictina de San Sebastián de Silos, es chocar con una bocanada de calor y olor a incienso que se cuela de la piel hasta los huesos. Piedra desnuda, hasta la cúpula en su esfera circular. Sobrecoge un cristo retorciéndose en la cruz sobre el voluminoso y escueto altar al que rodean los asientos del coro. 
    Suenan Horas. Con las campanadas aparece un monje encorvado bajo su hábito negro, apoyado sobre un andador. Se sienta lentamente, no puede inclinarse, y con el gesto agotado encoge sus hombros mostrando su calva al altísimo, mientras rumia sus pensamientos. Luego, otros hermanos, en fila y silencio riguroso, se inclinan levemente ante el altar y luego a la sillería sobria del coro. Todos cogen el libro de oraciones con los cantos. Son las nueve y cuarenta de una noche oscura: Oficio de Completas
    Han cenado ligero y es el último del día. Alguno bosteza ajeno al público: una decena de residentes en la hospedería del monasterio, una mujer del pueblo que viene todas las noches, un "peregrino", no creyente, que viaja en su furgoneta donde le sopla el viento, y ahora toca la ruta del Cid, sin haber leído el Poema, no le importa, y el viajero.
   El órgano comienza su lenta y repetida cadencia; sigue el recitado, grave, profundo y levantisco en sus letras; cantan la liturgia bíblica del día. Esta noche su paráfrasis vendría a decir, Señor, cuídame del otro el que me tienta, el que debe morir, sufrir, él y sus descendientes, señor, porque tengo miedo, paso terror, no puedo vivir tu fe, y necesito que lo castigues. Es del antiguo testamento, de testamentum, la alianza entre Yahveh y el pueblo judío; del nuevo ya vendrán las palabras que dictara Jesús de Nazaret. Esta noche es la huida de Egipto, y en aquellos, el miedo, el terror a ser aniquilados, de José, de la tribu elegida (miserable coincidencia que este mismo pueblo, sus gobernantes, ha asediado y ahora masacrando, siglos después, a otro pueblo, el palestino, en respuesta al repugnante y condenable ataque terrorista de Hamás, y elevando a genocidio su respuesta indiscriminada contra las poblacines, donde miles de niños y niñas, mujeres y mayores han sido asesinados, aún en hospitales y escuelas). 
   Mas aquí perviven las huestes de san Benito con sus reglas de allá por el siglo VI después de aquel Cristo, y aquí continúan ora et labora. Tiempos pasaron que tuvieron que competir con otros monasterios, publicitarse, para aglutinar ejército entre sus muros. Así lo hizo Pedro Marín con sus Miráculos romançados (s. XIII), aquellos santos remedos para liberar cristianos cautivos de los musulmanes. Hoy, estos veintitantos hombres siguen voceros de su fe con su armoniosa voz y dormitan su alma con paz y vigilia, tienen al padre que no les abandona desde hace once siglos, que está ahí, como ya lo estuvo con los visigodos (siglo VII), dicen; ¿y la madre?, sí la madre, esa María símbolo de tantas mujeres arrasadas en la memoria de la Iglesia, está en su último canto de despedida del día, de gratia plena, de calor y amor que gravita entre esos paños y capuchas oscuras que guarecen las manos que se hielan al roce con el libro sagrado. El viajero está asumiendo que ya no tiene padre, y la madre no puede arroparle. Aquel descansó de su calvario y ella está dormida, transida entre el dolor y el olvido. 
    Al salir del templo los pasos suenan secos sobre la piedra como los tacones en los desfiles militares, mientras van surgiendo en la mente pensamientos contrapuestos entre la fe y la razón, entre la teología y la filosofía, de cómo los poderosos se adueñaron de las conciencias de los hombres, y cómo otros muchos malviven de los despojos de la censura y la manipulación de aquellos. De cómo las guerras por el poder, el económico, el prestigio, y el sexo, desequilibraron la balanza. El quiquiriquí del gallo nos despertará en la madrugada y, antes del segundo canto, muchos negaremos la existencia del "enviado" más de tres veces, como lo hiciera un tal Pedro en las Escrituras no apócrifas. Y es que a cada uno nos cubre distinta luna. "Dejadme dormir", dice irónicamente un fraile que intenta cerrar la puerta del templo hasta la aurora con los maitines, allí estarán un puñado de fieles que se subirán al coro con los frailes.
    Aquí, en el monasterio, renuncian a su vida primigenia, cuerpo y pasiones, por alcanzar la eterna. Aislamiento, orden y lejos de la razón, en un reloj de disciplina. La esencia individual queda arrebatada por la regla de la orden (sobre los monasterios y conventos se levantaron los paradigmas del espacio de poder que luego se verá en cárceles, albergues para pobres u hospitales). Sus espacios "expropian" el tiempo de un ser, sus claustros, sus vueltas y vueltas sobre el mismo tema, en las mismas horas, en los mismos versículos, "el alma es un círculo" escribió Platón. Aquí es donde mejor se defiende el alma del pecado, sometiendo al cuerpo del acecho de la "antitrinidad": el demonio, el mundo y la carne; ahora no cabe irse al desierto, aunque no está muy lejos con el cambio climático. Se bate al demonio con la oración, con privaciones, reglas y rituales. Mañana, en la misa de domingo, el sacerdote arengará al católico de la calle a expresar su fe, a no quedarse quieto, a intranquilizar al otro; no hacerlo es como los padres del ciego de las Escrituras, que no quisieron molestar al poder, por miedo (y ahora la iglesia ve muchos frentes donde se ha asentado el demonio, como siempre). Así que nos vamos en su búsqueda, del demonio decimos, por las inmediaciones.
  Porque de diablos y señores del miedo están los cementerios llenos, menos el de la película El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966), de Sad Hill, donde las balas son más numerosas que las almas enviadas al infierno. Es otro reclamo que convive con la abadía en Silos. Ahora hay casi más coches que buscan este lugar de cartón piedra que los misales del gregoriano de los benedictinos. Siguen "vivos" los mitos de los matones, y hombres. 
    Y es que de mujeres y sus mitos, como siempre, andamos escasos. Aunque no muy lejos de tantas cruces, en Covarrubias, está la estatua de la reina Kristina de Noruega (Bergen 1234, Sevilla 1268). Candidata para contraer nupcias con Alfonso X que, amén de unir tronos, buscaba heredero que no alumbraba su esposa Violante. Mientras llega la vikinga ésta se queda embarazada, así que, como si de un mueble se tratase, aquella la pasa al hermano, el infante Felipe (otro papel asignado a la mujer secundaria y utilizada). Kristina moriría por una enfermedad contraída, según unos, y por tristeza, según otros. Su sarcófago lo enviaría su esposo a la colegiata de Covarrubias, donde había sido abad antes del matrimonio, enterrando allí su cuerpo y la promesa de que le construiría un templo para el culto a san Olaf II, el rey/santo del siglo XI, devoto de la noruega. Debió poner poco empeño pues se tardaron casi ocho siglos en asentar sus cimientos. A Olaf, el vikingo convertido al cristianismo por un sueño, le costaría el exilio a "Rus de Kiev" por la que se matan ucranianos, rusos y bielorrusos (hoy en guerra con miles de muertos y exiliados, y no por religión, sino por el capital; pero al coincidir con el conflicto palestino, parece olvidada, desplazada por una actualidad que debemos analizar con qué cánones se dirige e interpreta).
    Ahora existe un espacio religioso sorprendente y contemporáneo del fenómeno artístico-religioso en el Valle de los Lobos (curioso en las armas de las ventanas de la capilla, el formato de la iglesia como nave...), así como narraciones de sorprendentes misterios y milagros: el ciego que ve tras frotarse los ojos con su sangre tras su muerte, similar al Bartimeo que buscó al famoso Jesús por sus milagros. De Olav se sigue su estela en los países nórdicos, de Kristina no pasa de quien se tope con la estatua frente a la colegiata, y poco más. Morir de tristeza u olvido, qué más da. Como aquella monja, que no ha mucho nos contaron, que salía del convento para volver al mundo. Era demasiado tarde, como Kristina cuando ve en el manejo que había caído. Ambas perdieron la ilusión de la juventud, el color del amor, las inocencias y aventuras de la pasión, el paso del tiempo entre la risa y el ensueño. Sus almas pertenecían a la seguridad de las paredes de un palacio, de un templo, de un convento, con sus rezos y normas, sus reglas y su rutina. Inseguras ya no estaban ellos, él, su dios, su Olav, guiándoles cada segundo del camino. Fuera de las paredes el ninguneo, el engaño, el desorden, el caos, eso dicen.
    De reyes y religiosos voraces la historia tiene muchos, y a pocos kilómetros de Covarrubias los espíritus de ambos se cruzan. En Lerma, donde su duque, Francisco de Sandoval y Rojas (Tordesillas 1553, Valladolid 1625), amasó una inmensa fortuna, unos veinte escoriales, dicen algunos, e instigó en la expulsión de los moriscos, rompiendo viejas promesas y tratados, a la sombra de un "inválido" de la regencia, Felipe III; eso sí, cuando fue pillado y perseguido por el Conde de Olivares, tomó los hábitos cardenalicios que le otorgó el papa Paulo V, y a correr en la coplilla: "Para no morir ladrón ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de morado". Un guía con timbre agudo y dicción de juglar del XVII, canta corridas, bailes con mucho noble y cortesana, y pasajes secretos para el rey, y el duque hasta la colegiata, en tierra de mucho pobre.
    Y de pobres, las "arrecogías" por las madres monjas... El monasterio de las Huelgas tiene mucho de reivindicación de lo femenino desde su fundación. La propia reina, Leonor de Plantagenet (reina consorte de Castilla entre 1170 y 1214), esposa de Alfonso VIII, insistió en un lugar de oración y retiro para las solteras y viudas de linaje de su sexo, en sintonía con lo que ya disponían los hombres. Un monasterio cisterciense femenino, donde su abadesa contaba con más poder que la mayoría de monasterios y obispados hispanos, de hecho tenía el mismo sello y báculo que un obispo. A cuentagotas, pero imparable, van apareciendo los gestos y las empresas del mal llamado "sexo débil". 
    El sexo que ha dado de comer de su cuerpo desde el origen de los tiempos, como vemos luego en la Cartuja de Miraflores, Burgos, en el sepulcro de Juan II de Castilla y su segunda esposa Isabel de Portugal (siglo XV); una "Virgen de la leche", de Gil de Siloé, finales del XV, y quizás una de las imágenes más veneradas, en cualquier formato artístico, por los monjes en cualquier comunidad (y que refrendaron aquí los monjes dando de comer a familias necesitadas en épocas pasadas). Dos jóvenes permanecen atónitos viendo la imagen. Llaman a cierre. La tarde está cayendo.
    El viaje comenzó en un templo con el canto de unos frailes de una apelación de un pueblo errante a la justicia y encomienda a un salvador para aplacar al enemigo. Termina con innumerables referencias a la mujer, sometida, engañada y luego protectora y madre. Quizás la historia se juegue entre la violencia y el amor, entre símbolos y hechos, entre los vencidos y los desaparecidos sin diferenciación de sexos. El padre que marchó a la guerra y alguien que queda para el cuidado del nido. Sin embargo, nos llega amor en masculino y guerra en femenino; aunque piedad, empatía, razón y filosofía vuelven con otra materialidad. 
    Sea como fuere, entrar en creencias, historia, lógica o realidad son extensiones complejas. Difíciles de desentrañar. Quizás lo más interesante sea enfrentarse a ellas en cuanto el tiempo, o la ocasión, lo irradien, esperando que nunca sea demasiado tarde. Por ahora, nuestro viaje debe continuar, conscientes de que está más cerca nuestro último réquiem, como el del padre. Porque no escucharemos, seguro, ningún canto gregoriano por nuestra alma, y es que ésta vagó por otros lares.

