sábado, 28 de noviembre de 2015

Miradas


Si te dicen que olvides  

   ¿Qué harás con aquella tarde que tu padre te arrastró por una culebreante fila hasta el féretro de un decrépito general, hace cuarenta noviembres? ¿Dónde envolverás el periódico de tus bocadillos de instituto con los rostros envilecidos de unos terroristas pasados por las armas o garrote vil, parte de la canalla judeo-masónica, apelativo de Francisco Franco a toda oposición a su régimen en la plaza de Oriente a sus "españoles todos"? ¿En qué cuadras recaerán los caballos enormes montados por grises que tumbaban pechos de estudiantes vociferantes de proclamas para ti entonces ininteligibles? 
Manuel Fraga, ministro de Turismo,
en Palomares (1966).
www.elperiodico.com
   Entonces, ¿ya no reirás por el prohombre en calzones enormes metiéndose, de mentirijillas, en el mar para demostrar que allí no había bombas atómicas ni gárgaras por si acaso, a varios kilómetros? El mismo que sacaba a los mineros de las sacristías esperándoles con fuego; porque siempre te preguntaste si hay tiempo en las minas para discutir de política y al salir cambiar los carbureros por cirios. Iglesias con cruces gigantes en los muros, o en el valle de los caídos, con los nombres de siempre, los mismos, los de un bando de aquella guerra fratricida fruto de un golpe de estado sangriento.
   Tendrás que olvidar las heladas mañanas que ni los últimos rescoldos de la estufa de hierro fundido, donde un puchero comienza a hervir las judías o garbanzos con tocino de la última matazón, te reponían del frío al abandonar el colchón de lana y mantas ásperas de mula. Luego, aquel babi azul que te abrochaba tu madre por detrás, mientras te atabas los cordones de aquellas enormes botas con los calcetines de lana que arañaban la piel a tus pies andando sobre las nieve en calles sin asfaltar, camino de la escuela “Primo de Rivera”. 
   En el patio antes de entrar las filas, prietas, con el brazo en alto, cantando el Cara al Sol con la camisa nueva, aquella única que había en el armario con olor a alcanfor, de padre, para los domingos, o para votar al tercio familiar, o en la fábrica, donde los capataces llevaban medalla de yugo y flechas en la solapa. Después del rezo copia y recita, la palmeta sobre la mesa del maestro, héroe de la División Azul, que a los otros, los republicanos y maestros de verdad, los depuraron, mataron o robaron título. Las niñas con doña Luisa, que cuando venía era todo dulzura frente al cafre que nos hablaba de devoción y vida al Caudillo, formación del espíritu nacional, que para eso había salvado España, una y mil veces, por la gracia de Dios.
Leche en polvo y agua.
De "Barraca 5, habitación 11"
de A. Cantero y R. Luna.
   Aquel que, mientras desayunabas en los recreos jugando al burro, leche en polvo sobrante del ejército americano, Marshall, democracia, EEUU, él revisaba y rehacía su Raza; ya le valiera la máxima "Jamás la lanza embotó la pluma", para llevarse a sí mismo a la pantalla, un héroe y mártir; no puede ser menos para un Caudillo por la gracia de Dios. 
   Si te dicen que olvides lo harás de aquellas tardes de mayo con flores a María, que madre nuestra es; un cachete del sacerdote con sotana, rechoncho, mofletudo rosáceo, que repite en la letanía el nombre del salvador de la patria, católico, apostólico y romano (hasta nos evitó de la Segunda Guerra Mundial, vaya, que Hitler le respetaba, ni más ni menos).   
      Y a la noche, sobre el altar de la casa, la televisión de blanco, gris y negro, UHF, aquí a callar, y apagarla si salen más muertos en películas que no sean de Carmen Sevilla, que lo que hay que ver es "1,2,3... responda otra vez", un chalet en la playa, un coche, Seat y si es camión Barreiros, y sol, mucho sol. 
   El resto albañiles y desposeídos a hacer pantanos para que los inaugure el generalísimo, y saque sus cuartos. Allá se mueran los muertos por falta de medicinas en tanto poblacho de cal y piedra, calles sin asfaltar, por donde pasan mulas y rondallas de bandurria para la virgen; en las eras chorizo seco, navaja y sandía los mejores días, para antes o después morir destripado en mitad de un cerro.
Fraga, Guerra Campos y Suárez
en RTVE. www.elcorreo.com
   Se cierra la emisión tras el himno nacional y el sermón catódico de monseñor Guerra Campos y las veleidades del rojerío con el diablo que quieren tumbar cuarenta años de paz; sí paz para los vencedores de la guerra entre hermanos, porque los otros, están bien muertos, y los que quedan andan temerosos de cárcel y torturas. Sólo unos cuantos con La Pirenaica, radio clandestina; sus voces hablan de resistencia, pero en la cocina madre manda callar como posesa cuando se menciona al maquis, ni hablar, que alguien puede andar escuchando tras los muros.    
   El abuelo melifluo, carirredondo, reparte atunes desde el Azor, posa entre cientos de piezas abatidas en cotos; sin rastro de los Santos Inocentes en sandalias de esparto que rompían terrones tras perdices y conejos, desdentados, para luego, alguno, pillado por los del tricornio negro, marcarlo con el lápiz de color de las sentencias en El Pardo, por rojo, al olor del brazo incorrupto de Santa Teresa.
   Si te dicen que olvides te va a ser muy fácil, pues se mutiló la memoria con miga de pan y mosto, no da para vino, se buscó el silencio con quienes mantuvieron la lucha otros cuarenta, se escondió en el trastero la república, se fabricaron coronas, se dio paso a los descoloridos, a los que jugaron a ser rojos pero desteñían sus frentes de las boinas rojas y la camisa azul, bien planchada; se armaron procesiones de nuevos santos, se calzaron botas de militares, jugaron al ratón y al gato, y se fue atontando al gentío para que abarrotara gradas de campos de fútbol y cosos. Y así se cambiaron grises por trajes y corbatas, fusiles por papeletas cada cuatro años, sin cuidar los campos de claveles, para sentarnos a esperar otros cuarenta años para otear si alguna vez alguien nos cuenta la verdad y por fin se sacan los huesos de los otros, para que vuelvan a tener nombre en esta endeble y parca memoria.
   Tendrás que olvidar tantas cosas que ni siquiera viviste ni oíste...
   Si te dicen que olvides, y lo haces, allá tú.

El burro.

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