miércoles, 26 de noviembre de 2014

Miradas



Telegrama:

Se fue Mato, me bajó la fiebre


periodismointeligente.wordpress.com
   Creo que muy pocas personas podrán contar que vivieron febrilmente la dimisión de la ministra de Sanidad, Ana Mato, 19'47 hora peninsular, como es mi caso, mientras sufría una estenuante "virosis", y me preparaba para un nueva subida de décimas. En la mesita de noche el paracetamol que un buen profesional médico me ha recetado después de un cuidadoso repaso por articulaciones y auscultado pecho y espalda.
   Teniendo en cuenta la coincidencia/¿jugada maestra? del juez Pablo Ruz de hacer pública esta misma mañana, un día antes de la presentación del presidente Mariano Rajoy en las Cortes de medidas contra la corrupción, acorralado por la de su partido, y el desgobierno en tantos frentes, la citación a la ya exministra como "partícipe a título lucrativo" en el caso Gürtel, no puedo por menos que alegrarme de que la cordura no se perdió en los juzgados y, espero que pronto en las urnas ya que en la calle hemos asistido a constantes clases de Educación para la ciudadanía democrática en tantas manifestaciones y huelgas. 
   Y como sé que la memoria es muy frágil, ahora sólo quiero recoger aquí, por solidaridad, el temblor que me produce pensar en los miles de personas que se han visto privadas durante estos años, en paralelo esquivo a mi venturosa biografía, de un derecho como el de la salud que me devolvió parte de la confianza en los llamados "Estados del bienestar"; y no redundo en otros como la educación, trabajo, vivienda... En este rato de cierta lucidez parapetada tras un fármaco siento, aún más, lo que se debe sufrir un ser cuando la merma a tu cuerpo llega sin que remedio lo aplaque (una clamorosa denuncia del Observatorio Valenciano del Derecho Universal a la Salud, Odusalud, afirma que más de mil inmigrantes en aquella Comunidad no llegaron a ser recibidos por un médico en los últimos dos años, algunos menores, aunque la normativa mantiene actualmente ese margen, ¡qué humanidad! El Real Decreto 16/2012 del Ministerio, sobre medidas urgentes para la sostenibilidad del sistema de salud impide que miles de personas que no coticen tengan cobertura en España, solventándose lo urgente por la inestimable entrega de los profesionales médicos en entidades, colegios profesionales y ONGs que aún cuentan con impagables voluntarios y voluntarias).
   ¡Qué lastima, señora ex, que no se preguntara cómo se las apañarían quienes no tuvieran recursos ni cotizaciones!
  Claro que tampoco se preguntó qué hacía un Jaguar en su garaje. Seguro que lo habría hecho si se hubiera encontrado una patera pero creo que no las ha visto más que en los telediarios, si es que no ha cambiado de canal al ver los goterones de sangre de las concertinas. Al fin y al cabo demostró, desde el primer día, que era ministra tan sólo de la salud propia y de su partido.
   Tengo 36,5º C. Me queda tiempo de vigilia hasta El Intermedio.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Miradas