Requiem: V. Padre, padre.

https://www.youtube.com/watch?v=UEly5LfjDNQ

miércoles, 14 de junio de 2023

Miradas

Destellos de Goya sobre el Garona (Burdeos)

Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío,
o del 3 de mayo, Francisco de Goya (1814).

Plaza de la República. París.
Infobae. Reuter/Gonzalo Fuentes.
Puerta Ayuntamiento de Burdeos.
Marzo 2023. N+Foro TV.
    Algunos todavía guardamos en la retina el fuego de la puerta del ayuntamiento de Bordeaux (Francia), en una de las innumerables manifestaciones contra la reforma del gobierno de Macron de elevar la edad de jubilación de los franceses (de 62 a 64 años). La policía utilizó cañones de agua para dispersar a los manifestantes, como si los "fusilase" (en Nantes, Marsella, o Lorient hubo escenas de guerrilla urbana). No fue el mismo escenario, ni las causas, aunque sí fueron revueltas "de los de abajo", por lo que creían o les hicieron creer, de aquellos madrileños del cuadro de Los fusilamientos del 3 de mayo (1814), de Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, 1728). De ahí que Goya y Burdeos se fundan en este espacio, el arte y la violencia, nunca gratuita y no basada en la "sin razón", como tantas veces intentan los voceros del poder hacernos pensar.
    El dos de mayo de 1808 una muchedumbre se enfrentó en Madrid a las tropas francesas cuando éstas intentaban sacar del país al infante Francisco de Paula, con la intención de llevarlo con la familia real que "negociaba" en Bayona con Napoleón I. Fernando VII debía renunciar a la abdicación de su padre Carlos IV, y ceder la corona al propio emperador; éste la traspasaría a su hermano José Bonaparte, José I (que regiría entre 1808 y 1813 como rey constitucional por el Estatuto de Bayona). De él se ha dicho que podría haber propiciado un cambio pacífico en las leyes de convivencia. Pero el país se vio engañado en una ocupación manifiesta y lucharía por la independencia, en otros por una incipiente revolución. Morían en ciudades y pueblos los súbditos que tanto pesar habían soportado con los borbones, y moría también el romanticismo por el cambio a la república de la mano de los Bonaparte. Se llevó también el empuje de aquellos grupos que pretendían llevar el conocimiento, los afrancesados, que pretendieron cultivar las masas, desde las Sociedades de Amigos del País, para terminar con la ignominia y el sometimiento de sus reyes, nobles e iglesia.
    Goya, como tantos otros, es de suponer que sufriría un desgarro interior. Admiraba aquel pueblo que guillotinó la barbarie de sus reyes absolutistas, que buscaba la soberanía popular e independencia de las naciones, que traería la república por extensión, y que ahora asesinaba a sus conciudadanos armados con tristes navajas. Él, que se consideraba "patriota" de los ideales de la Ilustración y la revolución francesa, sufría la paradoja de ver cómo saqueaban el país y mataban aquellas tropas imperiales en su hipotética invasión hispano/francesa de Portugal tras el Tratado de Fontainebleau (1807).
El «Gigante sentado» y «El Coloso», obras vinculadas.
ABC Cultural, 10/12/2020.
 Al final el emperador francés lamentaría su traición, y el triunfo de la guerra, y desgaste para impulsar su imperio, se debió en la península al apoyo inglés; aunque en el imaginario se fue fraguando la leyenda de que el pueblo y las guerrillas se habían bastado.
   Obras como Gigante sentado, al poco del final de la guerra, y el Coloso, son símbolos de su desolación y la frustración.  El pintor, después de estar mimado y prestigiado en la corte, optó por criticar al poderoso implacable en Los Desastres de la guerra, desglosar los problemas de su tiempo, y del nuestro aún, como la violencia, la miseria y el deterioro de la monarquía absolutista, o la perfidia de la religión y sus próceres.    
    (Se cuenta del filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo, Paul-Michel Foucault, 1926-1984, con una voluminosa ensayística retraída hacia lo macabro y la violencia, que llegó a decorar su dormitorio con reproducciones de alguno de aquellos grabados.) Goya se debatió en la moral que apunta al poder de Nietzsche y Maquiavelo (Napoleón, superhombre y que todo acto o proyecto humano está ligado para la consecución de poder, para el primero y César Borgia, la naturaleza salvaje y cruel de la política para el segundo).
    Goya pintaría un Fernando VII, en 1814, con gestos funestos sobre su rostro que escaparon al monarca, y en otro cuadro, Saturno devorando a su hijo (1823), una alegoría o símbolo de que aquel se "comía" a su pueblo. Al final el rey ladino volvería apoyado por tropas francesas, los Cien Mil hijos de San Luis, y sobre todo de la Iglesia, que ahora ya no temía los pesares que le hubiera traído la revolución, y el detraimiento de poder sobre las conciencias desde el púlpito y las pérdidas de bienes y jurisdicción que había sufrido con gobiernos ilustrados. Después de pasar los días más grises de su vida, el pintor aragonés recala en Burdeos en 1824, donde le acoge Leandro Fernández de Moratín, aquel ilustrado que creyó en la revolución de 1789. De vivir estos tiempos el exilio le hubiera sido más complicado por cuanto elegir el territorio. Los vientos de involución asolan el mundo, y Europa no escapa a esas tormentas. Aquel fue un viaje fruto del temor y represalias ante la vuelta del rey absolutista. Aquellos trágicos sucesos, años de guerra, fraguaron cuestiones como la "identidad nacional española", trajo el constitucionalismo con el Estatuto de Bayona (1808) y la Constitución de Cádiz (1812). Pero también trajo el inicio de un largo caos durante todo el siglo XIX de guerras civiles, las guerras carlistas, por la sucesión de los borbones, y entre los partidarios del absolutismo y los liberales; el inicio de una división interna entre mentalidades de progreso y conservadurismo que no ha cejado de existir con esos u otros parejos protagonistas interclases a lo largo del siglo XX.
    En la capital del comercio creó dos lienzos que trazan las líneas de dos grandes "ismos", La lechera de Burdeos (hacia 1826), del Impresionismo, y cuyo color se aleja de las pinturas negras, donde se puede revelar una cierta añoranza del pintor por su juventud, y la Monja (1827) de una mayor simplificación, que puede anunciar el Expresionismo.
    También refleja en la serie de cuatro estampas, Los toros de Burdeos (1824/25), la presencia de las clases humildes y marginados. Pinta al óleo a su amigo Leandro, quien apunta en su epistolario, con un clérigo erudito y afrancesado, que también los hubo, Juan Antonio Melón, jefe de sección del Ministerio de Hacienda, que aquel Goya pintaba "que se las pela, sin querer corregir jamás nada". Volvería en un par de ocasiones a la Corte para negociar su jubilación y una convalecencia de su deteriorada salud. Moriría en el exilio un 16 de abril de 1828.

    Por las "patrias" de Goya, escenarios de lucha y muerte

    Ha pasado un quinquenio del último viaje a Burdeos de quien esto escribe. Aquella primera  impresión fue un tranvía "fuselaje de avión rodante" que cruzaba raudo el puente de Napoleón I sobre el Garona. 
Puente de Napoleón.
Extraído de sitioshistóricos.com
   Bonaparte mandó construirlo en 1810, y al cabo de doce años tenía diecisiete arcos, tantos como letras contiene su nombre. Deschamps, su constructor, quiso homenajearle. 
    Al fondo la catedral de San Andrés. En su interior, el sonido de un órgano parece mecer las parpadeantes luces de los cientos de velas que cuelgan por muros y columnas. Se celebraba la Ascensión en el país vecino, de la República. En la televisión estatal el canal Arte reeditaba un programa sobre los cien años del sello de la laicidad al norte de los Pirineos (1905-2005). Napoleón, el poder civil, militar, revolucionario, e Iglesia, no se descuelgan del paisaje de Burdeos.
    El Garona atraviesa la ciudad, suntuoso, tranquilo, dejando a su ribera derecha el centro que alojó el trasiego mercantil de medio mundo: El museo de las Aduanas. Sus piezas se jactan de haber sido una ciudad rica de mercaderes de todo su mundo negro y haber sido la primera aduana mundial. Aquí se dio cuenta del oro de aquel tráfico de mercancías: el intercambio comercial que ya habían ajustado fenicios, chinos y griegos.
    Todo el lujo soñado en comercios caros. En la Plaza de la Bolsa de esa ciudad del suroeste francés se escucha, euskera y algunos vocablos en español. Muchos navarros pasean por sus calles, les atrae más que Madrid. A pocos metros de distancia, seguro que como entonces, al caer la noche personas sin hogar, los mendigos, se apuestan sobre los mismos lugares que fueron grandes comercios, en la calle principal, cerca del Palacio de la Ópera. Unos padres con dos hijos de origen hispano se asientan para pasar la noche a resguardo de la entrada de un comercio todavía muy iluminado, cuando de pronto un ciclista de reparto de comida derrapa su bicicleta, frena, y les acerca un paquete con bocadillos; quizás el suyo o de un cliente que lo ha rechazado en última instancia. Todos le miran sorprendidos y agradecidos.
    En la programación de la ÓperaPinocho. Después de lo visto, riqueza y miseria, atraía magnéticamente nuestros sentidos. Nada más entrar se palpa la apuesta por el futuro de este universo. Ni una butaca vacía. Cientos de escolares atentos a la moraleja de una obra que juega entre la esperanza, la ingenuidad frente a la maldad, y la estética de una versión musical del siglo XXI. Un público, mayoritariamente juvenil, no ceja de exclamar ante los movimientos melódicos y corales.

