sábado, 18 de octubre de 2014

Miradas


El ébola también mata conciencias


   
   "¿A mí qué me obsesiona?, ya no sé, hace muchos años me quería parecer a Rodolfo Walsh, ¿sabés?, él era mi modelo. [...] ¿Por qué? Porque Walsh, antes que periodista, antes que escritor, antes que ninguna otra cosa, era un revolucionario, y el periodismo ya nada tiene que ver con la revolución. Nos aburguesamos, pibe". Así de contundente se expresa Jaime Brena en la reflexiva novela de Claudia Piñeiro, Betibú (2010).
   Una vez más me afirmo en porqué todavía deseo anidar palabras, negro sobre blanco, desde mi vieja máquina de escribir. Hoy, como ayer, me hubiera gustado desenmascarar al mismo que ahora asevera que no ayudar a erradicar el ébola en los países de la miseria sería “amoral” (Rajoy, Reuters, 17-10-2014); el mismo que redujo nada más llegar a la presidencia, de uno de los supuestos países más ricos del mundo, las ayudas a aquellos en vías de desarrollo minimizando los presupuestos para programas y ayudas en eternos infiernos (Oxfam Intermón, denunció que el gobierno español acababa con treinta y dos años de cooperación al desarrollo en el documento "La Realidad de la Ayuda 2012", coincidiendo con el cierre de los presupuestos generales para 2013, hay que echar un vistazo a los actuales). 
   El miedo generalizado que causan los regueros de pólvora de las noticias tremendistas al masivo contagio en la vieja Europa, o peor, en los asépticos barrios adinerados de los Estados Unidos, nos recuerda la fiebre sufrida en la conciencia universal con el virulento SIDA justo cuando tocó a grupos con estatus económico y social. 
   Pero hasta hoy el ébola es todavía un mal de pobres y para pobres; descastada hasta en su origen, sin el sexo o la heroína, esta enfermedad se expande entre la basura, en el contacto inútil, en los fluidos pudibundos, sin altares, entre los invisibles; ni siquiera atrae la cámara que tan sólo se nutre, en estos países ricos, de llamativos trajes de aislamiento, o a lo máximo de leyendas malditas e imágenes truculentas de serpientes y entierros de negros oscuros en selvas salvajes donde los machetes brillan cuando los féretros se quedan en las cunetas y no hay brazos para arañar una tumba a la tierra hiel y quemada.
   Cuando arribistas al poder mismo tratan de atajar la desbandada masacrando la conciencia de los voluntarios arriesgados que cuidan cualquier simple enfermo, cuando se corren cortinas de humo sobre los déficits de unos protocolos poco estudiados en una sanidad en desahucio, cuando se ocultan las imágenes del verdadero origen del problema, el hambre y la explotación del norte hacia el sur, vemos la muerte a los talones de los desheredados. Y, lo que es peor, hasta que no mueran algunos blancos más, con acciones en el mundo bursátil, las multinacionales farmacéuticas no "diseñarán" la “penicilina” del siglo XXI. 
   En la estela de los desaparecidos, ¿quién llorará por el más de centenar de médicos y enfermeros muertos en los primeros compases de esta danza del diablo? Tan sólo vemos, en alguna celdilla esquinada en los medios de comunicación, manifestaciones de gentes que cada día reequilibran con sus reivindicaciones y acciones vitales a tanto espectador "zombie" alentado por los mass media pusilánimes.
Una madre llora en Ayotzinapa, 
no sabe  dónde se halla su hijo.
Foto de Rodolfo Valtierra.
  Pero no todo es negro, es peor. Revolviendo entre la muerte no encontramos adjetivación para definir la desaparición de cuarenta y tres pequeñas perlas de cabezas vivas, los jóvenes estudiantes de Magisterio en la región de Iguala en México, supuestamente a manos de fuerzas de seguridad al postor de mafias. Un México que en los últimos años se está hundiendo en tumbas bajo tumbas. Una revolución imposible que quemó los huesos de los, estos sí, revolucionarios, que sin tener nada querían darle una oportunidad a su vecino aún más pobre. Hay madres secas de lágrimas amargas que rodar hasta sus labios por estos valientes hijos.
    En el otro cosmos, Teresa, la enfermera española que luchó en la piel de otro, y lucha en la suya contra el ébola, es el nombre que vaga en nuestras conciencias como una de las últimas estrellas fugaces que nos hacen creer, al verlas cruzar el firmamento, pueda cumplirse aquel, el más íntimo, deseo de cambio real, déjenme decirlo, casi revolucionario. Los demás miramos para otro lado, o peor, buscamos el lugar más lejano del estigmatizado por cualquier causa.
   Como, a fe cierta, sé que la enfermedad
Teresa Romero, gracias.
 se cebará cualquier día en mi cuerpo, vístete pronto Teresa, con tu uniforme esperanza que quiero que seas tú quien me asista, aunque no puedas más que acercarme tu preciosa sonrisa. Y por supuesto también a Paciencia Melgar, la religiosa compañera de Miguel Pajares, que sólo fue traida a España cuando se necesitaba suero para el misionero español repatriado en su día al que atendió nuestra enfermera, aunque no llegó a tiempo, no era española, ya ven. Ella sobrevivió al mal en Liberia, y ahora confiesa su alegría por haber hecho el bien con Teresa, sin rencores.

   De este bastardo tiempo, sólo he aprendido que seres como Teresa y Paciencia, y tantos anónimos, dan destellos de luz a este gran agujero negro. Al final el resto no fuimos tan revolucionarios; ni tan siquiera un poco Walsh.

P.D.: Acabo de leer la estremecedora secuencia de la matanza de los maestros de Iguala. Repugnante y vil asesinato de la única esperanza que nos resta como humanos; jóvenes con corazón y cabeza que dieron con sus huesos en la pira de la locura de los sin razón y miserables. En La hoguera que oscureció la noche de Iguala de Juan Martínez Ahrens en El País (27-11-2014): http://internacional.elpais.com/internacional/2014/11/08/actualidad/1415475628_050143.html