lunes, 28 de abril de 2014

Miradas

Francisco, ¿el rojo?

Un juego de imágenes magistral.
Stéfano Rellandini (REUTERS).
    La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es, desde el punto de vista de la Iglesia, como institución, un hecho histórico; desde las coordenadas de su gobierno, una jugada maestra de diplomacia. Que el papa Francisco eleve a los altares en presencia de Benedicto XVI, su antecesor, a dos personajes tan opuestos y de perfiles tan distintos, como aparentemente son el suyo y el de Ratzinger, con el aplauso de las tendencias que, entre los fieles, fomentan uno y otro, es un enroque que le fija por tiempo indefinido a las torres del Vaticano.
     La historia de los dos papas entronizados tuvo con nuestro país dos singladuras distintas. El primero, con su natural "bonhomía", y sentido del diálogo, provocó importantes tensiones centrífugas en el régimen autoritario del general Francisco Franco (Roncalli, siendo cardenal, cruzó el país sin rendirle pleitesía, no reconoció el sentido de "cruzada" al golpe de estado, paralizó la beatificación de los llamados mártires, protegió a nacionalistas vascos, entonces democristianos, en el exilio, y apoyó sin extravagancias a cierta curia y movimientos eclesiales más avanzados la comprensión y el apoyo que esas bases necesitaban para defender los principios originarios del cristianismo en una comunidad perseguida, aquella que defendía a los trabajadores y la libertad política). Miles de fieles y sacerdotes trabaron en esos años, en iglesias y parroquias, redes de lucha contra el franquismo y hospedaron a la izquierda clandestina. Con el compromiso personal, y la firmeza en sus principios, que destiló al convocar el Concilio Vaticano II, trazó el mayor giro universal de la Iglesia en toda su historia; eso sí, perfilado y asentada, sobrevenida su muerte en la primera etapa, bajo el gobierno de su gran continuador, Pablo VI.
     El otro, Juan Pablo II, vino muy pronto a la partida que se jugaba en la Transición con el fin de redirigir a una jerarquía que, bajo la batuta de Vicente Enrique y Tarancón, propició el entendimiento entre el clero y la mayoría política (aparentemente católica, y la atea), así como la separación, aún tímida, entre ambos poderes, en el devenir legislativo democrático. Tras tirarle de las orejas, por no enfrentarse a fondo contra las primeras propuestas de leyes sobre divorcio y aborto, buscó con apremio voluntarios para una acción política decidida como él había aprendido en Polonia; Wojtyla, el papa-viajero, aprovechó los reductos del largo maridaje entre Iglesia-Estado, esquirlas de un nacionalcatolicismo moribundo, para colocar, con el paso de los años, a sus acólitos obispos ultraconservadores en las mitras más granadas del país y revitalizar una Conferencia Episcopal hasta la militancia política; y lo logró como vasalla de un Partido Popular que ahora paga con condecoraciones el buen papel en la lucha (pasen y vean los méritos de Rouco Varela para la medalla de oro en la Comunidad de Madrid, y con el catecismo en las aulas).
   Así que, el papa Francisco, tan cercano y predicador con el perseguido por la pobreza o la injusticia, para algunos un "rojo", ¿a quien seguirá en sus pasos, a Juan XXIII o a Juan Pablo II?
    Hasta aquí camina seguro sobre las "procelosas aguas" (término que colige Rajoy en sus redundantes preces en cualquier foro) del poder oculto de la Iglesia con ademanes de Roncalli; será un milagro que no caiga y al final no satisfaga a todos, como dicen que hizo su "mentor" y mentado con unos pobres pescadores. 
     ¿O sí, con lo visto hasta ahora?

1 comentario:

  1. Jesús Transubstanciado en Tarpeyano30 de abril de 2014, 19:34

    ¿te suena eso de poner una vela a Dios y otra al Diablo? Pues eso.

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