    Niños y niñas por los museos, de forma natural e interactiva, en esta soberbia ciudad de contrastes. Muy pocos podrían imaginar otros escenarios que no fueran estos que la cultura ha traído. En un país bandera que mantendría la hospitalidad, la universalidad, los derechos humanos sin límites de tiempo. Aquí, donde se recrearon y partieron ensayistas del pensamiento, la filosofía y literatura de la mano de Nicolás Montesquieu (a quien volveremos a redescubrir más adelante en el desorden político que se vive en la Francia actual, con intermitencias en lo que recoge en El Príncipe (1513) donde define a la religión y su función indispensable "como factor decisivo de la cohesión social", no de los hombres y la trascendencia, sino en el entramado institucional; y ya en el siglo XX a Michel Montaigne y su lucha contra la ignorancia, fuente de todo mal; o François Mauriac y sus análisis del hombre sin Dios. ¿Qué engaño sutil puede sobrevenirles a estos jóvenes franceses en estos tiempos de aparente total "ilustración" y formación ciudadana y estética? ¿Seremos nosotros los "pinochos" ingenuos frente al cambio despiadado del control de la información y de las cuadrículas de las que no podremos salirnos, de nuestros hogares y calles, hasta que lo controle todo el poder, venga de donde venga, o sea más sutil que todo esto?

    Sin embargo, el idilio duró unos instantes. En bares y restaurantes, las emisoras de radio difundían ininterrumpidamente el último atentado terrorista: Un hombre había apuñalado con un cuchillo a unos viandantes en el centro de París. El terror islámico volvía a aparecer. Tras las persianas metálicas de las cafeterías y tiendas de los alrededores de la estación del ferrocarril se atisbaban los gestos de preocupación y desprecio por el hecho. En el vestíbulo un joven teclea un piano con notas fúnebres mientras espera con su mochila un viaje a ninguna parte, o sí. El negro, el color en estos barrios, ya alejados del Garona, como dijo una cantante australiana en la dotadísima Mediateca, predomina en las piedras, en la ropa y, en distintos tonos, en las pieles de quienes inundan sus calles. Sobre un mármol envejecido y algo picado, un intérprete marroquí que ha pasado diecisiete años de su corta vida entre el País Vasco y Cataluña comenta con acritud: "Me vine aquí pues tenemos más derechos y no tantos ladrones en la política". El camarero maneja la paleta sobre la plancha como un maestro de cantera. Los altavoces anuncian el próximo tren.

Manifestación durante la huelga general
contra la reforma de las pensiones en Burdeos (Francia) 16/1/de 2020.

PATRICE CALATAYU PHOTOGRAPHIES. CTXT

    Meses más tarde, finales de aquel 2018, se desató la gran movilización, la de los "Chalecos amarillos". Miles de personas de toda condición, en lo que denominaron un "movimiento espontáneo" protestaban contra el incremento brutal del precio de los combustibles, una injusticia fiscal y, por tanto, la pérdida de un poder adquisitivo que tocaría las clases más susceptibles del entramado social francés (en España el "15-M, de 2011, partía de una movilización pacífica, por una mayor participación democrática, social, y alejada del bipartidismo y los poderes económicos y ocultos que acogotan una verdadera democracia).

    La región de Aquitania tiene muchos momentos revolucionarios en su historia. Tres siglos antes de la llegada de Goya, había surgido la prosa de Étienne de La Boétie (Sarlat 1530/Le Taillan-Médoc, cerca de Burdeos 1563), quien atisbara ciertos orígenes del anarquismo. Otro luchador contra el Absolutismo con su Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno (1572). En él pone en duda la legitimidad de una autoridad, cualquiera, sobre el pueblo, la sumisión. Pone el ojo en la vigilancia de la libertad, del contrato social y, aunque no fue activista, se le considera como precursor del anarquismo y la desobediencia civil. Murió con la peste. Hoy podríamos comprender parte de aquella tragedia. Todavía, a buen seguro, el término pandemia también viene asociado a control y anulación. La inacabada "peste-pandemia" que no deja de azotar con sucesivas olas a todo el mundo, por mucho que acallen los medios, ha pervertido, aún más, la conciencia de quienes se sabían "controlados" por los saqueadores de la naturaleza, de la Tierra y de las conciencias; dejándolos ahora quizás más endebles, sin resquicio a una defensa física y mental ante el bombardeo del miedo y de mensajes dirigidos a las emociones básicas.

    Aquella movilización de "chalecos amarillos", que vislumbramos como avanzada y todavía iluminadora de presentar cara al poder, tuvo también una contralectura en un resurgimiento meteórico de la extrema derecha en Francia. Una derecha que socavaba de su cultura revolucionaria y hasta de los valores que la habían sustentado: igualdad, fraternidad y libertad (como empezaba a parpadear el semáforo extremista por todo el globo). Llamativamente, los trabajadores, las clases más modestas, proletariado hasta hace poco, comenzaban a trasladar su simpatía, y voto, por la extrema derecha que, sobre el discurso, y sus acciones históricas iban en contra de los logros conseguidos; comenzaban a sobresalir con total autoridad el clan de los Le Pen.

    No hacía muchos años que ya circulaba por Francia el libro del periodista y analista estadounidense Thomas Frank, Why the poor vote right, en Francia traducido Pourquoi les pauvres votent à droite (Por qué los pobres votan a la derecha, 2013). En el prólogo a esta edición Serge Halimi atisba que esa corriente iba más allá de las fronteras americana y francesa. Algunos no lo veíamos venir: ¿cómo podían acudir a las urnas a votar a quienes contravenían los logros alcanzados en la lucha obrera para su mejora en el estado de bienestar, que se había asentado en la década de los sesenta del pasado siglo, y tras muchos decenios de lucha y muertos en el proceso?

