miércoles, 14 de mayo de 2014

Miradas

Amable Portugal

Muchos ven Lisboa,
y creen conocer Portugal,
desde estos viejos tranvías.
Les cuesta bajarse y pisar esta tierra
rica, culta, y amable, por sus gentes.
   Más allá de los tópicos del colorismo, el fado, el histórico Benfica, el atraso generalizado frente a los convecinos del sur, mentira, Portugal sigue siendo la proa de un gran barco cargado de tesoros, encallado entre las grises fauces de unos farallones que llegan desde el centro de la Europa -levantados por bárbaros banqueros y políticos de alcurnia pecuniaria-, que, además, se permiten la chulería de dejarlo a la deriva después de haberla pirateado con misires vestidos de negro.
El negro en los maniquíes;
otro punto inherente
 a la variedad
y riqueza de su cultura.
   Porque además de esas lenguas con sonoridades de históricas colonias en Africa o ultramar, Portugal también destella por sus pueblos y la bella piel de la caoba luminosa y los ademanes de sus diosas altivas que vuelan sus manos y entrecierran sus ojos, herencia de grumetes que desde los mástiles vislumbraban los acantilados de tierra recién descubierta; aunque también vemos los descascarillados rostros por el mal de "Europa": la desesperanza.
Los muros de su panteón nacional anidan
lisboetas cansados de que no les reconozcan
su valía como artistas o intelectuales.
   Estos días la "Troika" se marcha de Portugal, un país que hoy se debate entre la deuda y la servidumbre a los chiringuitos que otros montan en esta tierra, para repartirse, vaya coincidencia, el oro (que antaño pasó por sus manos). Ahora toca la copa de Champions, y vistiéndose con sus mejores galas y hoteles, con su amabilidad genética que les lleva la brisa del gigante Tajo lisboeta, verán con tristeza que muy pocos invasores se acercarán a descubrir en otras fechas la fuerza artística creadora en Oporto, la Coimbra universitaria, la sabiduría de sus capitanes surcando los continentes marinos, la rica y fascinantes historia de Évora, o la belleza poética que encierran sus viejas librerías del Chiado (con el inolvidable Pessoa y tantos otros). 
El ritmo y la danza
"saltan" a la vista
para este ciego superviviente.
   Los barrios lisboetas, maltrechos por la humedad y el abandono de sus anteriores moradores ricos, con hogares de viejos pescadores modestos que se caen a pedazos, albergan desheredados personajes que se hartan de ingenio para buscar sustento (como el ciego que hace saltar ritmos de su bastón y un bote de níquel con una cuchara) o, sin tener dónde caerse muertos,  duermen en los soportales de marca cerca de la plaza Comercio (una mujer, maltrechos los huesos y columna, se balancea en mínimos pasos para trasladar un cartón y sus dos maletas arañadas y roñosas de la entrada de un lujoso comercio, a un portal semihundido; mañana es domingo, primer día de la semana en esta tierra; por aquí está prohibida la mendicidad, son invisibles). Si se busca, la realidad está endeudada aunque, eso creemos, con menor hediondez que por algunos cercanos rodales.
"Finca de un desheredado",
con "huerto" y "jardín". No se oculta
como en otros lugares
por la quincalla del euro.
   En las próximas horas a los lusitanos les toca postrarse ante el televisor para ver a su Benfica luchar en Italia, y luego volverse al ombligo multicolor de Lisboa, y sentir el hormigueo y la inquietud con el griterío del campo que abrirá sus puertas a otros protagonistas, cercado a sus bolsillos. Dentro, el balón rodará con acento y tacon hispano, bueno, pagado por hispanos. Juegan otros, los de la capital de España. Ellos miran, y pagarán las escobas que arrastren las vomitonas en los parques y avenidas, amén de las previsibles marquesinas destrozadas. También se llevarán las migajas de los emires y sus cohortes que aquilatan camisetas y botas doradas mientras, lejos, mueren de hambre e incultura sus pueblos.
Como este tronco que sale de la ventana,
impúdico en la noche, así veremos a Portugal asomarse
al mundo para mostrarnos que saltará las rejas de los tópicos.
 Andreia cambiará de soportal de comercio llevándose sus cartones y maletas desvencijadas. La ruidera le apelmazará las sienes y no podrá cerrar los ojos a la catódica luz de los eones; bueno, ahora led. Ya se irán, piensa. Y vendrán otros. Qué mas da. Es tan fuerte su raíz a la vida que con tan sólo la brisa que le llega del río se le suavizan los malos pensamientos. Es, si nos acercamos a ella, pura amabilidad.

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