La diosa Themis a la puerta de los tribunales en Valparaíso (Chile). |
Dicen, -quienes han pasado por la puerta de los Tribunales de Valparaíso (Chile)-, que les sorprende ver, supuestamente a la vieja diosa Themis Fermida con su balanza y espada recogidas bajo un brazo y con el otro, en la cintura, mostrando toda ella un gesto desafiante (leí que fue un regalo de un inglés injustamente juzgado por delitos que nunca cometió). Es la antítesis de la imagen a que nos tienen acostumbrados en occidente con los ojos bajo una venda y la espada preparada para el ataque.
Portada de El Jueves, nº 2075. |
Buceando en otras páginas destacan en negrita las presiones sobre jueces y fiscales del gobierno de Partido Popular (PP), desde la Fiscalía General del Estado y del propio ministro de Justicia (del resto de los partidos políticos pocas voces señeras y rotundas de denuncia de estas estratagemas). En la televisión el presidente de la Comunidad de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, habla, tan campante, de que su imputación, ahora investigado, no es formal, término éste último que no existe. Está imputado, investigado ahora cuestión del discurso imperante y huero, y punto. Pero toca marear la perdiz, o la gaviota.
Ahora, me viene a la memoria que a muchos, aquellos que carecen de medios, sí que se les aplica la justicia con todo su rigor. En 2013, en Requena, se condenó a una joven desempleada y madre de de dos niñas, a un año y nueve meses de prisión por haber estafado una cantidad que no llegaba a quinientos euros de una tarjeta de crédito que encontró en la calle y con la que compró pañales y comida para sus hijas. Un juez evitaba su entrada en prisión hasta que llegó el indulto del gobierno, fruto de la presión mediática y social. Su vida pendió del mayor de los fracasos del sentido de la justicia, la reinserción, pues ni antes ni después, pasados varios años, había delinquido.
Carlos Lesmes. público.es |
Esta tarde ella no está al fondo de la cafetería una silueta inmóvil, tímida, casi transparente. Aquella mujer que se sienta silente con un té eterno mientras mira la lámpara de araña modernista. Es una jueza que tuvo que venirse de los juzgados de una plaza de nuestro mediterráneo especulado y mafioso, que no remonta una depresión que lleva camino de plantarla bajo los cipreses del cementerio; tiene las venas recosidas bajo esa sempiterna chaqueta de algodón. El camarero cuenta que no es la única. Que algunas de aquellas que le hacen levantar la taza y sacar alguna tímida sonrisa son compañeras que volvieron machacadas de una persecución, de unas amenazas veladas y sutiles, de encargos a tareas y menosprecio de su labor con la toga. Son las grandes sombras que no termina de ver la Dama de la Justicia.
Y retumban de nuevo en mis oídos los disparos del juez argentino Alberto Nisman, que "se suicidó" en vísperas de acudir frente a una comisión parlamentaria en la que aparecerían implicadas las principales redes del poder político y económico de su país. O aquel juez apartado de la carrera judicial por escuchas a unos procesados en la cárcel en plena instrucción de un caso de raíces políticas (Baltasar Garzón), amén de otros tantos profesionales que se ven abocados a abandonar su trabajo, sus vidas, ante la presión de los violadores de la Ley.
Al final, ¿qué es pues la Justicia, si no tiene que ver con el efecto esperable sobre quienes debe recaer y administrar para conseguir un fin común basado en la convivencia y la igualdad? Todo concluye en que se ha caído en la in-justicia, donde el prefijo "in" toma toda su fuerza como "privación, negación". ¿Terminará por ser el in de los terribles finales dictatoriales in-mediatos, fruto de una contractual in-actividad generalizada, tras un in-terminable quebrantamiento de lo sensato y bueno para el bien común? ¿Cómo deben y por quienes deben ser modificadas las leyes? ¿En qué momento?
Quizás, como se atribuye a San Agustín, refiriéndose a los pobres, ya que para él los ricos y poderosos estaban "tocados" por la gracia de Dios, la Justicia llegará a aquellos con la Muerte. ¡Alegría!
Hoy, un día más, para todas las mujeres de la tierra,
que se aleje de ellas cualquier tipo de injusticia.
Pd.: El 3 de octubre de 2018, un año y medido después de esta entrada, el Tribunal Supremo ratifica la pena, cuatro años y medio de prisión, para Rodrigo Rato por el caso de las tarjetas black en Bankia. Lentamente, pero imparable e implacable a veces, la Justicia se acerca al principio de "todos somos iguales ante la Ley".