    El propio Halimi nos remite a los sesenta como punto álgido de una competencia internacional entre los trabajadores de medio mundo, al miedo a la degradación, a verse superados, desplazados por otros seres más desfavorecidos venidos de fronteras lejanas. 
La inseguridad como factor clave. Al inicio de transformación de un "populismo" de izquierda en otro de derecha, con los medios de comunicación y poderes conservadores rebelándose contra una "oligarquía radical-chic", progresistas en limusinas, consumidores de caviar y aficiones innovadoras en lo social, en lo sexual, en lo racial, una izquierda aburguesada; una izquierda que al forzar la desaparición de la Iglesia como motor de valores "habría socavado la autoridad familiar, la moralidad religiosa, las virtudes cívicas". Nos recuerda la era Trump: "la religión, lo cultural, y los temas como el matrimonio homosexual, la discriminación positiva, la inmigración, la pena de muerte, el aborto, la oración en las escuelas, las armas de fuego..., son temas que han soliviantado una mentalidad "oculta", una moral que busca la seguridad frente a lo inseguro". Un mensaje que difunden hasta los propios bancos, que resulta efectiva, por simple, y que genera reacciones en sectores tradicionalistas, reaccionarios, nacionalistas y, sorprendentemente en masas populares que, a priori, se cree que son progresistas, o de izquierdas. Los conservadores han sabido poner en primera línea los "valores" frente a la política, el "orden" frente al cambio: las conquistas obreras deben desmantelarse frente a la competencia mundial, determinados derechos alcanzados tienen algo de "acomodaticio" con lo que eso conlleva de "inmoral". Los levantamientos urbanos, de los que partimos en este texto, los que trajeron las mejoras a los desclasados, los últimos que estamos viviendo, son "desórdenes". Un viejo tigre de la política francesa, Nicolás Sarkozy lo avanzaba en 2006, “la Francia que cree en el mérito y el esfuerzo, la Francia que trabaja con firmeza, la Francia de la que no se habla jamás porque no se queja, porque no quema coches, porque no bloquea los trenes. La Francia que está harta de que se hable en su nombre”. En definitiva: “La Francia que no se queja”. 
   No hace muchos meses, y ante las dificultades económicas como marco de fondo el 53% de los franceses veía simpática la ultraderechista Marine Le Pen, el 60% la ve cercana a las preocupaciones de los franceses, el 57% la ve apegada a los valores democráticos, y un 47% la cree capaz de unificar a los franceses. El pasado abril los sondeos de varias encuestas le dan el 30% en primera vuelta; ganaría la presidencia del país (mejora su "desdiabolización" jugando con sus seis gatos en la red, y con el que algunos analistas hacen juegos de palabras entre “pouvoir d’achat” (poder adquisitivo) y “pouvoir de chat” (poder gatuno, más o menos). Un político de la vieja guardia del primer partido que goberno en la transición española, Unión de Centro Democrático (UCD), siempre advirtió a su grupo, "lo que cuenta en política no es lo que pasa sino lo que la gente cree que pasa". 

    Fuendetodos en el país de "Fuendepocos"...

    No podríamos cerrar el círculo sin dar un rodeo por la primera "patria" de Goya. Es mediodía en el "Casino" de Fuendetodos (Zaragoza). La escalera, que antaño ascendía a la sala del baile del pueblo, lleva a un comedor con sillas de enea, son sus mesas rústicas, bajo vigas de madera con sus venas repintadas. Cuatro forasteros comen un caldo de patatas y costillas que sueltan el vaho hasta la gigantesca pantalla del televisor que vomita una "vendetta", una más, del principal partido de la oposición en el parlamento español, el Partido Popular (PP), por el caso Pegasus (¿se acuerdan? espiando móviles de cargos políticos desde el gobierno), con coces retóricas, más propias de un asno que del primer caballo entre los dioses. El río anda revuelto entre la extrema derecha y la que se dice menos derecha, mientras algún parlamentario profascista alza su brazo marcial en el parlamento europeo. En Madrid, a su presidenta le gustaría que su partido fuera más "pandillero", mientras desmantela educación y sanidad. Pues ya no queda mucho más que desquitar al estado de bienestar (ya es mayoría absoluta desde el pasado 28 de mayo). Y lo peor es que los cañones y los muertos, ahora sí, aparecen con profusión desde Ucrania, mientras se olvidan los otros frentes de los otros cincuenta y cinco conflictos con miles de muertes y desplazados, siendo la de Siria una de las más callada y cercanas a la zona actual.     Malos tiempos para la poesía social y descarnada, y la pintura, entre tanto linchamiento y llamada a las hordas. Claro que el miedo al invierno sin gas, se ha amortiguado con iniciativas de un gobierno que, ni con esas, logra hacerse oír entre la ciudadanía que ya ni se acuerda de las medidas para paliar el desastre de la COVID y el apoyo de grupos parlamentarios de la izquierda.

  Pero volvamos a Fuendetodos, bello nombre, cuna de Francisco de Goya. Pintor en boca de todos, mientras tantos niegan todavía el derecho a la Memoria Histórica, pero se hacen fotos, a miles, en el vecino Belchite -el cuadro mudo, silente, de la muerte y la desmemoria de la ignominia, del horror en letra por los grafitis de la iglesia y los huecos de los obuses en las calles polvorientas de escombros, casi cinco mil muertos entre las víctimas con los alrededores-. El dictador Francisco Franco prometió a sus supervivientes la reconstrucción, pero luego la dejó como muestra de la "barbarie" del bando republicano. Hoy continúa la ocultación de los bombardeos sobre poblaciones civiles por las fuerzas aéreas italianas o alemanas, apoyando al bando golpista, luego franquista, en la guerra civil del "36", como factor decisivo en el triunfo de los golpistas. El minucioso lavado de imagen posterior hizo perder el azogue del espejo en el que mirarnos hoy. Y el miedo, el miedo de aquellos huidos, los que pudieron, fueron los que llevaron al pintor, y a muchos más, a exiliarse. 

    Como la mentira tiene las patas muy largas, se dice, ésta persiguió a un joven de Cetina, con casa palacio donde se casara Quevedo, a unos cien kilómetros de Fuendetodos, ya en tiempos de "paz". Allí se sigue recordando a Benito López Franco (ironía del segundo apellido), el Soldado de los milagros. Un 17 de enero de 1950 apareció muerto en los baños del del cuartel de Regulares 5, en el que cumplía el servicio militar. Considerado suicidio por las autoridades militares fue depositado en un ataúd boca abajo, y con la supuesta cadena que utilizara, fuera del cementerio de la "Purísima Concepción" de Melilla. Ciertas "curaciones", supuestamente cumplidas por creyentes, han hecho que las flores y coronas no le abandonen ni en su pueblo. Compañeros suyos, casi al final de sus vidas, se atrevieron a decir que cierta pasión con la hija de un mando le llevó a la tragedia. El poder no perdona que el pobre se acerque a su cortijo, y el cura coadyuva en apartarlo de tierra santa (se vivía la efervescencia nacionalcatólica tras la guerra civil).

 PD. En España acaban de celebrarse las elecciones municipales, con resultado de mayorías absolutas en el caso de unirse la derecha y extrema derecha en ayuntamientos y comunidades autónomas. Se dice que ha sido un "rechazo" a la política de un gobierno nacional, trasunto llevado a la campaña por la derecha, cuando tocaban otros menesteres en elecciones locales, de pactos con las izquierdas (PSOE, Podemos e IU, apoyos de nacionalistas catalanes, ERC y vascos, también EH Bildu, en políticas sociales, etc...), que ha tenido logros en lo económico y avances en lo social, reconocidos en Europa y otras instancias internacionales. Hace unas horas en la Comunidad de Valencia se ha firmado el primer gran acuerdo de gobierno regional, ¿sorprende?, con los aspavientos de un PP que anunciaba contra viento y marea que no pactaría con la ultraderecha de VOX (un acuerdo que lleva un folio de líneas de gobierno, de fondo huero y de bajísimo nivel político, además de burdamente redactado. Muy claro, eso sí, el reparto de poder). En ocasiones como ésta el triunfo de la derecha y ultraderecha recuerda las luchas de los Ilustrados liberales frente al Absolutismo y su final; el triunfo, aquí y ahora, en las urnas, de quienes habían denostado a las clases más bajas en el pasado, y que los alzan de nuevo al poder, apoyando lo retrógrado y perjudicial para sus derechos y logros alcanzados. Entonces, cabe preguntarse una y otra vez, ¿por qué los pobres, y aquí caben los que lo son y los que no lo saben, votan a la derecha?