El Muro


Puerta de Branderburgo. Berlin.
www.lavanguardia.com
      Berlín Este (Alemania oriental), Julio de 1998. Puesto de guardia de la puerta de Brandemburgo. Un oficial del ejército de la República Democrática se dirige a un grupo de jóvenes estudiantes españoles. Destaca las provocaciones de líderes del Oeste, como la que protagoniza durante la "guerra fría" Robert F. Kennedy sobrepasando con el alerón de su limusina la línea divisoria en el pavimento oriental. Fue después de su discurso frente a la puerta-símbolo de la paz, con relieves de Hércules, Marte y Minerva, en compañía de Willy Brandt, entonces alcalde de la Berlín occidental. "Pudo suponer un conflicto internacional", (mientras un vídeo recoge otras supuestas "invasiones territoriales", así como asaltos de personas que tratan de huir y son apresadas de inmediato). En un impasse al turno de preguntas que controlaba nuestro guía, se cuestiona al militar por qué se dispara o desaparecen aquellos que todavía tratan de saltar "el Muro" desde que se cosieron muros de espino en las calles todavía horadadas por las bombas que terminaron con la II Guerra Mundial. Tenso, y claramente contrariado, contesta que son terroristas y que nosotros sabemos muy bien lo que eso significa (en referencia a ETA lógicamente). Sin demora se le rebate pues en la España, ya democrática, ninguna sentencia, para cualquier delito, conlleva la pena de muerte. Fin de la charla y visita.
   En los días que aún restaron, pisamos sin querer, durante muchas noches, tumbas fantasmas de cientos de muertos anónimos, cascotes en el asfalto con plomo en sus carnes. Se palpaba el hambre en los cuerpos, y sobre todo terror pigmentado en aquellos rostros sin expresión alguna, huecos en las cuencas de los ojos, mujeres con viejos pañuelos sujetándose el cabello, saliendo de cualquier rincón para recoger la fruta abandonada por los hortelanos cuando sus carros abandonaban las plazas de las villas; temblor en las manos y músculos tensos al atravesar las fronteras o puestos de control de los ya jubilados que dejaban sus casas por volver con los suyos, al otro lado; vuelos nocturnos de helicópteros cargados de bombas, colores oscuros en los museos y animales esqueléticos en el zoo que visitaban cientos de soldados-niños rusos, la generación heredera de aquellos que habían luchado junto a los aliados para desterrar al nazismo, ríos de hormigas marrones por la capital, el agua de la ducha nociva por los filtros de las químicas en los acuíferos. Al fondo, eso sí, los campos de concentración de exterminio nazifascista, fidelizados al minuto exacto en que fueron tomados por las tropas rusas y aliadas.
   El viaje aquel supuso un golpe mortal a nuestra ingenuidad en los idearios políticos. Si veníamos de una dictadura militar, aquí nos habíamos cruzado con la dictadura de quien, ¿del proletariado? El horror tenía muchas caras y pocos lazos con la teoría de los ideólogos, después de pasar por el marchamo del hombre. Pero, ¿quién nos iba a decir, a pesar de ciertos atisbos, que un año más tarde el muro caía y miles de jóvenes se subían a él para hacerlo trizas, para desdentar ese cuchillo moral entre hermanos, de historias rotas desde 1961? 
www.república.com
  Muchos de aquellos jóvenes llevarían, un nueve de noviembre de 1989, vaqueros que habían intercambiado  por miles de marcos devaluados e inútiles ya entonces, y que los del oeste, habíamos gastado luego, como nuevos ricos desorientados, en centros comerciales donde había un trabajador para marcar el piso y enchufar un miniventilador, un juguete en nuestros parques, para solventar la atmósfera asfixiante de un paro lacerante en el gigante de la Karl Marx Strasse; se gastaron esos marcos en rudimentarios recuerdos que nos traían la manufactura de tantos años atrás en los comercios de provincia de nuestros mayoresAquellos que volvían, después de pasar por los túneles macabros con uniformes de guerra y cascos oxidados, al tren occidental de ese Berlín gris, que nos devolvería hacia una democracia incipiente como la española, ganada gracias a generosos idealistas y sacrificados trabajadores y universitarios, no se daban cuenta que un muro invisible se estaba construyendo por "los otros", los beneficiados de siempre que, a nuestras espaldas, no derribaban el franquismo del todo, invisible aún para los más aviesos, pervirtiendo la igualdad y la libertad en el muro de la degradación y la manipulación de los más débiles (años más tarde, de vuelta a Alemania, en 1992, en Múnich, algunos "hermanos" de aquellos del otro lado del muro, se arrepentían de los gastos ocasionados por la unificación, llamándolos a un tiempo "vagos" y comunistas pervertidos). 
   Ahora ese muro es, en la memoria, el símbolo de la Europa sobrevenida tras el "deshielo" de los bloques militares e ideológicos; una Europa que trató, y consiguió reponer el frigorífico vacío, como no muchos años antes de la primera gran Guerra, y siglos antes de la de "los treinta años", sin luz, tan gris como aquellas casas-nido de las avenidas de líderes grandilocuentes, los retales de las ropas desgastadas, la mirada perdida en aquellos caballos escuálidos, abandonados, campos de golf como secarrales, mansiones descascarillándose del oro de sus capiteles, fortunas trapisondas de hombres pro-patria, y al sur, en el otro muro físico de las concertinas, un ejército de hombres colgados tantos días como el yacente de los iconos católicos, hasta que el acero les corta la piel hasta pudrirla; el muro de los desheredados (sin olvidar los muros de los marroquíes con el pueblo saharaui, el muro judío contra los palestinos, y tantos otros).

Sofía y Ali, madre mutilada
por las bombas antipersona.
Gervasio Sánchez.
   Palencia, 2014. Veinticinco años de aquel nueve de noviembre de 1989, y nos topamos con las fotografías de Gervasio Sánchez que cuelgan en Palencia. Es el icono del fotógrafo de guerra. Sus testimonios de conflictos en los cuatro puntos cardinales del globo, hablan de muros tan terribles que se me revuelve el estómago al ver el sufrimiento, la muerte, la degradación que pagan siempre los mismos (niños tullidos por bombas antipersona vendidas desde nuestros democráticos y generosos países, entre ellos el nuestro, niñas y mujeres violadas, mayores desorientados hacia la muerte en conflictos que ninguna organización internacional es capaz, o no le interesa, parar...). Y nos brota la vergüenza por esa parte del ser humano despreciable, al tiempo que pagamos con la admiración la fuerza de contención que tuvo Gervasio para contener su rabia detrás del objetivo y captar la consciencia de lo que realmente podemos llegar a ser: un animal que no cesa de construir muros frente al prójimo con el que tapiarlo y amortajarlo de cemento.
   Mientras sorbemos un café para entrar en calor de esta tarde fría, en un local de cierto lujo en la Calle Mayor (de esta Palencia 

