miércoles, 7 de enero de 2015

Miradas
Rinocerontes, cucarachas y los fascismos en los "biopics" al uso


La Máquina de Alan Turing
aparece en sus escritos de 1936.
 Aplastado bajo múltiples pensamientos contrapuestos, tratando de asimilar tantas cuestiones sobre la condición humana como la sexualidad, las relaciones del poder, la fragilidad con la que caen las creencias más elementales, la cara oculta de la verdad misma..., no puedo levantarme de la butaca de la sala. Acabo de ver The Imitation Game, la película de Morten Tyldum basada en parte de la biografía (biopics) del matemático inglés Alan Turing (1912-1956). Una juventud difícil y al mismo tiempo trágica que se combina con los años en el grupo de Bentcheley Park, que trabajó en descifrar a Enigma, la máquina que generaba los códigos alemanes para desarrollar los movimientos de tropas e información sensible durante la Segunda Guerra Mundial. 
   Basada en la obra del también matemático, pionero en los años 70 del movimiento de liberación gay, Andrew Hodges, Alan Turing: The Enigma (1992), el fondo que me trasluce el film es la gran mentira en la que debe entrenarse el ser humano para sobrevivir a la jungla de las pasiones que van desde el desasosiego por el amor prohibido a la más despiadada guerra. La historia que envuelve es sencillamente desgarradora. En constantes e intensos flashback vemos gradualmente a un ser caer extremadamente inteligente en la más absoluta soledad, para luego refugiarse en el propio efecto vitalista y creador imparable de su cerebro. Cuando al final se suicida, después de la anulación de su sexualidad en una sociedad represiva, nos produce la tentación de compararlo con el creciente recorte en las libertades que se están sufriendo en gran parte del planeta, arrogándose unos pocos el poder de aquellas divinidades griegas, las Moiras, que hilaban o cortaban la vida de los hombres. Ahora, de nuevo, me sobrecoge la idea de que no supimos desenmascar el devenir de fascismos más allá de los uniformados por Hitler.
   Si Robert Harris fantaseó en Patria con una Europa nazi después de la guerra, la ucronía se vivió tras los escombros y cenizas en los que creían que habían reducido las esvásticas, en las leyes explícitas o morales en la vida de Turing en Gran Bretaña y no digamos resto de Europa y otras fronteras. El matemático evitó casi veinte millones de muertes, pero sucumbió a las fauces de los "previsibles", como remarcan varios diálogos de la cinta, por su homosexualidad no consentida; después de rebajarlo a matar su libido con la química que agotó su cerebro y su sentido vital. Tras fracasar en el Amor se había convertido en un marginado; si había creado la plataforma sobre la que vendrían nuestros actuales procesadores que ahora nos circundan, no pudo expresarse en un lenguaje que le hiciese comprenderse por el resto de los miedosos a la diferencia. El nazismo campó después de vencido, sin esvásticas; aún hoy se regenera en mentes anodinas, mentirosas y mediocres, no en aquéllas lúcidas y realmente útiles para una humanidad a la que le resta muy poco de llamarse así, mentes simplemente sensibles a otros mundos posibles pero inaceptables para los poderosos carnívoros de hombre libre (bajo otras intolerancias esos carnívoros han matado hoy a varios creadores del semanario crítico y humorístico Charlie Hebdo en París, a los que va mi más sentido reconocimiento y pesar; la variante repugnante de las Moiras Átropos que cortaban con sus "detestables tijeras" la hebra vital, aquí tratando de imponer la censura total. Sin olvidar la condena excesiva y humillante sobre Raif Badawi que recibirá mil latigazos, cincuenta semanales, en Arabia Saudí, por haber creado un blog que las autoridades consideran ofensivo hacia el Islam).
   La terquedad y seguridad personal hizo que Turing venciera el escepticismo, el despecho y la arrogancia de los poderosos. La rebeldía o fragilidad, según el espectador, del personaje Bérenger de Rinoceronte, de Eugéne Ionesco (1959), tres años más tarde a la muerte de Turing, también vaticinaba, o denunciaba, otras masas informes alrededor del poder de la manada.
   Una extraña enfermedad convierte en rinocerontes a los habitantes de una ciudad. Nuestro protagonista, que no quiere parecerse a esos fuertes y aparentemente insensibles animales selváticos, queda sólo, aislado. No le quedan amigos y hasta su amor huye en el último momento. Para Turing y Bérenger el sistema acosa y destruye. Si el primero descifra hasta los sentimientos del enemigo en casa, el segundo se aferra a una personalidad difícil de encuadrar, no accede nunca a la indiferencia del otro, no busca la comprensión y no accede a parecerse a los fuertes, aún predeciendo sus mecanismos y su propio final; parece como si Ionesco hubiérase adentrado en la mente Touring.
Rinoceronte, versión de Ernesto Caballero, 
actualmente en el Teatro "María Guerrero" 
de Madrid. Foto: www.culturamas.es
   Al final, ambos seres acaban solos; el "no me entregaré" que dice al final de la obra el personaje Bérenger, lo habría firmado Turing. Es la Moira Laquésis que une la longitud del nazismo latente en vida de Turing con Metamorfosis.
  El trato de una sociedad de patente autoritaria y burocrática, como añadido, ya tenía antecedentes con visores animalarios. Gregor Samsa, el protagonista de Metamorfosis (1915) de F. Kafka sufre el mal que mata a los hombres, la desconfianza. Si bien había cuidado de su familia, cuando se convierte en insecto(s) -cucaracha en muchas visiones gráficas-, es abandonado por ésta hasta que una criada exclama: "¡Ha reventado!" (¿resonancias en Turing?).
   Quizás con esta frase se resuma lo que los dictadores pretendan. Por eso, Gregor, Berenger, y el real Turing, son repudiados y apartados de los principales salones de palacios y cortes. Como mucho son aniquilados y expuestos en zoos y laboratorios esquinados en universidades.
   Con este año recién iniciado y bien deseado para todos "Año del delfín" por Manuel Rivas, El País (3-1-2015), me sumo a que se reproduzcan estas "personas no humanas" que guiaron una patera en mitad del mar hacia un barco de Cruz Roja hace unas fechas. De los humanos que las hunden sobran hasta el infinito.

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