    No sabemos si Goya volvería a marcharse a Burdeos, desde su Aragón de hoy. Tampoco vislumbramos cuándo saltarán chispas de lucha, que no de fuego ni censura sobre el arte, en las calles de cualquier ciudad provocadas por quienes todavía tienen mucho que alcanzar, y conciencia de ello.

lunes, 27 de junio de 2022

Miradas

La Cantabria ignota del Paleolítico, el Beato de Liébana, grumetes con Elcano, carlista..., y la poesía desnuda de José Hierro

  Del horizonte, por el cortado, llega un tibio rumor de oleaje. Al acercarnos, otra ola gigante, pero de piedra de un anticlinal, envuelve la ermita de la mártir sevillana Santa Justa, ahora en Ubiarco, mientras unas gotas volanderas caen como lágrimas rotas en un mar encrespado.
    Arriba, la sobria ermita de San Roque tiene la cal blanca y las maderas cuidadas. De la penumbra del pequeño templo surge Maite. Viene de barrerlo un poco, y cambiar las flores, heredad de su abuela. Envuelta luego entre sábanas que descuelga del tendedero cruza hasta su posada; las telas son lienzos blancos que destellan recuerdos de velámenes y tormentas que se tragaran los barcos allá abajo en el roquedal. No muy lejos suenan al son de un clarinete piccolo, tambor y castañuelas, cancioncillas de amor, alegres unas, románticas y tristes otras. Es el grupo de danzas "Santa Justa". La risa y el baile en la jota vuelven tras la pandemia con los precisos apuntes de su directora, "hay que preparar la fiesta, allá en septiembre". Al caer la noche las voces y murmullos de las mujeres al son de sus panderos suenan a letanías y melodías orientales (quizás el mundo árabe que llegó hasta sus montañas cántabras, ante un pueblo de insumisos con los romanos, muertos antes que esclavos, para luego ser claves en las revueltas de los cristianos).  El mar aloja lejanos contrastes.
   Ahora Cantabria recuerda a Juan de Santanderdel barrio de Cueto,  un grumete superviviente de los tan sólo dieciocho marinos embarcados, según el diario de Antonio Pigafetta, en la expedición en busca del oro del momento, las especias, con Fernando de Magallanes y terminada por Juan Sebastián Elcano; salieron un 20 septiembre de 1519, y arribaron un 6 septiembre de 1522). 
 Y ahí está amarrado, en la bahía que los romanos vieron como de las más seguras del mundo, el "Juan Sebastián Elcano", símbolo de la Armada Española. Fastos de calle como teatro, conciertos, y los cadetes paseando de impoluto blanco, de nuevo el color asociado al mar, entre jóvenes santanderinas que sonríen a las anécdotas de travesía (todo bajo el paraguas de la Fundación Botín y demás mecenas del siglo). 
   En el café suizo del paseo marítimo, Carlos se esfuerza por engatusar con un mediano en su terraza a los pocos paseantes que la fina lluvia, su calabobos, no ha arrinconado en casa, y que ha dejado unas gotas colgando de los rostros de los niños/estatua que se tiraban al mar por una perra gorda. Allí, también, las últimas cañas por si cae un pescado para la cena. La luz, la gasolina, la comida, los alquileres, y salarios ajustados, parecen dar palos sin ton ni son en miles de bocas, mientras en los periódicos saltan los repartos de beneficios de las industrias petrolíferas, del gas, eléctricas, y los bancos (con la subida de intereses desde la víspera; sigue la plaga insaciable del capitalismo). Y siempre, una guerra, ahora Ucrania que desplaza de los telediarios a las anteriores.
   El viajero vino para descubrir también su Cantabria ignota. Para ver sus entrañas de miles de años, restos de sus primeros pobladores, sus refugios y cuevas, restos óseos, sus pinturas, sus mobiliarios, aquéllos que hablan del hombre, sus triunfos y temores (los chamanes como mediadores entre lo natural y lo sobrenatural). Cruzar la calle del café, y bajando unas escaleras, viaje al vientre de la madre tierra, se adentra en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC).
Falage de uro
Falange de uro (bovino
extinto, antecede al
vacuno actual).
 La Garma.
    El viajero recuerda los primeros símbolos y manos de tinte espolvoreado sobre el techo, los caballos y bisontes majestuosos y casi tridimensionales de Altamira, en Santillana del Mar y, sobre todo, el mimo con que maestros y profesoras iniciaban a sus pupilos a los más mínimos detalles, de cuidado con el resto de visitantes, de las filmaciones de antropólogos que cruzaron los continentes a principios del siglo pasado; inuit, masais..., tribus y pueblos captados en su subsitencia como hace milenios, cazando con flechas como refrescan las paredes de cuevas y sacando los gusanos de la tierra del desierto. Y ahora en este museo, cómo no recordar La Garma, donde “se utilizaba grasa del tuétano para no hacer humo", y cómo la cabra se retuerce en la espátula ósea. ¿Cómo sintieron nuestros ancestros, pensaron en la trascendencia, o el fluir diario, hace treinta mil, quince mil años? Mientras pulían maravillosos enseres para su rutina y que hoy son la admiración como pequeños objetos de arte. 
Fosas en Nador (Marruecos). Urge enterrar
a los inmigrantes muertos (casi 40 y decenas
de heridos). El País 27-62022.
    Pero estos días han surgido nuevos restos de nuestro presente que encontrarán futuros arqueólogos. Las fosas de Nador (Marruecos), cuando identifiquen otras fosas, las fosas de Nador, donde se enterrarán hoy los inmigrantes asesinados, hombres buscando una oportunidad de trabajar, de huir del hambre y la miseria, al intentar cruzar la frontera de Melilla entre Marruecos y España, con la falta de humanidad y condena del propio gobierno español. ¿Qué interpretarán, qué discurso, qué fuentes contrastarán? La vergüenza y la repugnancia por estos gestos sobre los débiles seguirán marcando la estirpe humana ad eternum.
 Porque hablando de muertos, guerras y campañas, marcadamente ideologizadas del poderoso sobre el pueblo, quedan vestigios, aún, a la sombra de iglesias y catedrales, como en Santillana donde en un círculo de medio centenar de metros convive la piedra labrada en la Colegiata de Santa Juliana con los nombres de los caídos por España, de un solo bando, 
con el bestiario hermoso y hercúleo de Jesús Otero. Endulza y blandece el paseo el obrador, siempre abierto, y la charla con la bonhomía de su patrón Antonio, que tiene los mejores sobaos pasiegos del norte.
