domingo, 8 de junio de 2014

Miradas

Espejismos

Deborah Robertis abriendo su sexo
ante El origen del mundo de Coubert.
   A estas alturas a muy pocos se les ha escapado la noticia sobre la performance que la artista Deborah de Robertis realizó en el Museo de Orsay, en París, sobre un cuadro de Gustave Coubert El origen del Mundo. Robertis titula su trabajo Espejo del origen y asegura que, al mantener su sexo abierto con sus manos, pretendía mostrar aquello que no se ve en el cuadro original. 
Coubert "reflexivo" ante Robertis.
El artista decía a menudo:
 "...si dejo de escandalizar,
dejo de existir".
  Lo cierto es que más allá de lo que vieran los visitantes de la sala, o el propio espíritu de Coubert de estar rondando su cuadro, hasta la llegada de los vigilantes del Museo, el resto del mundo nos hemos de conformar con la imagen pixelada que nos muestran los medios. 
   Si lo trasladamos, con fórceps, a la realidad cotidiana, cuánto me gustaría conocer, y aún saber, aunque fuera a  través de un espejo, el porqué en el origen se nos asigna un lugar en la vida, lo que conlleva a que seamos súbditos de las ideas de quienes nos gobiernan, a desconocer las interioridades de sus pensamientos, las fuerzas que los sustentan, los intereses creados, y hasta vernos, a nosotros mismos, bajo las riendas que otros manejan para guiarnos con cadenas por los caminos que ellos trazan. Si no nos revelamos está claro que nos conformamos con el espejismo de que todos tenemos un mismo origen, natural eso sí.
  Pero ante esa quimera por ahora me quedo con Robertis, esperando que se "deshielen" los píxeles de las fotografías que nos han llegado, para luego buscar en la Nada a Coubert y que pinte en lo que ha acabado el mundo, en un agujero negro, como surgió.
El Carmina Burana, la colección de canciones
de carácter laico en latín y alemán temprano del s. XII.
  De fondo musical a esa nueva obra yo le pondría el Carmina Burana, de Carl Orff, en su sátira a los estamentos sociales y eclesiásticos, para insuflar más tensión al momento, y no la ingenuidad en el aire del Ave María de Shubert que eligió la artista sobre el poema de Walter Scott en el que Loch Katrine invoca a la Virgen ayuda desde la Cueva del duende para evitar la venganza del rey su anfitrión (vaya, ha vuelto a salir el tema de sexo y realeza, por más que no quisiéramos en esta ocasión), con los que aplacaba los ecos de sorpresa de los afortunados visitantes del Orsay.
   Así las cosas me pregunto, ¿cuántos cuadros albergan nuestros museos con fundamento/temática para que surja una probabilidad de reencontrarnos con nuevos trabajos de Robertis? O mejor, y más probable y obligado, ¿cuánto de negro, o de universo oculto, encierran muchos cuadros más allá de sus marcos?, empezando por descubrir, o redescubrir según ha venido al caso, al propio Gustave Coubert. 
   Ahora bien, en esta ocasión hemos caído en ello, gracias, una vez más, ¿a qué o quién? A un nuevo espejismo del sexo. 
   Bienvenidos fueren esos espejismos, cuantas veces quiera cualquier artista, si con ello nos abren las puertas de la curiosidad por entrar al otro lado de lo oscuro.


2 comentarios:

  1. Sublime paradoja, el "mundo" al descubierto, allí donde más se acotan la ideas, enmarcadas y etiquetadas. Interesante reflexión; muy buena contextualización.

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  2. Yo sigo viendo lanzas. Cuanto daño me ha hecho Sade. En YouTube puedes ver la obra en todo su peludo esplendor.

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