estuario, junto a las hoces de Cuenca, de una película con el mismo nombre de J.A. Bardem, de 1958, que también habla del engaño de los poderosos, señoritos, ante la inocencia, mujer romántica) un joven adolescente escupe con un rostro desencajado sobre el cristal del local y su escupitajo se restriega y va cayendo lentamente hasta parecer una lágrima sucia, que cae muerta hasta el asfalto. ¿Qué habrá movido a un ser joven a hacerlo? Surgen
 territorios para la comprensión todavía infranqueables, mundos inasibles, cuando se observa tanta rabia sin canalizar, que cabe plantearse rápido qué compuerta arrostrar para que esa rabia irracional no decaiga en odio imparable, y manejado por otros le lleve al arrebato y la muerte, una vez más.
   Con estupor y tristeza, cabe preguntarse, ¿qué verán los ojos y sentirán los labios de ese joven dentro de veinticinco años después de haber escupido contra el muro de la impotencia?
    Madrid, noviembre 2023. Nueve años después de Palencia y el "gargajo". Los noticiarios no cejan de conectar con los grupos de jóvenes violentos vestidos con ropa de marca y radicales que portan banderas nacionales sin su escudo central, pero sí nazis en sus ropas tapados con cazamontañas, frente a la sede del partido socialista, mientras el líder del PSOE, Pedro Sánchez, es investido presidente del gobierno (con el apoyo de coalición de izquierdas, SUMAR, y de nacionalistas de izquierda y derecha, mientras los representantes de la extrema derecha VOX, ha vuelto a la votación tras abandonarla para pasearse horas antes con los manifestantes frente a la policía). 
    En unos minutos el decorado que nos acoja será la exposición El muro de Berlín. Un mundo divididoCerrar los ojos -emulando el título del film de Víctor Erice-, y volver a esos recuerdos que estaban escritos años antes. Y ver que aquel joven de Palencia, desorientado, quizás ajeno a la historia, llevado y traído por mensajes hueros y viles, lleva en volandas muñecas de plástico para vilipendiar a las mujeres representantes en el gobierno de su país y lanza botes y piedras creyendo que está "salvando" la patria. Y el muro aquel, el de la vergüenza, la soledad, la de dos rastrojos que separaban hermanos, hijos, abuelos, vidas, ya está en las mentes, de donde es más difícil borrar, pues se ha ido colando por venas y llega al último rincón de su frágil cuerpo. 
   Porque ese joven no comprenderá que alguien estará al tiempo festejando la locura, la muerte, la gloria del sacrificio de los débiles por la del poder y el dinero; sin pararse a pensar en otra salida para el futuro que el conflicto y la desaparición del contrario a sus ideas, sus ideologías, sus creencias, su forma de encarar la vida (como esa tarta de bomba de Hiroshima para festejar la barbarie atómica que llevó al final de la participación de los japoneses durante la II Guerra Mundial). 
    Porque no ha visto a seres rasgarse de arañazos la piel para tocarse, besarse, despedirse entre alambradas; 
jugarse la vida para ocultar alimentos bajo el carrito de sus bebés al cruzar las fronteras de dos frentes dirigidos desde millares de kilómetros, a salvo de la metralla, por mentes calculadoras y frías (como así llamaban a su guerra). 
    Una exposición que marca los hilos de los orígenes de aquellos terribles y miedosos años a una guerra nuclear, con antecedentes en otras guerras y crisis económicas que justificaban nuevas guerras. 
    Y así se hace la historia sobre este planeta. Guerras y más guerras que saturan las mentes y las inactivan. 
En los pasillos, cientos de escolares de todas las edades, cruzan sus miradas y comentarios con sus profesoras y maestros. Algo muy profundo ha cambiado. Y no sólo queda esperanza, sino realidad. El resto que queda con el aullido se malgasta en fugarse a otros derroteros más triviales o en hacer saltar la convivencia, de hipotecar su futuro y de otros tantos inocentes. 
    Quedan muros oscuros, que no se ven, porque ocultan esos rostros de miles de muertos en Gaza, Ucrania, Siria, Líbano, Pakistán, Yemen, Myanmar, la mitad del continente africano..., y así hasta los cincuenta y ocho conflictos y guerras que definen los diplomáticos. Toca abrir los ojos y conocer la historia y sus consecuencias. El muro está dentro de nosotros.