    También, a la sombra del Museo Botín en la capital, se encuentra la estatua al escritor José María de Pereda acompañado de unos labriegos. El novelista reflejó una parte de los laberintos de las Guerras Carlistas en Santander, cruciales la primera y tercera. Pereda abogó por el alma rural frente a la urbana, y recuperar el habla cántabra. Esa dicotomía generada sobre lo rural y lo urbano, traen al viajero a su memoria los tractores que salieron no hace mucho a las calles por el encarecimiento del gasoil y los bajos precios de sus productos. Con el vecino del banco del parque comparte que, hace alrededor de un quinquenio, le impresionó la imagen una docena de tractores que cruzaban las principales vías de Barcelona en apoyo de la Declaración Unilateral de Independenica (DUI). El apoyo rural como en el "carlismo" a un parecer de una estirpe mandataria. Ahora aquellos nacionalismos, la decantación política por reinos actuales de "Taifas", parecen estar en vía muerta. Pero son impresiones vanas. Aquí se vive de lejos ese nacionalismo separatista. Los cántabros, los que discuten, ven como Cataluña ven como sus partidos nacionalistas apoyarán al gobierno central en los presupuestos según sopesen, a pesar de los espionajes "Pegasus" sobre los dirigentes separatistas, con un recargo sobre el tapete al apoyo siguiente. Pero ahora preocupan más los extremismos de VOX en aquellos gobiernos regionales como Madrid, al "¡Ay!uso", mientras en Andalucía ha ganado por mayoría un presidente del PP que rueda seguro en la política con los raíles preparados por el PSOE (con las redes del clientelismo y el recuerdo al asalto a las arcas públicas, paralelas, eso sí, a las del PP en otros territorios). Aunque no vale el simplismo del "todos son iguales". El poder debe alejarse del ciudadano (lo replicaba la obra Charlot en el país de la libertad, de David Barbero, del grupo extremeño “Oveja Negra Teatro”, en el auditorio de Las Lamas hace unos años: quienes gobiernan, en lo político y en lo económico, cierran libertades, y sobre todo asustan. Como decía el escritor José Luis Sampedro, primero asustar, para luego amagar (todas estas conversaciones se cuecen luego a fuego lento en el camino, con la mochila al hombro).
Hombre pez. Xibeliuss
    Hablando de gobernantes, el viajero se cruzó in situ, en el río Miera que atraviesa Liérganes, a Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria; cantando con su hija, mientras se mojaba los pies a pocos metros de la estatua del Hombre Pez (también le han crecido las escamas de la política como a aquel Francisco que, en 1674, terminó en las costas gaditanas desde aquí, y al que no le entendían ni frailes ni padres a su regreso, para luego desaparecer y no volver jamás. Un símil de otros pares de la política con Revilla). No todos entienden a este peculiar presidente, al que algunos también le tienen por loco, "vendiendo" anchoas por altares y palacios. Cantabria ha cambiado el mar por cuidadas carreteras, mimadas por Revilla, quien en la oposición no creía en que este fuera el motor del turismo, y ahora apodan "tapabaches", por las que se mueven miles de turistas todos los días. Van de posada en posada, la apuesta cántabra de una calidad y calidez envidiables. Pero la guerra y el encarecimiento de los carburantes, y una inminente crisis económica, se nota más silencioso el paisaje, a pesar de la desesperada vuelta a la calle y la playa tras los tristes años de COVID. 
    El Mediterráneo de esta piel de toro se lleva el bullicio, y el viajero busca el silencio, por eso está por estas tierras, y queda absorto, hipnotizado ante la playa de Berellín en Prellezo. Al bajar las lombas que ocultan ese mundo mágico de plantas exuberantes y hermosas, el mundo se detiene. Y los sentidos se agazapan en el vientre y surge la malenconía, la melancolía en ese hermoso hablar cántabro, el no querer marchar nunca de ese instante.
    El viajero va en en busca del Camino Lebaniego. Un camino que muchos peregrinos religiosos siguen hasta el Monasterio de Santo Toribio de Liébana en Camaleño, al lado de Potes. Otros llegan atraídos por su historia, por los picos de Europa, por su belleza imponente y majestuosa, sus angostos callejones naturales y sus gentes de discurso directo y nobles.     
    El Camino comienza en San Vicente de la Barquera, con sus murallas y torreones del castillo que lleva su nombre. La majestuosa iglesia de Santa María, muy cerca del albergue de peregrinos, donde Marie, de Burdeos, se repone con una sonrisa de una cadera dolida por las etapas previas del Camino del Norte. Viaja sola pero comparte sueños. Jubilada pasea su soledad, día a día, le apenan los sufrimientos, la tristeza pero no tiene miedo a la muerte. Le encantan este enclave, vestigio de una de las cuatro villas, junto a Santander, Laredo y Castro Urdiales, además de las vascas, que dieron La Hermandad
 de las villas de la Marina de Castilla (1296-1490). Mañana, la primera etapa para el viajero convertido en peregrino, hasta Muñorrodero. Allí, en una antigua escuela unitaria, la hospitalaria recuerda al maquis Paco Bedoya, en sus manos La mujer del maquis (Ana Cañil, 2011). Es una combatiente de la memoria histórica.
    En la Cantabria posguerra, aquella de 1957, el último maquis será abatido por la guardia civil el mismo día que nace el hermano de esta mujer, y que narra lo que le contaron como si lo tuviera grabado en la piel. Los interrogatorios en el cuartelillo; que por no delatar a sus compañeros de partida, le sacaban las uñas de manos y pies; palizas a su hermana y madre, y el fuego al establo con las vacas dentro. El cine trajo a estos estuarios la película Sordo (Alfonso Cortés-Cavanillas, 2019). En el silencio de las montañas vuelven a estremecer la angustia, el miedo, la incierta y mala suerte de los desheredados; el maquis visto desde la sordera, sutil metáfora, lo que ocurre alrededor de la lucha por la justicia, la defensa del régimen republicano depuesto por la fuerza despiadada...
    Pero estas sierras también cuentan otras andanzas. En Cades hay que esperar a entrar a la cocina del albergue. Allí están con su partida de cartas las mujeres mayores del pueblo. Es su centro social. Ríen a carcajadas recordando cómo se repartían o dejaban las mantas para hacer el amor con sus novios, o maridos, para matar la soledad; bajo el gris de las nubes traviesas, entre los acantilados, las lluvias y el hambre.

