sábado, 22 de marzo de 2014

Retratos

Olvidado Suárez




   El estruendo de tantas horas de tertulias y documentales en radio, prensa y televisiónsobre quien fue el primer presidente de la recuperada democracia española tras largos lustros de franquismo, me ha desbordado y desconcertado (sin embargo, desde el teatro ya venía asistiendo, en los últimos años, a varias obras que trataban de desentrañar su espíritu).
  Si bien es cierto que la figura de Adolfo Suárez se yergue en el hemiciclo del Congreso de los Diputados cada 23F frente a los tricornios, el resto de los días los informativos y discursos de los políticos que los monopolizan, discurrieron hasta aquí con escasísimas referencias a su hacer político. Todos quisieron olvidarle, hasta hoy, cuando los estertores de su partida les sirve para volver a estar en primera plana (bueno, ya tuvo su momento la derecha de José María Aznar).
   Pero después, ¿cómo se reconstruirá el guión de la "gran fiesta" de la Transición con sus compatriotas del anterior régimen, los malabarismos con los "amigos" americanos, sus triquiñuelas con el luego eurocomunista Santiago Carrillo fumando la paz entre cigarros, estos sí con boquilla, al que resucita en una Semana Santa castellana bajo el capuz de la bandera y el trono para que no cayera más sangre que la que vertieran los etarras insaciables y desnortados con sus pistolas, para traer el pan, bienvenido nuevo marshall, a tanto parado, para conjurar a los nacionalistas, para seguir bajo palio con los obispos, y otra vez a fumar con Enrique y Tarancón, hasta que el divorcio les separe y le suceda el lozano andaluz de pana, Felipe González, y su nueva izquierda?
   Suárez hizo de mago al lograr traer, por fin, unas urnas en las que cabía la esperanza, unas urnas de las que sacó papeletas manchadas de tierra seca y grasa de currantes esperanzados en esa "nueva" España con su "Puedo prometer y prometo...". No he podido terminar su frase. Nadie se ha preocupado en hacerlo. Como tampoco él, mientras tuvo la lucidez que luego el laberinto de la mente oscureció. 
  Se marcha con el silencio para siempre (tan en silencio como el que rodeó de inmediato a quien va a ser su vecino ilustre en la sepultura, el presidente de la II República en el exilio, entre 1962 y 1971, Claudio Sánchez de Albornoz).
   Estoy seguro que muy pronto volveremos, tristemente, por enésima vez, a nuestra amnesia voluntaria.

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