  Mientras, la hospitalaria prepara una tortilla de patatas con cebolla. Hasta que llega el verano son muy pocos los que habitan por aquí. Con pocos servicios, el médico pasa itinerante, y el pastoreo, a veces lo hacen los propios perros gitantes como en Cicera, donde Julián, ya jubilado, observa con prismáticos a su mastina que traslada las ovejas al pasto certero por los praos. La última etapa, Cabañes a Potes, por el cordel de acero, sobre la roca desnuda, con escalofríos del vértigo, por el desfiladero de la Hermida.
    El agua salpica la piedra de la fuente del claustro del monasterio de Santo Toribio de Liébana, y apacigua con su frescor la tórrida tarde que amenaza tormenta. Al viajero, tumbado en los bancos adosados a los muros, que cuelgan ilustraciones del Apocalipsis de San Juan (Beato, s. VIII), le vienen los versos de José Hierro: Los claustros: "No, si yo no digo/que no estén bien en donde están:/más aseados y atendidos/que en el lugar en que nacieron,/donde vivieron tantos siglos./Allí el tiempo los devoraba./El sol, la lluvia, el viento, el hielo,/los hombres iban desgarrándoles/la piel, los músculos de piedra/y ofrendaban el esqueleto ―fustes, dovelas, capiteles―/al aire azul de la mañana./Atormentados por los cardos,/heridos por las lagartijas,/cegados por los estorninos,/por las ovejas y las cabras/No, si yo no digo/que no estén mejor donde están/―en estos refugios asépticos―/que en las tabernas de sus pueblos,/ennegrecidos los pulmones/por el tabaco, suicidándose/con el porrón de vino tinto,/o con la copa de aguardiente, oyendo coplas indecentes/en el tiempo de la vendimia,/rezando cuando la campana/tocaba a muerto./No, si yo no diré nunca que no estén/mucho mejor en donde están/que en donde estaban…/¡Estos claustros…! (José Hierro 1922-2002, en Cuaderno de Nueva York, 1998).
Gema Soldevilla,
José Hierro, (2008).
Paseo de Pereda, Santander.
    Aquella poesía, desarraigada, con el ser, de sus circunstancias extremas, de sus cinco años en prisiones -en Alcalá de Henares, con sus versos de "Canción de cuna para dormir a un preso", "...La noche es bella, está desnuda,/no tiene límites ni rejas./No es verdad que ni hayas sufrido,/son cuentos tristes que te cuentan./Tú eres un niño que está triste,/eres un niño que no sueña./Y la gaviota está esperando/para venir cuando te duermas./Duerme, ya tienes en tus manos/el azul de la noche inmensa./Duerme, mi amigo…/Ya se duerme/mi amigo, ea…". Luego recogería su premio Cervantes en 1998-, con Cantabria por juventud, por estar luego tan cerca del "apocalipsis", y la sinrazón, de la guerra civil (1936-39).
   El fuego del Apocalipsis llegó a Santander el 16 de febrero de 1941. Un niño de cerámica, tras el escaparete de una tienda de antigüedades, sigue llorando la tragedia (voló su pájaro, o murió). Otro santanderino recuerda la catedral ardiendo: "La iglesia solo ilumina cuando arde", dijera Jesús Aguirre, luego duque de Alba, mientras otro santanderino, el poeta Gerardo Diego (1983-1987), la revive en su "Elegía de Atarazanas":
    “Ni ascua ya, ni ceniza ni pavesa;/aire en el aire, luz en el sobrado/de la santa memoria. Aquel tejado,/trampolín de aquel sueño que no cesa;/vuelve la golondrina y embelesa/con su trovar mi oído enamorado,/y está el cielo del Alta serpeado/de altas cometas que el nordeste besa./¿Todo es ya nada? El fuego ¿también puede/devorar la ilusión, lo que no cede?/A ese alado ladrón ¿no hay quien le ladre?/Nada es ya todo. Viva está mi casa./Es verdad. No te has muerto. Un ángel pasa/por tus ojos azules, madre, madre”.
    El viajero piensa que sería tanta belleza la que este rincón del Cantábrico tuviera que, por ello, ha renacido.

Los cuatro jinetes del
Apocalipsis
. Beato de
Liébana, (s. VIII d.C.).
   
Porque Cantabria es también tierra de poetas y ensoñadores. El que fuera el creador del mito del Camino de Santiago, aquel beato anónimo, de Liébana, angustia con su mirada la paz estival. Llegará el fin del mundo, se hará Justicia Universal, aquella que "pondrá ante Dios a quienes le hayan mencionado en vano". Y a los que no nos hemos acercado todavía al altar, y besado el brazo izquierdo del Lignum Crucis, con el hueco del clavo que aferró la mano de Jesús, nos parece que estamos más cerca a ese infierno, sin "gracia divina" que nos acoja.
   Carmen, una peregrina, se arrodilla ante el altar. Es sábado y acaba de oir misa en La2 (celebrada por el obispo de la Diocesis Complutensis, Alcalá de Henares, Reig Pla; aquel que en 2014 declaró que los homosexuales necesitan terapia y comparó el aborto con el holocausto nazi; ahora acusa al gobierno socialista de convertir a España en un "campo de exterminio" por la Ley sobre la Eutanasia). Carmen recuerda a su marido Antonio, por lo bajo, que deben volver el domingo 16 de abril de 2023, el próximo año jubilar, el santo les amparará hasta entonces.    
    LLega la hora de recogerse, pero antes asomarse a los ventanales del albergue, sobre el Deva, en Potes, justo enfrente, la torre del Infantado del palacio. Allí se despliega la exposición didáctica y bella sobre el Beato y facsímiles del códice. Pasear al caer la noche, anclado sobre el puente, después de pasar por la puerta del museo/casa de Juan de la Cosa (aquel cartógrafo que hizo los siete de los primeros viajes a América y dibujado el mapa más antiguo sobre aquel continente). Hipnotizado ante la Mano de Gloria, momificada. Está en la Torre Orejón de Lama, el museo de brujería. Se dice que sostuvo el fuego maléfico de una vela para doblegar voluntades de mujeres hermosas, y satisfacer los morbosos deseos de un brujo satánico.
    Apetece dormir en el soportal con la "balanza de brujas" y pesar a las mozas que pasen para ver si pudieran "volar" en las maléficas escobas.
    Con una de aquellas brujas, volamos de Liébana hasta el pico de Fuente Dé, el límite con Asturias, frontera que los vecinos no dibujan.
    Al bajar del teleférico nos acercamos a la estatua del "Cantabrón", Pedro de Escalantes y Huidobro (1913-1970), político que impulsó estas instalacioens pero, sobre todo, el nombre de Cantabria desde su puesto en la Diputación santanderina. También escribiría dos novelas, La vida por la muerte, y Cuaderno de Bitácora (1956).
    Luego, al día siguiente, de vuelta, el salto a Unquera´para coger el autobús. El peregrino Javier pierde la cartera. Su compañero Juan Carlos recorre los últimos kilómetros y paradas. En la persistencia, una policía local termina por recuperarla, un persona mayor, honesto como es esa generación, la ha devuelto a la guardia civil (más su novia, Rocío, piensa que es mentira, y detrás de esa "policía" se encuentra una "aventura del Camino" para retrasar la vuelta). Porque también Unquera reúne la desembocaduras de los ríos Deva y Nan, y allí los obradores hilan sus dulces "corbatas". Es tierra de nuevas residencias de un turismo que se aferra al clima viendo el desierto que el cambio climático encoje la península. Es también el punto de encuentro con el Camino del Norte. Peregrinos que han cruzado las piedras cargadas de historia y saber de Comillas.
    Comillas, donde la Universidad de los Jesuitas, con su puerta de las virtudes, ahora llama a la Virtud del peregrino (falta la séptima virtud, la soberbia, que se deja tras la puerta de 120 kg, comienza la sobriedad). Una quilla invertida del naviero que lo paga sobre escaleras en el recinto, hoy centro de estudios; o el capricho de Gaudí. Un bocadillo en la ermita de Santa Lucía, imaginando las ballenas que se pescaban hace mucho tiempo, y dos puntos que albergaban sus faros son el final del viaje. Mirando al mar, dejando muchos rincones por explorar; esperando que pasen las olas que vimos en Ubiarco, viendo pasar la vida ¿qué vida, la que elegimos, la que nos llega, la que soportamos? Buen camino...